jueves, 3 de abril de 2014

Una pluma, quizás de águila, quizás de colibrí...

Hay objetos que tienen la capacidad de transportarnos en el tiempo y el espacio, están cargados de magia. Hoy me encontré una pluma tirada, nada espectacular, tan solo una pluma de tinta negra, la parte trasera rota, quizás alguien la pisó, quizás el dueño, o la dueña. Quizás cayó de la mochila mientras ella corría a casa para contarle a su mamá como le fue, o acaso cayó cuando él corría, huía, de aquellos que querían golpearlo.  Y es que al ver esa pluma inmediatamente pensé en la secundaria, en cartas llenas de faltas ortográficas pero que pretendían compensar con juramentos de amor eterno, o de un "me gustas" escrito en una página al azar, semilla de duda y cuyas raíces apretujaban nuestro cerebro, oprimían nuestro corazón y florecían en dudas que se multiplicaban aromando el precoz jardín de la pubertad. Jugábamos a amar, a ser mayores.
Un simple objeto inanimado sirvió de pretexto para liberar la jaula donde la imaginación se ha establecido, creyendo que esa celda es su hogar...

Una pluma que también sirve para volar, de posibilidades infinitas, tanto futuras como pasadas, qué no se habrá escrito con ella, quizás ese mensaje ancestral que ha desanimado a tantos y ha hecho creer a muchas que han hecho lo correcto, "tú también me gustas, pero me da miedo perder tu amistad, mejor cómo amigos, no?" Y así, con vocales redondeadas, una se siente aliviada, otro sufre y el mundo sigue girando, uno más lo ha intentado y a pesar de la negativa, ha conseguido lo que muchos solo imaginan, aquellos que suspiran en silencio al mirarla y se pasan la tarde imaginando el sabor de sus labios y el olor de su cabello, pero que no se atreven a hablar en voz alta y la escuchan quejarse de su novio y de su mala suerte, pero se quedan inmóviles, paralizados por el miedo, es increíble el poder que pueden tener unos ojos femeninos.

Un pequeño mordisco a la tapa de plástico, mueve los pies al ritmo de la música, la cabeza sobre la mano izquierda mientras la derecha acerca ocasionalmente la pluma a la boca, sonríe y se mira en el espejo, a cada movimiento de sus piernas la falda las descubre un poco, ella sonríe, se ha dado cuenta cómo sus compañeros la miran. Regresa a la libreta, ha olvidado el tema, así que vuelve a leer, historia de méxico, nada más aburrido, pasa las hojas de la libreta y justo al final escribe su nombre, el de ella, agrega un "y" para después colocar, justo debajo, el nombre de él, y con emoción rodearlos con un corazón, ocasionalmente una flecha e invariablemente, un suspiro. Algo tan personal, un ritual privado, algo para dedicar las tardes y soportar el tedio de hacer tarea.

Una pluma que quizás dibujo a algún maestro, tatuándolo en una hoja de papel que pasó de mano en mano, causando risas, o quizás escribiendo el milenario "puto el que lo lea" en la pared del baño, o quizás el simulacro de un poema, el primer amor, o quizás una pluma que alguien compró para llenar una solicitud de empleo, o tan solo la pluma de un mesero que prestó a un cliente, sabiendo que jamás la volvería a ver...

Una pluma que sirve para volar y que por razones desconocidas llegó a mí, quizás para convertirse en instrumento que materialice mis ideas en papel, ahora la duda que me asalta es, estaré a la altura de la pluma, de su potencial. No lo sé. Pero sí sé que su sola presencia me ha causado la inquietud de escribir, espero no fallarle.

miércoles, 2 de abril de 2014

Mi gratitud infinita.

Alguna vez leí/vi que a los maestros espirituales se les puede encontrar en el día a día, siempre y cuando se tengan los ojos abiertos.
Hoy me encontré dos maestros en mi camino.
Una muchacha que vive en la calle me enseñó lo que es la generosidad y la gratitud. No es la primera vez que la veo y tampoco la primera en que me acerco a regalarle algo de comer, pero está vez mientras me acercaba, noté que junto a ella estaba un perro negro, ella comía un pequeño trozo de pan, y así sin más, lo partió a la mitad y se lo ofreció al perro, tal como ofrece un enamorado una flor, no lo arrojó al suelo ni se lo aventó a la boca, sino que extendió su mano para que el perro lo tomara y cuando lo hizo, ella le sonrió como se le sonríe a un hijo, con paciencia infinita y amor. La segunda enseñanza me la regaló cuando, al yo extenderle un tamal, se puso en pie y sonriendo, lo tomó, me dio las gracias viéndome a los ojos, para después sentarse y decirle a su perro, mira negro, el señor nos trajo un tamal, dale las gracias.

Es difícil derribar las barreras mentales, dejar los prejuicios, pero una vez que se hace, es posible aprender a cada paso.

Mi segundo maestro hoy, fue una vieja perra, que en el pasado me espantó en más de una ocasión al correr había mi con clara intención de morder, hoy al verla recostada en la banqueta, inmediatamente me detuve y pedí a mi perra que se sentara, para al menos tener tiempo de pensar qué hacer. Y así, sin más, la perra se puso en pie y con una calma infinita, se acercó a nosotros, olió a mi perra y a mi me dirigió una mirada calma, agachó la cabeza y se dio la vuelta. Le doy gracias por enseñarme a no vivir en el pasado, la gente puede cambiar y no debemos encasillarla, predisponernos a lo que es. Le doy gracias por enseñarme a vivir el aquí y ahora.

A ella, le doy las gracias por enseñarme la humildad que sólo he visto en las personas que no tienen nada que perder, en aquellos que no se aferran a las cosas, que no se definen por lo que tienen, ni por el lugar donde viven, ni por la tela que los viste, ni por lo que cargan en las bolsas, ni por el número de cosas que los poseen.

Y sobre todo le doy gracias por recordarme el poder de una sonrisa. Por no preocuparme, sino ocuparme.