Cuando llegó lo esperaba una cajetilla nueva de cigarros Raleigh, la golpeó tres veces en el lomo de su mano izquierda, jaló la cintilla, desprendió el celofán y con las pinzas de los dedos extrajo un cigarro. La llama iluminó sus pequeños ojos mientras el tabaco ardía, el humo y el aroma inundando el pequeño cuarto, dos bocanadas y una nueva nube de humo. Junto al cenicero una Tecate roja bien fría y sobre una servilleta medio limón y un salero.
El aire expulsado a presión aunado al aluminio que cede ante sus dedos forman el característico sonido que muchos asocian a un viernes, a la libertad, a convivir con los amigos, pero él espera sentado y le da una nueva fumada al cigarro, voltea a su lado derecha y ahí está su hermana y su madre que lo saludan mientras esperan con paciencia a que termine el trámite de acceso.
Un trago y una bocanada más. Alguien se acerca y le pide su nombre, él lo da y aclara que el apellido es compuesto. Lo dejan esperando y él presiona contra el cenicero lo que ya no puede fumar y enciende un nuevo cigarro, ahora voltea a la izquierda y ve a viejos conocidos, quien no lo conozca creerá que ha cerrado los ojos, pero esa es su forma de sonreír, con los ojos y de ahí hacia la boca y de ahí hacia el alma.
Alguien se acerca y le pide aclarar su nombre, él se impacienta y les vuelve a explicar que el apellido es compuesto, pero nadie le hace caso y es su molestia lo que hace que un viejo de gran barba se acerque a aclarar el malentendido y justo cuando nos piden que nos vayamos, pues no podemos estar ahí, le escuchamos decir a él, molesto: "¡les estoy diciendo que están bien pendejos, pero nadie me hace caso!".
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