domingo, 24 de noviembre de 2013

De objetos inanimados.

El sol las mira desde lo alto con cierta indiferencia, quizás sin quererlo ha robado el color de esas hojas de plástico que, cual escolta, hacen guardia junto a una cruz de metal, sólo algunos indicios de pintura blanca, el resto ha sido devorada por el óxido.
Una mano con cariño y cuidado escribió un nombre y una dedicatoria en esa cruz, pero el tiempo y el olvido se han encargado de borrarlo.

Una ráfaga acaricia el plástico y le da movimiento a aquello que no lo tiene. Quien lo viera a la distancia pensaría que las hojas de esas ficticias flores se despiden de aquél que ya no está más que en recuerdos.

Indiferentes pasan los transeúntes y los vehículos, nadie se detiene a pensar en aquél que ya no está.

Ya no se distingue el nombre, el óxido lo ha devorado, o quizás lo abraza con amor dándole consuelo y decidido a acompañarle hasta el fin de los tiempos.

El canto del tiempo.

A lo lejos se escucha una trompeta que rasga el silencio, en ocasiones calla para que voces entonen de forma indistinguible un canto que supones lleno de nostalgia, decepción y tristeza, o tan sólo eso quisieras escuchar.

Un gallo le da la bienvenida al sol, o acaso reclama su presencia, temiendo no volverlo a ver, y mientras éste se eleva poco a poco, la noche se va perdiendo y se lleva consigo lo que sucedió, que quizás jamás sabremos; cuántas lágrimas fueron derramadas, cuántas por dolor, cuántas por felicidad; cuántos abandonaron el mundo, cuántos fueron recibidos y cuántos llegaron tan solo para morir; acaso hay alguien esperando que un médico sea capaz de salvarle, o quizás ese alguien se aferra al mundo a causa de alguien que ama; cuántos besos se dieron durante ese día que ya no está, el de una madre al despedir a su hijo, el de un hermano obligado después de pelear con su hermana, el de un niño autista a su perro, el de un padre impotente ante su realidad al darle las buenas noches a sus hijos, sabiendo que no podrá darles todo lo que necesiten, pero dispuesto a luchar para que ellos no vivan las mismas carencias que él.

El gallo canta y la trompeta lo acompaña, juntos buscan conseguir algo, él, despertar al mundo, ella, dormir viejos demonios a través de la catarsis del canto, le cantan a quienes ya no están, a los muertos y a los vivos que han decidido alejarse. Cantan con intensidad, incluso con furia, no saben sí ésta será la última vez que podrán hacerlo. Voces se les unen y por momentos cantan en armonía, y nos recuerdan que todos somos uno, y en ese canto, el del gallo que es vida y naturaleza, y el de la trompeta y las voces, que es canto de hombre, canto al instante, que no pretende la posteridad, se enfoca en el pasado para deleite del presente, generalmente acompañado de alcohol para desinhibirse y para curar las heridas internas, aunque la herida es en el alma y el proceso de curación no es el mismo del cuerpo. Ambos cantan y sin saberlo, son el canto de todos los vivos y todos los muertos, de todo cuanto ha habitado éste universo, desde ese concentrado de energía microscópica que estalló para seguirse expandiendo hasta el día de hoy, desde ahí, sin saberlo estaban juntos, pero es aún más, todos los que han muerto y que han nutrido la tierra y se han convertido en nuestro alimento, e incluso aquellos que expresaron sus ideas y han nutrido nuestro pensamiento, el espacio que algunos delimitan con líneas imaginarias no existe, las nubes que hoy nos miran desde lo alto, alguna vez fueron parte de ese gran océano que se encuentra al otro lado del mundo, lo que ayer comimos quizás fue sembrado más lejos de lo que pensamos. Y en la saliva de quien toca la trompeta y de aquellos que cantan se encuentran microorganismos vivos, y dentro de ellos, en sus testículos, semillas de humanos en potencia, que escuchan atentos ese canto y así, la línea continúa de forma ascendente, en un patrón circular.

Y mientras ese grupo de humanos se reúne a cantar alrededor de una mesa con alimentos y bebida, no se imaginan que quizás hace muchos años, en ese mismo punto un grupo de hombres cantaba y bailaba alrededor de un fuego ceremonial, y uno de ellos sentado en la tierra, mira el fuego con respeto y se detiene a pensar mientras el fuego baila y se eleva y le parece ver aquello que sucederá, pero no comprende bien el mensaje, así que cierra los ojos y comienza a interpretar las imágenes que se forman en su mente y aunque borrosas, logra captar algo, se ve a sí mismo sentado, frotándose las manos ante su comida, la imagen se difumina para convertirse en el rostro de alguien que ya no está, su sonrisa se borra y ahora la nostalgia se apodera de la fortaleza de la mente, no está dispuesta a negociar, se sabe vencido, siente como la invasión a avanzado hasta la garganta, le cuesta tragar saliva, y muy a pesar suyo ha perdido también el frente de los ojos que comienzan a mojarse, sabe que sólo es cuestión de tiempo para que el corazón caiga rendido, así que en valiente contraataque decide ponerse en pie y abrir los ojos, impedir el paso de la nostalgia, cortarle el paso. Con un suspiro busca librarse del invasor, expulsarlo con una exhalación sostenida, ayuda un poco. Alza la mirada y observa las estrellas, que comienzan a perder su formación, pero no es efecto de las lágrimas, es el tiempo que transcurre inexorable, giran en la bóveda celeste, danzan despacio, les resta toda la eternidad, para detenerse en formación escopeta, y quien las miraba cierra los ojos y recuerda aquellos que ya no están y aunque no es aquél que miraba el fuego, sí tiene mucha relación con él, ahora a quien vemos viste mezclilla y una chamarra lo protege del frío pero siente lo mismo que ese otro, de hace mucho tiempo que sentado en la tierra miraba el fuego.

