Día 15,716.
A quien corresponda, o pueda interesar:
Se transcribe la única confesión disponible al día de hoy, se adjunta como una línea de texto lo más coherente posible, se omiten los silencios, las divagaciones, a menos de que fueran certeras o que aportaran algo a la idea general.
-"Creo que el mayor problema ha sido el querer adaptarme a reglas, a límites que en esencia, nadie me impuso, pensé que era lo que se esperaba de mí, pensé que de esa manera podría 'encajar', pero ahora entiendo que no era yo una pieza suelta, sino más bien parte de otro rompecabezas, de uno diferente.
El hecho es que no pretendo señalar a nadie como victimario o culpable de mis males, en todo caso nos declaro a todos como víctimas.
Está más que claro, porque en el momento en que nos quitamos el velo de víctima comprendemos que todos vivíamos la vida, cada uno combatía sus propios demonios, cada uno trataba de encajar o de sobresalir o de simplemente fluir y no ser molestado, cada uno de nosotros rompíamos la rutina del otro para bien o para mal, el problema y lo que estoy tratando de explicar es, que mi mayor enemigo reside en mí. Soy yo, y por tanto me declaro culpable.
Le explico otra vez, al callar lo que quería decir, esas palabras se formaban en mi mente, pero al no salir, simplemente eran ruido. El hecho de notar que mi memoria fallaba o que estaba muy distraída, hizo que me obsesionara, con el poner atención, con siempre estar atento a lo que ocurría, a siempre mantenerme en alerta, siempre cuidando de cada detalle, para evitar represalias o inconvenientes. El no gritar cuando algo cambiaba y me molestaba, creyendo que no era mi derecho levantar la voz. Tener que soportar tonterías, por no tener la capacidad o el valor de levantar la voz, como el hecho de que hay telas que no soporto, así como lo escucha, no soporto ciertas texturas, no sólo me pican, sino que me estresan, me irritan en lo más profundo de mi ser, no sólo en la piel. Hay ruidos que escucho como si los tuviera en la cabeza y muchas veces hacen que resuene mi ser. Siempre jugué con la analogía de que tengo oído de perro, sensible y susceptible a escucharlo todo, pensé que todos escuchabamos igual, pero resulta, o parece que no todos escuchan todo al mismo tiempo. Por eso, y por otras cosas me costaba tanto enfocarme en algo, porque a lo lejos sucedía algo y yo lo escuchaba con atención, cuando debía de escuchar a aquél que me buscaba la mirada...
Le repito, no pretendo culpar a nadie, es una serie de conductas interiorizadas, son actos reflejo, incluso muchos apenas estoy entendiendo su funcionamiento, pero sobre todo su significado. Quiero enfocarme en algo, en mis silencios, el hecho de que me enseñé o me obligué a callar, lo hice de niño y me sirvió, lo repetí de jóven, y llegó un momento en que me convertí en eso, en un tipo que tenía una excelente memoria, sabía exactamente dónde estaba cada cosa, entendía y comprendía las cosas, era muy bueno organizándome, pero eso tenía un costo, vivir estresado. Como le repito, cuando uno lleva años realizando una conducta, llega un momento en que no concibe una realidad diferente, es incapaz de comprender cómo era la vida antes de.
Llegó un momento en que el ruido fue demasiado, no lo soportaba, estaba siempre de malas y ahora mi tolerancia a la frustración, o a mi tolerancia a la pendejez, como yo le llamaba, era muy baja.
No, no era esquizofrenia, no eran voces como tal, era y es sólo una, la mía. La mejor manera que puedo explicarlo es... Sí piensa usted en una computadora y cada programa abierto con una serie de procesos que se ejecutan, a veces en segundo plano, es decir usted no los ve, pero están ahí, consumiendo recursos, bueno en mi cabeza tenía demasiados procesos, cada uno atento al entorno, a lo que se está diciendo, a lo que tengo o tenía que hacer, a lo que me comprometía y así sucesivamente, un proceso para practicamente cada instante o suceso de mi vida, constantemente en un estado de atención obsesiva, los anlgosajones le llaman hyperfocus, me parece que el término sería hiperconcentración. Si bien disfruto ensimismarme en un tema o en aquello que disfruto, a lo que me refiero es que vivía, vivo, en un constante estrés donde siento que debo de ponerle atención a todo, ya no sólo a lo que me apasiona o que disfruto, sino a las nimiedades del día a día y eso me agota.
