miércoles, 14 de noviembre de 2012

Salió hace dos meses.

Un sucio volante pegado a un poste, le dio la respuesta de quién era.

Se consideraba una persona feliz, siempre optando por aquello que le hiciera feliz, y no por aquello que le agradara a los demás. Un día salió de su casa determinado a encontrar la felicidad.

Sintió como el aire llenaba sus pulmones, se maravilló de los olores capturados en el aire, de la gama de colores que el mercado a media calle le ofrecía, sintió que el rojo le llenaba el alma, las lonas indiferentes protegían del sol y daban un tono carmín a su aventura. Don Tomás, aquel que deleitaba los paladares con tacos de birria le saludó confundido, hace mucho que no lo veía por aquí Don José, cómo ha estado? Nuestro personaje respondió que muy bien, que no se había sentido tan joven desde hace tiempo. Don Tomás se alegró por él y le invitó unos tacos, acompañados por un Boing de Mango bien frio. Don José, agradecido, rechazó los tacos alegando que no tenía su cartera, Don Tomas le dijo, en ningún momento he hablado de cobrárselos, al contrario gusto me da verlo y la forma de demostrarlo es invitándole estos tacos.
Don José se pudo de pie y cedió el asiento a una señora que iba acompañada de su hija, él calculó que no tendría más de cinco años, la señora le agradeció con una enorme sonrisa, le dijo que la niña acababa de salir del kínder, pero se les había antojado un taco. Don José agradeció de nuevo a Don Tomas y continuó su camino. La gente le reconocía al pasar, muchos sorprendidos de verlo recorrer el mercado, él se dijo no sin cierta vergüenza, que la causa de la sorpresa general era causada por su anterior carácter, siempre distinguido por ser una persona inflexible de carácter duro y siempre quejándose de los sucios puestos que lo único que hacían era ensuciar su bella calle. Pero eso había cambiado, ahora era una persona diferente, buscaba la felicidad común, pensaba en Nosotros y no en ellos.

El encargado del puesto de fruta, Jaimito, le ofreció un jugoso mango, platicaron un rato y se dio cuenta de que Don José era una persona diferente, no era aquel señor que años atrás le ponchó un balón, ya no era ese viejillo que amenazó con llamar a la patrulla cuando, siendo ya siendo mayor de edad, Jaime había comprado unas cervezas y las bebía con sus amigos en el parque.

En verdad Don José había cambiado, y sin pensarlo mucho, Jaimito le ofreció un mango, le dio gusto que ese señor sonriera como respuesta a un contacto visual, que extendiera la mano para saludar a aquellos que se las ensucian para ganarse la vida, incluso, antes de que llegará a su puesto, Jaimito vio como Don José le ayudó al barrendero a recoger una botella de Coca que se le había caído del recogedor.

Ahí va Don José, todo le parece luminoso, se siente parte de este maravilloso universo, se sintió parte importante de una obra perfecta, pero sobre todo, se dio cuenta de que aquellos que compartían su ciudad con él, eran también parte de algo hermoso, importante, luminoso. Una sonrisa cubría su rostro cuando notó a un oficial de policía que lo miraba sonriente, recargado en un poste le gritó su nombre.

Don José le saludó estrechando su mano, después observó el sucio volante pegado al poste.

El emblema de su ciudad encabezaba un comunicado oficial, en la parte superior se leía la fecha de hace dos meses y los datos de una persona extraviada ocupaban media hoja, leyó junto a su fotografía:

Nombre: José de Jesús Ruiz Esparza Meillon
Sexo: Masculino   Edad: 65 años
Complexión: Robusta    Frente: Amplia
Labios: Gruesos          Estatura: 1.72

Señas Particulares: Viste Pantalón de mezclilla azul, playera negra y un chaleco gris, roto en el bolsillo izquierdo, usa tenis azules de tela, posiblemente use una gorra de Comex. Responde al nombre de Pepe, gusta de caminar por la ciudad y contemplar monumentos históricos, probablemente se acerque a las personas para platicar, gusta de divagar mientras habla, ideas que no parecen tener conexión.