La trompeta se ha callado, la fiesta ha terminado, cada quien se va a su casa, unos buscan continuar la fiesta, otros caminan sonriendo, pero cabizbajos, mirada resignada y pasos torpes, otros salen cantando acompañando a una trompeta imaginaria, la llevan en la cabeza, llegarán a casa, destaparán una cerveza y se quedarán dormidos en el sillón mientras el sol inunda la sala colándose por la ventana, reclamando la tierra debajo de esa construcción.

La trompeta calla, el sol sigue su paso sobre el cielo y aún a pesar de eso el gallo sigue cantando pero ahora lo acompaña un perro que quizás le pide a los muertos que han venido, reclamados por el canto, que se vayan a descansar.

martes, 19 de noviembre de 2013

El monstruo.

El monstruo que reside en su mente no le asusta, le aterra que su psique sea capaz de concebir esas ideas.

martes, 5 de noviembre de 2013

Sonrisa inmortal.

No recuerdo la última vez que la vi, pero sé que en ese entonces me miraba con tolerancia, con esa divertida curiosidad que nos provocan los niños al jugar cerca de nosotros. O al menos eso leía yo en su sonrisa.

Hoy la vi otra vez, me sorprendió verla un poco más desgastada, pero no es de sorprender los años han pasado y yo no soy el niño que corría alrededor de su base, ese que pasaba horas jugando con un lagarto de plástico, imaginando que ese pequeño depósito de agua era en ocasiones un mar, o un lago, o incluso un pantano, todo era posible.

Me dio cierta emoción darme cuenta del verdadero tamaño de ese patio, ya que hoy puedo calcular de mejor manera, en metros, lo que hace años era un jardín enorme, y es que la única razón de la discrepancia entre la medida que aloja mi memoria y la medida actual, además de que aquél que ahí jugó era más pequeño, es que el tamaño del patio estaba delimitado por la imaginación, no por el espacio físico.

Y cómo todo recuerdo de infancia, tiene varios elementos que se condensan en un momento que va mutando, no tiene forma definida, a veces me viene la imagen de mi papá sentado en un sillón, sostiene una cerveza tecate y sonríe, la imagen se agita y ahora veo la boquilla de la lata, granos de sal sobre los borde, y la veo acercarse a mí, bebo mientras mis manos sostienen la lata, y mientras mis manos son sostenidas por las de mi padre, mi cerebro activa unos cuantos resortes y mi boca saliva, siento el sabor de una cerveza ficticia, limón y sal resaltan el amargo, y mientras paso mi lengua por mi labio, la imagen se distorsiona y veo un señor de lentes, con bata a cuadros, sesea al hablar, siempre con una barba que pica pero que nunca termina de salir, es el esposo de mi tía, un ruido me obliga a volver la mirada y sin más, aparece mi abuela, siempre canosa, y aunque mueve la boca, no hay sonido en su voz, no recuerdo su tono, pero si recuerdo que regañó a Motita, su pequeña perra que me mordió una vez, y no sé si lo merecía, no sé si la provoqué o si acaso era mala, no lo sé, y mientras busco recuerdos de ella, me veo subiendo las escaleras de caracol, con un muñeco de plástico que tiene un paracaídas, también de plástico, lo aviento al patio, corro y vuelvo a subir, repitiendo la acción, siempre con una sonrisa y siempre ideando la forma de perfeccionar el aterrizaje de mi paracaidista, y así, en recuerdos, miro al muñeco de plástico y muta su forma a un pequeño luchador, máscara color plata, pintura gris le cubre aquello que simula los pantalones, y lo veo luchar con un lagarto de plástico, pero de momento no es plástico, son escamas lo que siento, y del fondo del lago emerge un poderoso dinosaurio, afortunadamente hay un poderoso guerrero capaz de enfrentarlo, se acerca volando y está listo para enfrentar la amenaza, con sus poderosos brazos somete al dinosaurio, quien lucha por su vida, busca repeler el ataque, no lo logra,a decidido huir pero nuestro héroe lo persigue al fondo del lago, en la confusión del combate escucho que gritan mi nombre, es mi madre, que me hace saber el hecho de que mantenerme seco conviene a mis intereses, porque en caso contrario, "voy a ver...", así que el combate se va a la selva, ambos vuelan y se alejan de la fuente, mientras ella, la mujer sin nombre me mira divertida, sintiéndose cómplice de mis juegos, me mira con tolerancia, de igual forma que vemos jugar a los niños pequeños.

Hoy la he vuelto a ver, su rostro se ha difuminado, le ha ocurrido lo que a muchas personas que no frecuentamos, su rostro ha perdido sus rasgos, poco a poco se ha materializado el olvido. No hay resentimientos, no nos reprochamos el largo tiempo sin vernos.
Y así, como hace muchos años, me quedé con ganas de pasar más tiempo en ese jardín.

Afortunadamente aún conservo el toque, me di tiempo para imaginar un explorador representado por mis dedos, quien salió nadando del lago, escaló una antiquísima mujer esculpida en el valle, quien ha perdido su rostro a causa de la erosión, para al final besarla en esos labios que por siempre dibujan una sonrisa.

miércoles, 30 de octubre de 2013

De muertos tan vivos.

Quizás al llegar al cielo, nos esperen con todas esas chanclas que, siendo niños, nos robó el mar.

¿Con qué seguridad podemos afirmar que los muertos no están entre nosotros? Quizás ese viejo que te sonrió en la mañana era tan sólo un alma recorriendo éste mundo de forma curiosa.
Es posible que, conscientes de la indiferencia actual, los muertos se paseen entre nosotros, seguros de que no los reconoceremos, seguros que nadie se preguntará, ni acaso se alarmará por su presencia. Se sientan junto a nosotros en el transporte público, nos piden permiso para pasar, fingen tener prisa e incluso disimulan su sonrisa con una cara que pretende demostrar tedio, por eso no los reconocemos.