Yo lo explicaba, a aquellos que no son tan tecnológicos, que si la sabiduría popular tiene dichos como, "se me durmió la ardilla", cuando la cabeza se despista, yo decía que en mi cabeza había un chingo de ardillas, perdón, muchas ardillas, cada una recordándome los múltpiles pendientes, exigiéndome que no me distrajera, que no perdiera de vista lo que estaba ocurriendo y en general un ruido mental que me saturaba, pero en algún momento creí que todos eramos así, que quejarme de un ruido que todos experimentabamos era no sólo estúpido, sino un signo de debilidad, eso, el ruido y los demás estímulos que me molestaban, cosas simples que también pensé que eran normales en los demás y que simplemente pensé que yo no podía con lo que los demás soportaban sin chistar, que no merecía quejarme. Uno muchas veces no tiene punto de comparación y asume que la realidad es tal y como la percibe, lo mismo para todos. Por eso a veces cuesta tanto la empatía.
En algún momento mi cabeza se saturó, comencé, como le digo, a soportar menos, a estallar ante la menor provocación, me costaba concentrarme o interesarme en las cosas y cuando el embarazo de mi primer hijo, el estrés se aferró a mis sienes, mis pobres sienes y no me quiso soltar. Después comenzó a fallar mi memoria, comencé a olvidar cosas, pequeñas distracciones, algunas que a mí de niño me parecían absurdas e incluso me reía, y que ahora creo que era miedo lo que sentía, porque al ver algo mío en los demás, me sentía impotente, o no sé.
Gradualmente me comencé a notar menos hábil, más torpe y me sentí muy molesto, furioso, no con el entorno, no con las circunstancias, no con 'el otro', sino conmigo, fui muy severo y ahora comprendo que no era furia, era tristeza, el miedo, el terror a reconocer que el tiempo estaba carcomiendo el cableado de mi sistema nervioso, pensé que poco a poco iba a comenzar a perder la memoria y pasaba horas atormentándome por cosas que desde niño temía. Terminar olvidándome. Difuminarme en el olvido, perderme en la nada, que al fin y al cabo es el destino de todos, pero yo no quería olvidar, le tengo terror a perderme mi historia, tanto que me costó escribirla, no es la mejor, no tiene un arco narrativo impresionante, pero mi ego se aferra a ella, siente que le pertence y no quiere que nadie se la arrebate y aunque a veces me gustaría soltarla, pienso, al menos hoy no.
Y todo eso me hizo decaer, pero no fue depresión por sí sola, porque ese sentimiento depresivo ya lo tengo desde niño.
Como le he comentado, no sólo es lo que siento, sino que es lo que he constatado con una profesional de la salud, mi depresión viene desde hace muchos años.
Le decía que el sentimiento que me devoraba era el terror, el miedo, me era imposible pensar con claridad, todo me estresaba, todo me hacía estallar. Por eso y por que mi situación mental me hacía imposible mantenerme en un trabajo, decídimos empacar y viajar a un pequeño pueblo en Guerrero, guardamos lo que podíamos cargar, algunas cosas las regalamos, otras las dejamos esperando que alguien nos alcanzara con ellas, pero yo lo que quería era irme, abandonar lo que pensé era la causa de mi estrés. Estaba huyendo, corría con todas mis ganas, era desesperación, terror, creía que al alejarme pdría evitar mi problema, sin saber, sin entender qué sucedía. En este tiempo y durante toda la vida, me ha costado mantener contacto con la gente que quiero, no por egoísmo, simplemente me cuesta. Es muy complicado de explicarlo, así funciona mi cerebro y me lo confirma la psiquiatra, pero en ese estado de desesperación me era aún más complicado, imposible. Podrán recriminar mi silencio, pero en ese momento no encontraba un momento en el que pudiera tener algo de claridad, siempre evitando, evitando mi realidad, con miedo, sabiendo que quizás no podía cambiar nada y que simplemente me tenía que resignar, pero no estaba listo, no estaba listo para arrojarme al vacío, le budismo zen lo hace sonar muy poético, hermoso y liberador, pero es aterrador, el paso al vacío cuesta, uno se aferra a lo poco que tiene o sabe, que siempre es nada...