ATENCIÓN: Padece Demencia Senil.

Don José dejó de leer el anuncio y le dijo al policía, como ve no traigo el chaleco, se lo di a un señor que lo necesitaba más que yo.
¿Y la gorra? ah, esa se la di a mi amigo Jaimito.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Cristo es tan sabio que en caso de regresar, seria ese viejillo sucio que te provoca asco.

En medio de la oscuridad avanza despacio, el ruido que lo rodea le indica que no está sólo, pero por más que habla, nadie le responde.

Lo primero que me llamó la atención fue el sombrero que colgaba de su brazo izquierdo, pero también me causo sorpresa la forma en que las personas se retiraban de su paso, evitando tener contacto con él, de cualquier tipo.
Me da pena decirlo, pero lo primero que hice al tenerlo frente a mí, fue dejar unas monedas en su sombrero, y me da pena aceptarlo porque mi generosidad fue un acto indirecto, no se lo di en la mano, sino en el sombrero, se lo deje ahí esperando que mi "acto altruista" fuera suficiente. El señor me tomó del brazo, y sin más me pidió que le ayudara a tomar su camión, me dijo que estaba muy cansado, que no podía más.

Lo acompañamos hasta el andén P, en el metro cuatro caminos. Mientras caminabamos me dijo que venía de Puebla, había ido a la iglesia a dar gracias y también a visitar a alguien, no me quedó claro de a quién. El señor me contó que vive en una iglesia, con el sacristán y con otras cinco personas, no pude preguntarle si también eran ciegos, no me atreví. Mientras caminabamos, él apoyado en mi brazo, noté como las miradas nos seguían y también noté como a él no le importaba, así que me ocupé en la plática.
Conforme avanzabamos entre la gente, el señor me comentó que estaba muy cansado, que estaba realmente cansado y que deseaba que la virgencita se lo llevara, que le permitiera descansar.

"Me quiero morír", fue lo que dijo, a quemarropa. ¿Qué se debe responder a semejante confesión? ¿Qué estipula el protocolo social? Hice lo único que podía hacer, quedarme callado.
"Me siento cansado, me duelen los pies, me duelen mucho m´hijo, pero, ¿qué puedo hacer? Sólo le pido a la virgencita que haga su voluntad y que me lleve cuando me toqué, mientras tanto le echo todas las ganas, me levanto con una sonrisa y trato de irme a dormír igual, aunque a veces no puedo, verdad de Dios m´hijo".

Le pregunté su nombre y me dijo que era José Luis, yo le dije que el mío era José, "somos tocayos" me dijo, y lo que me sorprendió no fue lo que dijo, sino la sonrisa que acompañó sus palabras.

Cuando llegamos al andén P, buscamos el camión que debía abordar, le pedí al chofer que le avisara al llegar al lugar donde José Luis debía bajar, estiré mi mano, mostrando una moneda de diez pesos, el chofer sólo negó con la cabeza.

Mientras regresabamos para irnos a casa, pensé en todo lo que platiqué con mi amigo José Luis y me di cuenta de que pasamos demasiado tiempo maldiciendo a nuestros sentidos, nos quejamos cuando hace frío, nos molestan los malos olores, gritamos cuando algún ruido lastima nuestros oídos, pero pocas veces disfrutamos de lo que tenemos. Procuro en medida de lo posible disfrutar lo que la vida me da, pero platicar con José Luis me abrió los ojos, cuando me dijo "voy a llegar a bañarme y a escuchar el box". Debemos disfrutar lo que tenemos, lo que la vida nos dio, no tiene sentido lamentarse por las cosas que no podemos solucionar.

Yo creí que José Luis iba apoyándose en mi brazo, pero la verdad es que el me iba deteniendo a mí, él me sirvió de apoyo y me abrió los ojos y el corazón, cuando al abordar el camión volteo y dirigiendo su rostro hacía mí me dijo, "muchas gracias José, espero que nos podamos ver otra vez pronto."