miércoles, 31 de octubre de 2007

Día de Muertos

Se acerca el día de los "Santos Difuntos". Se acerca una fecha por la cual siento mucha simpatía. Me agrada la idea de recordar a los muertos, a aquellos que ya no están, a todos aquellos que tuvieron contacto con nosotros, que acaso hicieron mella en nosotros o inclusive nos configuraron...

Un día dedicado a todos aquellos que se han ido, que no están físicamente entre nosotros, pero que seguramente son recordados, de una u otra forma se mantienen vivos.

Qué mejor que ofrecerles aquello que en vida les hizo felices. Que sean capaces de acercarse despacio, cansados de tanto andar, iluminarse con todas las veladoras que les dan la bienvenida, y así ante tanta luz poder ver sus manos, esas manos que ya habían olvidado como eran, y con esa luz que es tenue para nuestros ojos, pero que para ellos son pequeñas estrellas que tintinean emocionadas por darles la bienvenida, pequeñas estrellas que iluminan todo tan bien, estrellas que danzan en una improvisada armonía, acariciados por ese frío viento, y que es frío no por que sea malvado con ellos, sino que en su esfuerzo por darles una bienvenida decente, él mismo se enfría, por que, acaso no nos sentimos vivos con el frío, nos damos cuenta de nuestra piel y de lo valioso que es tener un resguardo, así que ellos que nos visitan ese día, sienten ese viento que nos cala los huesos, pero que para ellos no es más que una bienvenida a este, el que fuera su mundo.

Una vez frente al altar podrán ver las imágenes de sus cuerpos, incluso podrán bromear... "Por Dios, pero que pelos tengo ahí...", "Jajaja, ese no soy yo!", "Así me veía...". Acarician aquella que fuera su mejilla, su mirada se pierde en sus ojos, reviven su vida en un segundo, recuerdan todo aquello que disfrutaron y sufrieron, aquellos momentos de ocio y de placer, todo desfila con una realidad imposible, y es entonces que se les da la oportunidad de sentir a través de esos sentidos que alguna vez tuvieran, esos que acompañaban a sus cuerpos imperfectos, materiales...

Un suave aroma a chile les cala en las fosas nasales, mezclado con chocolate, el aroma de tortillas calentadas directamente en la lumbre, ese olor a quemado que nos mata, pero que a ellos vigoriza. Es entonces que notan las ofrendas, y como lo hicieran alguna vez de niños, comen, todo pierde importancia, se sientan en el suelo y disfrutan, toman la pierna con mole, le dan un pellizco al átil, lo acompañan con un trago de chocolate caliente, remojan su pan en un café de olla que huele tanto que los perros no dejan de ladrar, pellizcan todo lo que ven, con las tenazas de los dedos rompen la perfecta circunferencia de una tortilla, la remojan en el caldo donde nadan las albóndigas, comen, disfrutan cómo nunca lo hicieron vivos, disfrutan el momento, no hay presiones, no hay que pensar en el trabajo, no hay que pensar en otras cosas, tan sólo comen, acompañados por aquellos que tanto los amaron y que ahora les extrañan, todos reunidos alrededor del altar, allá la abuela platicando como era el difunto de niño, las veces que lo cargo, y las que lo regañó. Allá la esposa, suspirando, perdida, ensimismada en el retrato de aquella imagen que tantas veces admiro, pero que ahora se mantiene inmóvil, perdida en esos ojos, ella sin saberlo, admira a aquél que no ha faltado a la cita, ahora come, disfruta lo que con tanto cariño le han preparado, se nota en los sabores. Todo tiene una realidad que no es posible, no para nuestros primitivos cerebros, todo queremos comprenderlo, sin embargo hay cosas que no se pueden explicar, cómo la maravilla de ver a los ojos a aquel que se ama, el abrazo que nos apoya o acaso nos detiene, la mano que con un simple toque nos dice sin palabras, "estoy contigo", "te amo", "esta bien que te vayas, aquí estaré...", "hoy, está entre nosotros, no puedes verlo, pero puedes sentirlo, yo también lo siento, así que regálale una sonrisa, te aseguro que le vendría bien...".