Y mientras hombro a hombro recorren una ciudad fría, de calles mojadas y olores que desde temprano la van inundando, allá huele a pan, acá a tamales, y todavía más allá, bajo una lona roja, se arma un puesto de garnachas. Y así, los muertos y los vivos abren las ventanas de las fosas nasales y dejan entrar el aroma de una ciudad que los aloja por igual. Ambos dejan escapar un suspiro, los vivos por antojo y tedio de ir a donde no quieren, y los muertos por no poder disfrutar lo que nosotros vemos con indiferencia, extrañando esa rutina que también llegaron a despreciar.

Quizás esos muertos nos regalan un poco más de vida, son la señora cargada de bolsas que tarda en bajar del camión, causando que nos retrasemos unos segundos, para que unas calles más adelante nuestros pasos no coincidan con aquél delincuente que, empuñando un cuchillo, esperaba; son el niño que tira sus dulces, y al que ayudas de forma paciente a recogerlos y son esos segundos de retraso los que, a fuerza de causalidades, te llevan a conocer al amor de tu vida; son esos ojos que te cautivaron, obligándote a frenar el paso mientras caminas por la ciudad, y esa demora, aunque insignificante, es la causa de que calles más adelante, el auto que debía impactar tus piernas, tan sólo te asuste de forma repentina al cruzar delante de ti a gran velocidad; son la llamada que alguien hizo a tu casa cuando eras niño, y son ese silencio que te obligó a esperar una respuesta, y justamente esos segundos causaron que al llegar a la tienda no te encontraras con el pedófilo que había estado bebiendo un boing de mango; son la suma de pequeños eventos que cambian tu vida, son esa sonrisa que te deja pensando, son esa sonrisa tan viva que no parece pertenecer a este plano, son ese rostro surcado de arrugas, esa sonrisa sin dientes, esos ojos que entrecerrados sonríen también y se esconden debajo de un sombrero de paja, y es el conjunto, ese rostro inocente y a la vez tan viejo lo que te deja pensando si acaso  los muertos ocasionalmente nos visitan.

Y justo antes de bajar de la combi ese señor que me había sonreído antes en el trayecto, dejó caer una moneda, yo me agaché y se la dí en la mano, para después mirar sus ojos llenos de vida y de esa sonrisa alegre y a la vez traviesa, como la de un niño, salió un gracias.

Quizás esos segundos de demora me dieron algunos años más de vida, entonces el agradecido debo ser yo...

jueves, 3 de octubre de 2013

Huyes, deseando ser atrapado.

De sus fauces pude escapar una vez, corrí buscando refugio, pero con el oscuro deseo de ser capturado. Mientras corría pude escuchar el ruido de sus patas golpeando con furia el asfalto, su respiración sentí en mis talones y mientras mi corazón bombeaba con fuerza, decidí realizar un quiebre, detuve la carrera abruptamente y cambié de dirección, pero una piedra me hizo resbalar.

Mi mano derecha tocó el suelo apenas un segundo, pero esa desventaja selló mi derrota.

Posó su pata en mi costado mientras su lengua reclamo para sí mi rostro.

Yo reí, ella ladró y mientras el sol se ocultaba detrás de los volcanes volvimos a correr.
No tiene nada de espectacular ver a alguien correr con su perro, así que los adultos nos ignoraban, pero alcancé a notar a algunos niños que asombrados nos miraban, y más de uno sonrío animado, tal como aquél que entonces rió y ahora tan solo sonríe.

Puede ser que dentro de algunos años recuerde éstos días con nostalgia. Será mejor vivirlos al máximo.

miércoles, 2 de octubre de 2013

domingo, 22 de septiembre de 2013

Ideas que vuelan y no caen.

Las canas van cayendo poco a poco, vienen escoltadas por algunos cabellos negros, ceden ante la voluntad de unas tijeras que, en caso de no tener cuidado, podrían seguir de largo, cortar algo más que cabello y teñir de rojo lo que es blanco o que tan solo carece de color.
El primer recuerdo consciente que viene a mi mente al hablar de cortes y de sangre, es aquél en que estoy sentado en las escaleras que estaban justo frente a la entrada principal de la casa, había tomado un rastrillo de mi hermano y mientras jugaba con él, sentí como las cuchillas mordían mis dedos de la mano izquierda, creo que fue la primera vez que vi mi sangre, color escarlata y de apariencia viva, salía curiosa a explorar el mundo, la barrera que la contenía había sido derrumbada. Con igual curiosidad la miré. Lo que sucedió después no es tan claro, me parece escuchar un grito de alarma o quizás de molestia, y sentir como arrebatan el rastrillo de mi mano. No recuerdo el ardor causado por el alcohol.
Mi mirada se posa justo en los ojos de aquél que es mi reflejo, y sonreímos al mismo tiempo, tratando de recordar más acerca de ese incidente, pero es inútil. Ya hace algunos años de eso y cada día que pasa hace que sean aún más borrosos y difíciles de evocar, y siempre que intento recordar algo termino con algo más en la mente, está vez viene hasta mí un día lejano ya, un día de rutina escolar, el bullicio de niños que corren y gritan, los vehículos reflejan el sol y absorben su calor, los padres se desesperan y exigen a los niños que se apresuren, pero ellos piden, exigen, demandan frituras, fruta con chile y limón, algo de tomar. La imagen se acerca a una papelería y me veo ahí, de pie frente a una maquinita de Street Fighter II, cuando otro niño, también con uniforme, se acerca a la parte trasera de ésta, su mano se posa en la parte superior y sin siquiera disimular, presiona el interruptor, dos clicks, la imagen se va para después regresar. Me veo, la cara de sorpresa y después de molestia al verlo reír. De manera torpe lo empujo y, también de forma torpe, le insulto y ahora se que fueron mis lágrimas de impotencia y coraje lo que hicieron que me pidiera una disculpa. Es curioso como cambian las cosas, es curioso como cambiamos, o quizás tan solo nos ajustamos a lo que nos sucede, a las circunstancias, a la gente que nos rodea. Cambiamos la forma de vestir, de hablar, incluso de expresarnos. Sabemos con quien hablar de libros, con quien de música, con algunos las bromas lo son todo, con otros simplemente compartimos lo necesario para tener una relación socialmente sana, habrá otros que simplemente gustan de escucharnos o quizás de leernos.