Empacamos, ya teníamos todo listo, me asomé una vez más al cuarto vacío, revisé rápido que no olvidaramos nada, pero como habíamos guardado ya el espejo me fue imposible ver los demonios que seguían aferrados a mis sienes. Mis pobres sienes.
Pasaron meses, mi plan maestro, mi castillo impenetrable se desmoronó ante la primera lluvia, pretendía trabajar por internet, pero el internet no daba para mucho. El estrés seguía, las distracciones, olvidar cosas y en todo este tiempo, me forzaba, me obligaba a recordar, pero cada día me costaba más, por tanto, el terror aumentaba. El no poder comunicar mi miedo, la incapacidad de tomarme en serio, la falta de autoestima hacia que no me permitiera pedir ayuda, a decir que me estaba desmoronando y podrán recriminarme, acusarme de egoísta o de insensato, pero cuando niño lo intenté sin éxito, uno aprende por repetición y si bien mis gritos de auxilio fueron torpes, un niño al fin y al cabo, en mi mente fueron deshechados y por tanto creí que no merecía o que no tenía el derecho a levantar la voz. Podrán creer que soy un tonto, un idiota incapaz de ver lo mucho que tengo, yo les corrigo, uno percibe su realidad y muchas veces cuesta no sólo ver el mundo como es, sino simplemente levantar la mirada.
Era incapaz de enfocarme en nada, el miedo vivía en mis tripas, sentía como se movía cada que yo olvidaba algo o que me daba cuenta de que había perdido la oportunidad de un trabajo, por no anotarlo, por no ponerme un recordatorio y otra vez llegaba el reclamo más feroz y al que más temo, el autoimpuesto, el reproche de ese que sabe dónde pegar, porque sabe que ahí duele. El reclamo que venía desde mi miedo, desde mi terror, me hice, me he hecho mucho daño.
Logré, en ese tiempo hacerme consciente de un duelo no resuelto, uno que si bien me afectó mucho, no era la causa de mi depresión, eso viene desde antes, pero me di la oportunidad de conocerme, de trabajar en mí, de entenderme, pero siempre subyacía la pregunta, quién soy, al ser adoptado mi mente quiso tomar la pista simple, la que pensé era obvia y por tanto no siempre la correcta. Me di cuenta de que no era por ahí mi problema, pero me ayudó a entender que mucho de mi sentir, de mi 'ausencia', de ese sentir que no estoy en mi lugar, viene de esa primera separación. Se habla mucho y se entiende ya el tema, las madres le hablan cada vez más a su vientre y celebran como la respuesta es un movimiento de esa vida que se está gestando, pero va más allá, no sólo es la voz, es la cadencia del paso, es el ritmo cardiaco, algunos investigadores incluso sugieren que es incluso el aroma. Al surgir al mundo el neonato ya tiene una idea de qué espera del mundo, de qué voz ha de decirle bienvenido, de qué compás marca el metrónomo del corazón de su madre, pero al no encontrarlo, al no ser recibido por eso que espera, se da un sentimiento de terror, algunos estudios revelan que ahí puede haber algo a nivel estructura cerebral y es similar al tept, pero no hay nada concluyente y sin embargo es algo que yo siento, de alguna manera está ahí, y nuevamente no me sirve que me expliquen las razones por las que estoy mal, o que me digan lo mal que estoy percibiendo las cosas, porque es lo que siento y no me parece correcto, justo o incluso educado que me digan que lo que siento está mal, nadie está en mi cabeza, nadie siente lo que yo siento y podrán decir que estoy bien, que no tengo nada, pero yo sé lo mal que la estoy pasando...