Con las barrigas llenas, admiran las flores de zempasuchitl se impregnan de su olor, se intoxican de él, no se cansan. Toman su taza con atole, se ponen en pie y admiran su espacio, ese que una vez al año se hace materia, una vez al año pueden visitarlo y presenciarlo de manera física, ese que una vez al año abandona el corazón de aquellos que les aman, lo extraen de su ser, le dan forma y lo ofrecen con cariño y respeto. Pasada esa fecha el altar regresa al corazón y los difuntos regresan cada vez que tienen hambre o quieren sentirse vivos, se alojan en el miocardio, se sientan ahí donde la aorta no nos deja verlos, justo a un lado de donde dejamos las enfrijoladas que tanto le gustaban. En ese espacio en el que nos podemos alojar para acompañarlos cada vez que una llama atrapa nuestra mirada y le damos permiso, inconscientemente, al alma para que se salga de nosotros, entre por la nariz, viaje por la traquea y llegue a nuestro corazón, después de viajar por todo el torrente sanguíneo, y pueda sentarse con nuestros seres queridos, platica con ellos, los abraza, les dice lo que sentimos, se ponen al tanto, al cabo que entre almas el lenguaje sobra, ellas saben mejor que nadie decir lo que sienten.

El alma se abraza con aquellos que nos esperan y cuidan cada uno de nuestros pasos, que nos acompañan y se preocupan cuando no sabemos que hacer, pero que en sueños nos dicen que es lo mejor, nos acompañan siempre, se alojan en nuestro pequeño altar, ese tributo que día a día les ofrecemos con el corazón, por que es lo mejor que podemos hacer, dedicarles lo que hacemos, lo que decimos... Lo que les aprendimos lo ponemos en práctica, como niños, que en cuanto la madre les dice algo lo repiten sin cesar, hacemos nuestro su conocimiento.

Nos acompañan día a día, están en nosotros, y sólo cuando el alma, la nuestra, ha platicado y sabe que están bien, regresa a nosotros, es expulsada en un suspiro, ese que no nos damos cuenta que dimos al perder la mirada en la llama de la veladora que pusimos en su altar, ese suspiro que sale justo cuando pensábamos en aquella que se fue antes que nosotros, esa que nos acompaña, y que nuestra alma sabe que esta bien. Y nos reconforta pensar en su sonrisa y su mirada, no sabemos por que, pero nos sentimos bien después de ese suspiro, y cómo no estarlo, si es que acabamos de abrazarle y estar con ella...

jueves, 25 de octubre de 2007

No hay que hablar de la muerte...



Voy a vivir profundamente este instante...


si no soy yo quien lo vive, Quién?!


si no es aquí, dónde?!


si no es ahora, cúando?!


y si no es de esta manera? CÓMO!?

viernes, 12 de octubre de 2007

Tierra en las uñas.