Como todos, he compartido secretos con muchas personas, pero no creo haber compartido el mismo secreto con dos personas, y la razón es que cada persona me inspira sólo cierto grado de confianza. Y así, poco a poco, he ido entregando piezas de ese rompecabezas que soy yo, ese que a lo largo de todos estos años ha sido conocido por distintos sobrenombres, por rasgos específicos de mi personalidad que han variado de acuerdo a las circunstancias y del tiempo. Quizás el que soy hoy resulte irreconocible para aquél que me conoció de niño, o que me conocerá dentro de algunos años. Solo yo he estado a lo largo de todos esos días, he visto mi vista nublada por lágrimas, causadas por tanto reír y por causa del dolor. He sufrido la impotencia de no poder levantarme y servirme agua, pero también disfruto día a día de la oportunidad de haber vivido eso y disfrutar más las cosas, de sentirme agradecido cuando llueve y me mojo, por que puedo correr a buscar refugio o a mi casa, se que hay personas que no tienen un techo, no tienen forma de ponerse ropa seca. Aprecio lo poco o mucho que tengo, lo disfruto y procuro recordar aquellos días en que incluso el techo bajo el cual dormía, era prestado, nada era mío. Varias noches tuve que abandonar la cama para que la fiesta improvisada siguiera su curso, esperando algunas veces y muchas otras participando.

Le pregunto cómo esta quedando, ella ríe y me dice "bien, pero te ves más chiquito". Me veo al espejo y me doy cuenta de que tiene razón, y jugando con la imaginación evoco una imagen de aquél que fui de niño, lo veo, o mejor dicho veo su reflejo, mi reflejo de entonces, y observo cómo juega a peinarse, tiene un peine en la mano y con una sonrisa lo pasa de derecha a izquierda, juega a peinarse porque en realidad quien termina el trabajo es su madre, mi madre, quien seguramente está en su cuarto viendo la tele, yo le pido al niño que nos lleve al cuarto, deseo verla una vez más, pero el está entretenido y sigue pasando el peine, ahora de izquierda a derecha, trato de convencerlo de que vaya al cuarto por cualquier pretexto, el solo ríe y sin dejar de mirarse me pregunta porqué no la miró yo ahora, no entiende que quiera ver a nuestra madre de entonces, y es cuando me doy cuenta de que ese niño vive su presente y para él, madre vive, aún está ahí y no concibe realidad sin ella. Antes de irme miro a ese que soy, que fui y sonrío al verme tan entretenido por causa de mi cabello.
Cuando regreso me veo con un cabello más corto, alguno que otro cabello posa sobre mi nariz y con una sonrisa miro a ese que vive en el espejo que con ojos llorosos sonríe al verme satisfecho de una vida llena de altos y bajos, de muchas sonrisas y de varias lágrimas, pero expectante de vivir los días que restan.

Quizás dentro de algunos años ese que seré, recuerde a este que soy, será mejor que me esfuerce para que él sonría satisfecho.

lunes, 16 de septiembre de 2013

No los busco, ellos me encuentran.

Creo en fantasmas. Los he sentido y los he visto. En ocasiones me visitan en sueños, exigiéndome respuestas, algunas otras veces me sorprenden durante el día, mientras recorro una ciudad a veces tan hostil, a veces tan indiferente, se acercan a mí, y se que me miran por el rabillo del ojo, fingen mirar por la ventana y poner atención a aquello que sucede en la proximidad, pero que me parece tan lejano, me preguntan qué es lo que pienso, a pesar de saberlo. Fingen no conocerme, pretenden que crea que sus preguntas son causa del azar, son las preguntas que hace aquél que conoce la respuesta, "¿los extrañas?, ¿te arrepientes?, ¿no crees que estás perdiendo el tiempo?". En ocasiones veo su reflejo y los noto tristes, cansados.

Hay ocasiones en que me siguen, mientras recorro la ciudad a pie, noto los pasos de alguien cansado de tanto andar, incluso he escuchado suspiros de tedio, pero al quitarme los audífonos y volver la mirada sólo noto los charcos que reflejan un cielo triste. A veces una piedra cruza mi camino, sé que es su forma de afirmar su presencia. Quizás se trate tan sólo de paranoia, pero eso no quiere decir que no me sigan, tan sólo lo confirma.
A veces me sorprendo siguiendo a mi sombra.
Hay algunos que son más hábiles, se esconden en viejas letras y viejas melodías, me sorprende la forma en que logran infiltrarse en esos acordes y a través de mis audífonos inundan mi cerebro, poco a poco declaran suyo el terreno de mi memoria y me obligan a recordar lo que les venga en gana. En ocasiones han invocado viejos recuerdos, rostros que durante tanto tiempo vi a diario y que hoy son tan sólo sombras que se van difuminando. A veces me traen recuerdos que duelen, cómo la mascota que nos trae el cadáver de su presa a forma de regalo, pero aunque grotesco, es un gran regalo, nos permite apreciar la maravilla que es la vida. Así, mis fantasmas se convierten en profesores, me confrontan y me reprochan cuando lo consideran necesario. No tienen miedo ni creen en el tacto social, son fríos y sin protocolos me preguntan a quemarropa sí acaso valió la pena que viviera éste día, sí acaso hice alguna diferencia. Más de una vez no les he podido responder.

Algunos viven en mis sueños, esos son los fantasmas del futuro, son aquellos que me avisan y me previenen, pero son inteligentes, no expresan de idea clara las cosas, gustan de los símbolos y de los acertijos, plantean el problema y me exigen pensar en la solución, demandan un esfuerzo cognitivo considerable.

A veces creo que golpean mi ventana, y me sorprendo de pie frente a mi ventana con la mirada perdida y miento, justifico mi curiosidad al hacer un comentario acerca de la lluvia que cae insistente.
Muchas veces me quedo en pie esperándolos, pacientemente les invoco y con atención espero a lo que han de decirme.

