viernes, 24 de mayo de 2013

Un nombre en el lomo de un charco...

Recorre con calma las calles, se pasea entre los autos que asemejan un cementerio de elefantes. Extiende las manos y sus dedos para sentir el aire, no pretende capturarlo, sabe que nada le pertenece, no se aferra a las cosas.

El olor a tierra húmeda penetra sus fosas nasales, golpea la parte trasera del cerebro, esa donde a veces surge la pregunta que le entretiene por horas, qué es más grande, una idea o el universo, el olor se pasea por la parte superior de la cabeza, y baja con violencia en forma de un suspiro.

La lluvia no se ha detenido del todo, pequeñas gotas golpean su rostro, quiere identificarlas, mira detenidamente el cielo, no es capaz de verlas, tan sólo de sentirlas golpear su rostro, abre la boca y las recibe como parte suya, les da la bienvenida a su cuerpo, como si acaso fueran esas lágrimas que alguna vez derramó, las recibe con alegría y con los ojos cerrados, tal como se fueron.

Para regresar a la realidad basta el lejano ruido de un camión, su mirada recorre el asfalto húmedo, se posa en un árbol que descansa en medio de tanto concreto, como un objeto fuera de lugar, a los pies de éste descansa una rama, húmeda, como todo lo que lo rodea, la toma y al esgrimirla se da cuenta de que no podría ser una espada, quizás una daga, pero algo dentro de él le recuerda que tiene mayor mérito crear, no destruir.

Recorre las calles mientras golpea las rejas con su rama, el sonido le entretiene, la madera húmeda produce un sonido interesante.

Acerca la rama a su nariz, la huele y al cerrar los ojos imagina un enorme bosque donde la lluvia no se detiene, los hongos se han apoderado de un árbol viejo, uno pensaría que lo están devorando, pero no, lo protegen.

Imagina quién podría vivir debajo de toda esa hierba húmeda, comienza con unas grandes piernas, han de estar lejos de la humedad, los imagina gordos, con grandes brazos, y barbas enormes, la nariz debe ser grande, se dice a sí mismo, no es posible tener alguien de barba grande con nariz pequeña... Algo lo distrae, lo regresa a la realidad, el agua que poco a poco ha humedecido su tenis ha logrado abrirse paso hasta el calcetín. No le molesta el agua, lo que le sorprende es no haber visto el charco que tiene a sus pies, con la rama toca su frente, la frente que le corresponde a su reflejo, le entretiene la forma en que el otro yo, el que vive en el agua se fragmenta y se convierte en pequeños círculos, en ondas que asemejan al sonido. van y vienen pero nadie les pone atención.

Con calma se sienta el niño en la banqueta, tatúa su nombre en la piel del charco, repasa las letras con calma, primero la P, una línea que sube, una pequeña curva, después la E, tres líneas pequeñas y una más grande, después otra P y termina con otra E. después juega a sólo colocar las consonantes y por último, usa su nombre, ese que casi nadie usa, J, O, S, É, el acento lo pone al final, con el dedo.

El punto no llegó a la cita, al niño lo han llamado a bañarse. Quizás otro día de lluvia podremos ver al punto adornar su nombre, no importa que sea con dedos arrugados, ya sea por la humedad o acaso por la edad.

jueves, 23 de mayo de 2013

Agua que cae, insistente, incontenible.

en la piel de una servilleta tatuaste tu mejor poema, pero eso jamás lo sabrás.

aburridos dibujábamos espirales con el humo del cigarro, la televisión repetía imágenes por todos conocidas, era la hora de comer, mientras tú dibujabas costras de tinta en la piel de una servilleta él se acercó a pedirte consejo. sabes escuchar y eso es lo que la gente busca, un recipiente donde verter su catarsis oral, no busca consejos, ya saben lo que han de hacer, lo que harán...

"quiero que se case conmigo, pero no sé como pedírselo, es que la neta me trae loco we..."

imaginas qué perfil puede tener la novia de ese mesero que sentado frente a tí, vive y respira y no es sólo un nombre, sino que tiene consciencia y vive una vida propia. piensas en eso y otras cosas mientras el mesero, que apenas conoces, sigue expresando lo mucho que la quiere y el sincero deseo de compartir su vida con ella. sugieres que la lleve a cenar a algún restaurante elegante y que ahí le pida matrimonio, él comenta que es una magnifica idea, dice que la llevará a cenar ahí, donde tú y él trabajan. mala idea, piensas, pero no sirven tus comentarios, él ya lo ha decidido.

durante semanas planeó el evento, dónde se sentarían, cómo lo pediría, y un sinfín de etcéteras que al parecer nunca son suficientes. siguiendo lo que para tí era un juego, sugieres que le entregue el anillo dentro de una galleta de la suerte, te sorprende la forma en que abraza la idea así que te propones mejor no opinar más.

días antes de que sucediera la esperada cena, te dedicas a imaginar lo que sería estar en su lugar, juegas con palabras, las acomodas con prisa en un viejo papel, saltas de una idea a otra, los sentimientos que pretendes emular se suceden unos a otros, siempre buscando ser uno el que cierre la frase, así que te encuentras ante una repetición de conceptos melosos y anticuados, deshechas el papel, tomas una vieja servilleta y escribes lo primero que te viene a la mente, dejas que el sentimiento afloré y a través de tus manos lo plasmas con cuidado, despacio. te sorprende la claridad de lo que has conseguido, alguien te pregunta que es lo que haces, nada, respondes, las miradas se cruzan mientras te pones en pies, aseguras ir al baño, él nada dice, sólo observas su mirada que decodifica el mensaje que has dejado sobre la mesa.

tiempo después alguien te dice que él tomo la servilleta y al parecer leyó el texto durante la cena. la verdad es que nunca pediste detalles, no te interesó tanto ese evento que coincidió con tu día de descanso.

pasaron las semanas y mientras todos se preparaban para el cierre, te sorprendiste al ver que todos lo rodeaban, le palmeaban la espalda, le daban ánimo. el gerente te comenta que al parecer encontró a su novia con otro, sí, la misma con la que pretendía vivir el resto de su vida...

ese día llovió, y al igual que hoy se formaron charcos que se evaporaran y parecerá que nunca existieron, triste es que algunos amores así sean, la constancia que de ellos queda no es la mejor, y quisiéramos que se borraran al segundo de haber terminado. imagino que esa tinta se he desvanecido, o quizá la servilleta no existe ya, o quizás, la ha guardado en un pequeño cajón donde tiene todos esos detalles que se regalaron durante el noviazgo, como constancia de que existió, de que hay algo bello por recordar, y quizás en tardes como ésta la toma con sumo cuidado y la lee una y otra vez y piensa en aquello que pudo ser, pero que evidentemente no sucedió.

lo que quizás jamás podremos saber, es quién sostiene esa servilleta mientras contiene las lágrimas, si ella, cuyo nombre no tenemos, o él a quien le prestamos nuestro hombro para verter las propias, esa noche en que la lluvia golpeaba insistentemente la braza de tu cigarro...