Una mano daba cobijo a la otra y con cariño infinito el pulgar de la derecha acariciaba la palma de la izquierda, tal cómo hace un amigo en la espalda de aquél que ha perdido un ser querido. Las arrugas se extendían por todo el cuerpo al igual que los dolores, el cansancio acumulado en las articulaciones, carcomidas por la artritis como el óxido que devora el metal, y le roba su vitalidad. La espalda encorvada, cansada de cargar tantas preocupaciones, tantos desvelos, tantas carencias, tantas decepciones y tantos cabellos que de a poco cayeron, abandonándole igual que sus ideas y sueños. El rostro surcado de arrugas, túneles para que el sudor desbocara en el mar del pecho y para que las lágrimas encontrarán el camino a casa, el camino hacia el corazón. Unos ojos cansados de tanto decir adiós a sus sueños, a los seres queridos que decidieron irse antes, a los animales que no quisieron esperarlo, a lo que quiso algún día, a su juventud... Las piernas de un campeón también caducan, las de él dolían. En las rodillas llevaba el peso de su tronco y el de su familia y en los tobillos soportaba todo su ser, todos sus miedos, toda su pasión, todos sus sueños... Si alguien le hubiera dicho a ese joven de dieciocho años que terminaría así, se hubiera reído y nos habría asegurado que su destino auguraba riqueza y bienestar, pero nadie se lo dijo, nadie le hizo ver que la vida tiene voluntad propia y dispone las cosas de una forma, depende de nosotros enfrentarla y en caso de ser necesario, obligarla a cambiar. A lo lejos unos gallos cantan. No esperan el sol, sino la muerte. Tiene nombre, como todos, pero desafortunadamente de poco importa. Ya no. Los mejores años de su vida los dio con gusto a su campo y a sus animales, a sembrar la comida que muchos tiran a la basura, sólo porque se sirvieron demasiado, sin pensar en el sudor y el esfuerzo que costaron. Ahora respira con dificultad, se le ve vencido, así acostado en un pequeño catre, arrodillada a su lado su mujer intenta darle de beber, pero él, siempre testarudo, se niega, incluso en esas condiciones quiere ver la muerte a los ojos. Tantos años huyendo de ella, pero hoy ya no puede correr, así que ahí la espera, paciente. Su cuerpo desnudo suda y tiembla por causa de la fiebre, las lágrimas se confunden con el agua fría que la mujer coloca en su frente al mojar un trapo, intentando aplazar lo inevitable, él lo sabe y le ordena que se detenga al colocar su mano sobre la de ella y con una voz apagada le pide perdón por no haberla tratado bien, ella ya no puede contener las lágrimas y la presa que las contenía cede inundando también su garganta y así, aunque lo desea, no puede decirle "viejito, no te disculpes, te quiero y no quiero que te vayas, te necesito conmigo, no se que voy a hacer si te mueres, no se que voy a hacer si te vas, por favor no me dejes... Por favor no te vayas..." El sol comienza a asomarse por detrás del cerro y se filtra por la ventana, acaricia la mano de nuestro héroe y en esa caricia le afirma que ya está ahí, que no sería capaz de dejarlo sólo, siempre trabajaron juntos, siempre que se asomaba por detrás del cerro lo veía dándole de comer a sus animales o yendo por agua, o abrazando a su "viejecita", o dándole la bendición a sus hijos que ya eran unos hombres y siempre que se iba lo veía de pie mirando hacia el horizonte, justo donde iba a esconderse cada tarde y siempre levantaba su mano y le decía gracias y sólo hasta que el último rayo de luz era visible, bajaba su mano y se iba a descansar. Al sentir el calor del sol en su mano, como la caricia de un amigo que viene de lejos sólo para despedirse, supo que era hora. Miró a sus dos hijos que habían estado de pie en el marco de la puerta y tan solo con una mirada les pidió que se acercaran, cada uno a un lado de la madre se posó y ella, la madre necesito de ambos para soportar lo que sabía que vendría. Con las pocas fuerzas de su mermado cuerpo levantó su cabeza y beso a su compañera de toda una vida en la frente con un amor infinito, se volvió a acostar y colocó su mano en el pecho sobre el corazón, su mujer lo imitó y después sus hijos. En un gesto casi imperceptible saludó al sol, posó su mano sobre la de ellos y acomodando la cabeza en la almohada les pidió que la cuidaran. Después todo ocurrió en un instante: él cerró sus ojos y en esa acción activó los resortes de la memoria, causando una sonrisa infantil que el corazón interpretó como la señal que había esperado tanto tiempo para poder descansar y justo en ese último palpitar el alma salió disparada por la fosa nasal izquierda, acarició el cabello blanco de su viejecita y su mejilla a forma de despedida para abrazar a sus hijos al rodearlos y escapar de ahí junto a un viento que pertenecía a la noche, pero había esperado para llevarlo a recorrer su campo por última vez, antes de elevarse majestuoso. Sus hijos lloran desesperados, justo como el día que llegaron a este mundo, su madre los sujeta con fuerza, ellos creen que es apoyo, pero en verdad está luchando para no irse detrás de su viejo. Las flores y la hierba se agitan y le despiden, los animales lloran, los árboles mecen sus ramas desconsolados. Ese día quien hubiera probado el rocío, habría percibido un toque salado, como el sabor que dejan las lágrimas tanto tiempo guardadas... Dedicado a todos los héroes anónimos que entregan su vida al campo.