Quizás hoy mientras duermes un fantasma susurre mi nombre a tus oídos.

sábado, 14 de septiembre de 2013

De tacos y patriotismo.

Una señora sentada con la mirada perdida, esperando. A su lado un señor de quijada pronunciada, ojos hundidos que pareciera buscan huir de algo que vieron hace muchos años. Una vieja mesa al frente de ellos y una vieja lona rosa, que algún día fue roja, los corona. La escena es enmarcada por una lluvia que ya viene a menos, pero que logra el objetivo de importunar a quien no la esperaba. 
Una gota escurre justo por la mejilla del señor, quien la retira indiferente, desafortunadamente la lluvia ha ahuyentado a los posibles clientes.
Fue el hambre y la simpatía que sentí por ellos, lo que me convenció de comer ahí. Quien se respete al comer tacos ordenará de dos en dos o de tres en tres sí acaso es tortilla pequeña, o taquera, para así evitar que se enfríe, y por sobre todas las cosas probará las salsas antes, ya que de eso depende, en gran medida, el gusto de comer tacos.
Ordené dos tacos de suadero, el hambre exigía que saturara mis tacos con los complementos ofrecidos, papa y nopales, pero mi razón me exigió que esperase, cuanta razón tenía.
El ritual comienza por el aroma, cerrar los ojos y descubrir que la saliva espera ansiosa aquello que al calentarse desprende un poco de su esencia, ese aroma que viaja por el aire y choca contra el parabrisas de un camión, recorre su costado para ser atrapado por la nariz de una señora que viaja con tedio y que al recibir el estímulo voltea inmediatamente y, sí no tuviéramos los ojos cerrados, veríamos como se asoma y nos mira deseando ser ella quien espera ser servida.
El respeto que se tiene por el comensal se demuestra no en las palabras que interrumpen tu ensimismamiento, sino el tono que con verdadero pesar de interrumpir exclama, "perdón joven, aquí tiene".
Agradecer y aceptar el plato y la invitación de acompañar los tacos con papas y, o, nopales, pero con la firme decisión de esperar y probar la carne antes que otra cosa. ¿Cómo describir un sabor? Valdría la pensa intentarlo, pero quizás sea fútil. Disfrutar unos tacos cómo hace mucho que no lo hacías. Reconoces el sabor que estás disfrutando y sin protocolos exagerados, complementas al cocinero de ojos hundidos, quien te agradece la visita, cosa que te halaga. Es difícil creer que algo tan sabroso esté tan poco demandado.
"Lástima que la lluvia les espante a los clientes", dicho con verdadero pesar, y sí los tacos no le ganaron un respeto al señor, su respuesta lo hará. "Pues sí, nos pega muy duro, pero, pues tiene que llover", la sonrisa que acompaña la última oración te hace ver a una persona que comprende el sentido de la vida y que no pretende modificar el orden natural de las cosas, sin decirlo te da a entender que la acepta y que incluso comprende que alguien no muy lejos, pudiera haber estado deseando que lloviera.
Y al ver a este señor que de la mejor manera posible se gana la vida, haciendo lo que sabe y alimentando a los transeúntes, piensas en todos los hombres y mujeres que día a día salen de casa llenos de ilusiones y regresan a casa con tan sólo unos pesos más, aquellos que no hay lluvia que los doblegue, todos esos mexicanos que día a día mantienen al país avanzando, pequeños engranes de un sistema que los oprime, pero que de ellos depende. Todos ellos que esperan con ansias gritar Viva México, frase ya tan trillada y caduca que sólo sirve de catarsis, de pretexto para beber y pelear, para que puedan juntarse los acomplejados y reír, e incluso llorar, aquellos que en el metro rehuyen la mirada buscan pelea. Los cobardes beben para darse valor, las mujeres usan el albur y dicen groserías, los niños truenan cuetes, se les permite ser ruidosos y no desaprovechan, el país de permite sonreír, aún cuando no haya motivos. Todos se mienten, y entre tanta festividad, se permite incluso se es bien visto. Todos aquellos que critican pero no proponen cuelgan banderas en la ventana o en el cofre de su auto, se pintan la cara, usan paliacates y trenzas, se cobijan en una bandera sólo una vez al año.

Te despides de aquellos que hicieron el favor de alimentarte, les devuelves la sonrisa con orgullo, mientras que con tristeza piensas en lo complicado que es vivir en el país que amas.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Despertar.

Su mirada recorrió el cuarto, notó que una de las paredes reflejaba su imagen, se notó triste.
El pequeño cuarto de paredes blancas era iluminado por luz artificial, no pudo recordar la última vez qué había visto el sol. No pudo recordar la última vez que había sentido el viento acariciándole, recordándole que era parte de algo más grande y maravilloso que cuatro paredes. Observó a su reflejo tocarse la nariz, y sintió el alivio de rascarse. Recorrió el cuerpo que estaba frente a ella, la imagen que debía ser ella misma, pero que no podía ser, quien tenía éstas ideas era ella, no su reflejo. Entonces sus ojos miraron directamente los ojos de su otro yo, de su imitadora, o acaso era ella el reflejo de alguien más, se preguntó. Acaso soy yo quien aparece cuando alguien más se acerca, acaso estoy confinada a este cuarto para que "ella" pueda mirarse, así lo pensó, y la idea le causó desconcierto, quiso salir de allí, pero no había forma.

Mirando a su reflejo se dio cuenta de que era ella quien tenía estos pensamientos, así que su existir no dependía de esa otra que se rascaba la cabeza frente a ella. Se dio la vuelta y miró sus manos, no habían desaparecido, ella seguía ahí, se dio cuenta de que en verdad su existencia no dependía de alguien más.
Miró al techo y la lámpara la cegó por unos segundos, cuando la imagen fue clara de nuevo, se sorprendió al ver como la otra  también lloraba al darse cuenta que no podía salir de allí, se dio cuenta de que la otra, era su reflejo.