Le repito, es lo que he leído de estudios y de gente que comprende mejor el tema. Al no encontrar el oasis de la paz mental recurrí a métodos alternativos, en una ocasión que fumé marijuana sentí como las 'ardillas', o los procesos mentales se íban cerrando y por primera vez sentí una tranquilidad mental, un silencio que no había experimentado en años y entonces lloré, lloré como no había llorado en mi vida, lloré porque me di cuenta de una verdad absoulta y terrible. Yo era la prisión. Mi mente me tenía encerrado en el ruido. Porque esa sustancia había logrado suprimir los impulsos eléctricos que causaban tanto ruido y me sentí en paz, por primera vez en mucho tiempo me sentí tranquilo, me sentí en calma y fue hermoso, pero aterrador, me dio una paz que disfruté, pero saber que era, como la vida misma, efímera, que se iba a terminar el efecto y que no debía aferrrme a ese estado, a esa sustancia a no perseguir algo que no era mío... Entonces entendí que necesitaba ayuda, pero de un psiquiatra, preferentemente uno con experiencia en adopción y neurodivergencia en adultos.
Cuando tuve la primer consulta llegué con puntos certeros, le dije qué me estresaba, qué me causaba malestar, pero sobre todo, le hablé del ruido. Me diagnostico TDAH, le dije que hubiera apostado All-in al autismo, me dijo que no lo descartara, pero que serían necesarias un par de cosas más para hacer un diagnóstico correcto.
Al principio me costó, pero me ayudó a comprender.
Mi mente se había cansado, ya no podía vivir en constante estrés y, como las computadoras, para evitar sobrecalentarse o saturarse, decide cerrar ciertos procesos y por tanto no podía vivir en ese estado obsesivo, en ese estado de alerta.
Lo de menos es que se me olviden las cosas, o que tenga que dar tres o más vueltas cuando necesito algo y me paseo de un cuarto a otro, olvidando qué iba a hacer, regresar al punto de orígen para solo recordar eso que era tan urgente. Esos paseos no me molestan. Ahora me permito hablar más, me permito cantar, reír, contarme historias en voz alta, hacer esas voces que de niño molestaban y que de jóven me hicieron creer que me hacían parecer estúpido o que eran muestra de una mente inmadura y torpe, cuando más grande. Ahora, a mis cuarenta y tres años, me permito ser.
Mi más grande problema, es desaprender, olvidar conductas interiorizadas, dejar de estresarme por cosas que no están en mi control, dejar de obsesionarme, dejar de estar en estado de alerta, dejar de asomarme a la ventana cada rato, pensando que algo malo va a pasar, dejar de tener miedo a que algo ocurra, dejar de añorar y comenzar a vivir tranquilo. Se dice fácil, pero, al menos a mí me ha costado mucho, me sigue costando...
Me pregunta usted, por qué habrían de creerme... Yo no quiero que nadie me crea, no quiero que se sienta como una historia, como un cuento. Lo único que me gustaría es que me entendieran, que hubiera empatía, que no se asuma, que no se sienta como ataque cuando mi mano llegue a golpearles sin querer, sino que lo vean como lo que es, las brazadas de un tipo que se estaba, se está ahogando y en su desesperación no hacía más que tratar de aferrarse a algo, pero si sólo sintieron el golpe, que no me juzguen por eso, sino que entiendan, en caso de ser posible, la desesperación y el miedo que sentía. Si no es posible, no pasa nada, nadie está obligado. Pero si me ayudaría que no me corrijan, que no me digan qué debería de sentir o si acaso lo que siento está mal. Si al momento de escucharme hablar acerca de mi adopción creen que soy malagradecido, o que si hablo de no tener un sentido de pertenencia, que no crean que estoy afirmando que nunca tuve un lugar, sino que escuchen lo que habla, el sentimiento de terror, que ni siquiera yo termino de comprender que sintió mi psique infantil. Hay cosas que no puedo explicar, porque no las comprendo, afectan la química de mi cerebro y me encantaría aclarar todo, que nadie se sienta agraviado o molesto, pero sí tuviera ese poder, hubiera comenzado conmigo."
A petición del interrogado se arroja este mensaje al oceano digital, él espera que en unos años sean sus hijos los que lean el presente, con el deseo de que les permita tener una referencia de un punto que hoy es claro presente y que para ellos será lejano pasado. Desearía contarles la historia de viva voz cuando su curiosidad sea lo suficientemente grande como para preguntar, pero en caso de que el óxido devore el disco duro, que al menos quede constancia escrita, que no se lo devore el olvido.
Así también se les hace llegar el siguiente mensaje:
hijos. los amo, gracias por no dejarme caer.