Del otro lado del cristal, biólogos especializados en la conducta de chimpancés, tomaban nota de las actividades de "Susy", chimpancé de tres años de edad que había nacido y crecido en cautiverio con el único fin de observar su conducta y así comprender los efectos psicológicos del aislamiento en mamíferos.
La doctora encargada de la investigación observó el momento justo en que una lágrima se formaba, pensó que era imposible además de improbable. No seamos tan severos con ella, eran otros tiempos y quizás por eso no fue capaz de darse cuenta que la pequeña chimpancé desarrolló conciencia de sí misma.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Lomo mojado, ojo ídem.


Mientras paseo mi mano por el lomo mojado de mi perrita, recuerdo ese niño que fui, que más de una vez pidió un perro, e igual número de veces recibió una negativa.
Mis dedos masajean su pelaje, tal como en una ocasión acaricié a mi hamster Spike, me lo regaló un compañero de la escuela, todas las tardes llegaba del colegio, lo tomaba con cuidado y mientras le contaba los pormenores del día acariciaba su lomo con cariño, es triste, pero en ese entonces era mi único amigo. Jamás pretendí impresionar a Spike, y él jamás me mintió para quedar bien. Un día llegué a casa con la misma ilusión a ver a mi amigo, pero no estaba en su jaula. Cuando pregunté si lo habían visto, recibí una respuesta que incluso hoy, muchos años después de haberla oído, me hace sentir una tristeza infinita, hay muchas formas de ser cruel, dígale al niño que pregunta por su hámster: "lo aventé por el excusado". Jamás sabré sí fue una broma cruel, o fue una manera torpe de suavizar el hecho de que mi hamster había muerto, sólo sé que ése día perdí a mi hamster, y con él, ganas de hablar.

Mi perrita siente que algo no está bien y lame mi mano, me hace saber que sea lo que sea, ella está aquí, y que a pesar de ser torpe y cobarde quiere estar aquí, y es esa lengua la que me trae de vuelta al aquí y ahora. Me recuerda lo mucho que deseé un perro, y lo mucho que disfruto sobándole la panza. No sé que pasará mañana, sólo se que quiero mucho a ésta perrita y me alegra verla crecer cada día y me alivia la idea de que ya no cabe por el excusado.

lunes, 17 de junio de 2013

Un viaje.

Sacas la mano mientras viajas por la ciudad, tal cómo lo hacías cuando eras niño, imaginas que ya no es tu mano y se convierte en un delfín que sortea esa agua invisible, esa que golpea tu rostro, pero no moja.
Por un momento disfrutas el viaje que cada día produce tedio, las miradas se posan en tu mano, la siguen un momento, después se posan en tu sonrisa y terminan su viaje en tu mirada, para después volar espantadas como las aves del parque al sentir la cercanía de un extraño. Algunas te envidian, otras simplemente no entienden, han olvidado como sonreír.

Un niño te imita y ríe contigo, su madre está a punto de decirle algo, pero jamás sabrás qué, has llegado a tu destino, has de continuar tu rutina, afortunadamente no has olvidado cómo sonreír...

jueves, 13 de junio de 2013

De corazón a corazón.

El contexto lo es todo, ambos dicen temerle a la muerte, uno, sólo en casa, el otro, acostado en la cama de un hospital.
Y mientras mira por la ventana de ese cuarto, en un viejo hospital,imagina lo que dejó pendiente, y hace una lista de todo lo que hará en caso de que esa llama interna no se extinga. "Cuando la edad consuma mi pulso, no escribiré poesía en servilletas, o en hojas vivas, o en hojas muertas, o en boletos del metro, sino que tatuaré mi poesía en su espalda, con dedos cansados y una sonrisa atemporal, esa misma sonrisa que adornó mi rostro de niño. Esa que hoy es tan sólo una mueca que se asoma cuando el doctor me dice que no me preocupe, que es una operación sencilla, algo de rutina..."
Y conforme se esconde el sol recuerda momentos de su vida, la magia de la infancia y los juegos que tanto le hicieron reír, los problemas en que se metió en la adolescencia, y sonríe pensando que, aunque corta, ha tenido una buena vida, aprovechó las oportunidades que tuvo para sonreír, y sí acaso la vida se acaba, lo hará con una sonrisa.
Ese miedo a la muerte sigue latente, quizás mañana comprenda lo que es la vida,o quizás viva años más para seguir inventándose una historia.

Dedicado a aquellos que esperan hoy con incertidumbre que un doctor corte sus males, algo me recordó esa angustia que significa la espera de una operación. Suerte.

martes, 11 de junio de 2013

El mejor cuenta cuentos.

De voz desagradable, pero con un ingenio infinito, se dedicó a contar sus historias a un grupo de sordomudos, quienes fascinados interpretaban sus gestos y a través de sus labios descubrían mundos nuevos. Jamás captaron lo que quería decir, sino que entre todos lograron darle forma a la historia más hermosa, la que cada uno llevaba dentro de sí, pero que jamás se atrevieron a contar...

El caracol.

Mientras el mundo colapsaba, el caracol avanzaba con calma, persiguiendo su sombra.

domingo, 9 de junio de 2013

Divagación matutina.

Mientras esperas a que se enfríe tu café, observas por la ventana la lluvia que cae tímidamente, sabe que no es bienvenida, pretende que su insistencia le de legitimidad o quizás sentido. El golpeteo de la cuchara te recuerda a ese viejo tren de juguete que tan insistentemente habías pedido a tus padres, pero que había permanecido oculto en el baúl de lo viejo, de lo que ya no usas,o de lo que no sabes cómo usar...
Piensas que sería buena idea viajar en tren, lástima que ya no hay, te conformas pensando que hoy viajarás en metro, siempre de un punto a otro corriendo para llegar, y al llegar, deseas salir de ahí.
Ese acto reflejo que supone soplar sobre la taza, inhalar ese aroma que te recuerda tu infancia, tú bebías leche mientras ese aroma inundaba la cocina, impregnaba las cortinas, justo ahí en la esquina de la misma, esa que quemaste sin querer un día, siempre nervioso cuando alguien se acercaba demasiado, imaginando el regaño, ese que podrías recitar de memoria, pero que jamás ocurrió. No puedes evitar mirar la esquina de tu cortina, buscas alguna quemadura, que evidentemente no encuentras.
Pruebas tu café y piensas en toda esa gente que no conoces y que comparte contigo tanto, y a la vez tan poco, esencialmente somos lo mismo, pero no sabemos nuestros nombres.
Es más no sabes si tú has forgado al nombre o si por el contrario el (los) nombre(s) han hecho lo propio. Fuiste pepito, chucho, pepe chuy, josé, meillon, pinguas, el pingüino, joe y otros que has olvidado, pero hay quienes te recuerdan sólo con ese nombre, sólo conciben esa parte de tí, no conocen al conjunto, al todo. Imaginas que ésto se podría explicar con una analogía burda, pero efectiva, las bandas, comienzan sonando a algo y terminan con otro sonido distinto, y así te imaginas a ti mismo, cada persona que te conoce, conoce una faceta tuya, una perspectiva del mismo todo, de igual manera tú conoces sólo una o unas facetas de los que llamas tus amigos, y cuando pasa el tiempo y podemos verlos otra vez, pensamos, pero que cambiado está parece otro... Y quizás el problema no es que cambien, todo cambia, no lamentas el cambio en sí, lamentas no haber sido parte, o al menos testigo...
Terminas tu café, esperas que la cafeína haga lo suyo, que los sueños que merodean tu cabeza, como abejas, se alejen y te permitan pensar con claridad, frase que has oído hasta el cansancio, pero que hoy a tus treinta años, no puedes explicarla.
Cómo tampoco puedes explicar tu sueño, sirves más café, pretendes descifrar los mensajes que te envía tu psique, mientras afuera las nubes han tomado al cielo cómo rehén y parecen no querer negociar...

viernes, 24 de mayo de 2013

Un nombre en el lomo de un charco...

Recorre con calma las calles, se pasea entre los autos que asemejan un cementerio de elefantes. Extiende las manos y sus dedos para sentir el aire, no pretende capturarlo, sabe que nada le pertenece, no se aferra a las cosas.

El olor a tierra húmeda penetra sus fosas nasales, golpea la parte trasera del cerebro, esa donde a veces surge la pregunta que le entretiene por horas, qué es más grande, una idea o el universo, el olor se pasea por la parte superior de la cabeza, y baja con violencia en forma de un suspiro.

La lluvia no se ha detenido del todo, pequeñas gotas golpean su rostro, quiere identificarlas, mira detenidamente el cielo, no es capaz de verlas, tan sólo de sentirlas golpear su rostro, abre la boca y las recibe como parte suya, les da la bienvenida a su cuerpo, como si acaso fueran esas lágrimas que alguna vez derramó, las recibe con alegría y con los ojos cerrados, tal como se fueron.

Para regresar a la realidad basta el lejano ruido de un camión, su mirada recorre el asfalto húmedo, se posa en un árbol que descansa en medio de tanto concreto, como un objeto fuera de lugar, a los pies de éste descansa una rama, húmeda, como todo lo que lo rodea, la toma y al esgrimirla se da cuenta de que no podría ser una espada, quizás una daga, pero algo dentro de él le recuerda que tiene mayor mérito crear, no destruir.

Recorre las calles mientras golpea las rejas con su rama, el sonido le entretiene, la madera húmeda produce un sonido interesante.

Acerca la rama a su nariz, la huele y al cerrar los ojos imagina un enorme bosque donde la lluvia no se detiene, los hongos se han apoderado de un árbol viejo, uno pensaría que lo están devorando, pero no, lo protegen.

Imagina quién podría vivir debajo de toda esa hierba húmeda, comienza con unas grandes piernas, han de estar lejos de la humedad, los imagina gordos, con grandes brazos, y barbas enormes, la nariz debe ser grande, se dice a sí mismo, no es posible tener alguien de barba grande con nariz pequeña... Algo lo distrae, lo regresa a la realidad, el agua que poco a poco ha humedecido su tenis ha logrado abrirse paso hasta el calcetín. No le molesta el agua, lo que le sorprende es no haber visto el charco que tiene a sus pies, con la rama toca su frente, la frente que le corresponde a su reflejo, le entretiene la forma en que el otro yo, el que vive en el agua se fragmenta y se convierte en pequeños círculos, en ondas que asemejan al sonido. van y vienen pero nadie les pone atención.

Con calma se sienta el niño en la banqueta, tatúa su nombre en la piel del charco, repasa las letras con calma, primero la P, una línea que sube, una pequeña curva, después la E, tres líneas pequeñas y una más grande, después otra P y termina con otra E. después juega a sólo colocar las consonantes y por último, usa su nombre, ese que casi nadie usa, J, O, S, É, el acento lo pone al final, con el dedo.

El punto no llegó a la cita, al niño lo han llamado a bañarse. Quizás otro día de lluvia podremos ver al punto adornar su nombre, no importa que sea con dedos arrugados, ya sea por la humedad o acaso por la edad.

jueves, 23 de mayo de 2013

Agua que cae, insistente, incontenible.

en la piel de una servilleta tatuaste tu mejor poema, pero eso jamás lo sabrás.

aburridos dibujábamos espirales con el humo del cigarro, la televisión repetía imágenes por todos conocidas, era la hora de comer, mientras tú dibujabas costras de tinta en la piel de una servilleta él se acercó a pedirte consejo. sabes escuchar y eso es lo que la gente busca, un recipiente donde verter su catarsis oral, no busca consejos, ya saben lo que han de hacer, lo que harán...

"quiero que se case conmigo, pero no sé como pedírselo, es que la neta me trae loco we..."

imaginas qué perfil puede tener la novia de ese mesero que sentado frente a tí, vive y respira y no es sólo un nombre, sino que tiene consciencia y vive una vida propia. piensas en eso y otras cosas mientras el mesero, que apenas conoces, sigue expresando lo mucho que la quiere y el sincero deseo de compartir su vida con ella. sugieres que la lleve a cenar a algún restaurante elegante y que ahí le pida matrimonio, él comenta que es una magnifica idea, dice que la llevará a cenar ahí, donde tú y él trabajan. mala idea, piensas, pero no sirven tus comentarios, él ya lo ha decidido.

durante semanas planeó el evento, dónde se sentarían, cómo lo pediría, y un sinfín de etcéteras que al parecer nunca son suficientes. siguiendo lo que para tí era un juego, sugieres que le entregue el anillo dentro de una galleta de la suerte, te sorprende la forma en que abraza la idea así que te propones mejor no opinar más.

días antes de que sucediera la esperada cena, te dedicas a imaginar lo que sería estar en su lugar, juegas con palabras, las acomodas con prisa en un viejo papel, saltas de una idea a otra, los sentimientos que pretendes emular se suceden unos a otros, siempre buscando ser uno el que cierre la frase, así que te encuentras ante una repetición de conceptos melosos y anticuados, deshechas el papel, tomas una vieja servilleta y escribes lo primero que te viene a la mente, dejas que el sentimiento afloré y a través de tus manos lo plasmas con cuidado, despacio. te sorprende la claridad de lo que has conseguido, alguien te pregunta que es lo que haces, nada, respondes, las miradas se cruzan mientras te pones en pies, aseguras ir al baño, él nada dice, sólo observas su mirada que decodifica el mensaje que has dejado sobre la mesa.

tiempo después alguien te dice que él tomo la servilleta y al parecer leyó el texto durante la cena. la verdad es que nunca pediste detalles, no te interesó tanto ese evento que coincidió con tu día de descanso.

pasaron las semanas y mientras todos se preparaban para el cierre, te sorprendiste al ver que todos lo rodeaban, le palmeaban la espalda, le daban ánimo. el gerente te comenta que al parecer encontró a su novia con otro, sí, la misma con la que pretendía vivir el resto de su vida...

ese día llovió, y al igual que hoy se formaron charcos que se evaporaran y parecerá que nunca existieron, triste es que algunos amores así sean, la constancia que de ellos queda no es la mejor, y quisiéramos que se borraran al segundo de haber terminado. imagino que esa tinta se he desvanecido, o quizá la servilleta no existe ya, o quizás, la ha guardado en un pequeño cajón donde tiene todos esos detalles que se regalaron durante el noviazgo, como constancia de que existió, de que hay algo bello por recordar, y quizás en tardes como ésta la toma con sumo cuidado y la lee una y otra vez y piensa en aquello que pudo ser, pero que evidentemente no sucedió.

lo que quizás jamás podremos saber, es quién sostiene esa servilleta mientras contiene las lágrimas, si ella, cuyo nombre no tenemos, o él a quien le prestamos nuestro hombro para verter las propias, esa noche en que la lluvia golpeaba insistentemente la braza de tu cigarro...

jueves, 4 de abril de 2013

De aquellas flores que no florecen.

Existieron historias maravillosas que se proyectaron en una mente,
pero jamás se ejecutaron. Historias increíbles que fueron concebidas
en una noche de insomnio y desaparecieron conforme los rayos del sol
iluminaron el cuarto de aquel que durante toda la noche fue dando
forma a una magnífica historia. Camino al trabajo dio las pinceladas
finales y logró una magnánima historia. Quizás por fortuna, nunca la
transcribió, los críticos no la hubieran recibido como se merecía y
los lectores la habrían mal interpretado.
Sólo nos queda el consuelo de que los mejores autores no escriben, se
llevan, junto con ellos, su obra a la penumbra. El consuelo de la
poesía, el consuelo de colgar nuestros destinos en las estrellas.

Quizás hoy fue concebida la novela mas hermosa y quizás jamás la
leeremos, ya que esa joven que posee la idea, se siente incapaz de
plasmar un sentimiento en papel.
Quizás sea justo, quizás no merecemos esa maravilla.

Quizás, aún no...

miércoles, 3 de abril de 2013

Remordimiento onírico.

Recuerdo que estabamos en Acapulco, en un hotel que calculo tendría
unos veinte pisos, nosotros estabamos en el último piso, o al menos
eso me pareció. Para el momento en que comenzó a temblar yo pensé que
no volvería a sentir nada igual en mi vida, y es que la intensidad del
temblor era absurda, y mientras nuestro hotel oscilaba de un lado a
otro, yo vi a través de la ventana como un hotel se desplomaba. Corrí
junto a mi novia y, siempre con la idea de perecer en mente, la hice
reír con mis tonterías, al menos durante esos segundos se nos olvidó
que temblaba. Terminó el movimiento telúrico y me apresuré a guardar
en mi mochila las llaves de casa, nuestras carteras y dos botellas de
agua. Cuando intentamos salir del hotel e ir a ayudar a quienes
tuvieron menor suerte, la gente del hotel, gerencia y otros huespedes,
pretendían detenernos alegando que habíamos sido muy afortunados, que
mejor descansaramos. Desperté terriblemente angustiado y turbado. Por
aquellos que no pude ayudar.

No hay peor ausencia que la intencional.

No es que no tenga nada que decír, es que no lo he querido decir en
voz alta. Quizás has venido constantemente buscando leerme, quizás ni
siquiera te has percatado de la ausencia mis letras. De cualquier
manera aquí estoy, dispuesto a que me leas con el corazón, porque los
ojos han estado muy ciegos ultimamente y los oídos muy sordos...
Eso me dijo, con el pensamiento, el niño que fui, me lo dijo en
sueños. La metafora surrealista que explica la falta de letras. Letras
del inconsciente, dedicadas al colectivo, que es todo y a la vez
nada...