sábado, 14 de septiembre de 2013

De tacos y patriotismo.

Una señora sentada con la mirada perdida, esperando. A su lado un señor de quijada pronunciada, ojos hundidos que pareciera buscan huir de algo que vieron hace muchos años. Una vieja mesa al frente de ellos y una vieja lona rosa, que algún día fue roja, los corona. La escena es enmarcada por una lluvia que ya viene a menos, pero que logra el objetivo de importunar a quien no la esperaba. 
Una gota escurre justo por la mejilla del señor, quien la retira indiferente, desafortunadamente la lluvia ha ahuyentado a los posibles clientes.
Fue el hambre y la simpatía que sentí por ellos, lo que me convenció de comer ahí. Quien se respete al comer tacos ordenará de dos en dos o de tres en tres sí acaso es tortilla pequeña, o taquera, para así evitar que se enfríe, y por sobre todas las cosas probará las salsas antes, ya que de eso depende, en gran medida, el gusto de comer tacos.
Ordené dos tacos de suadero, el hambre exigía que saturara mis tacos con los complementos ofrecidos, papa y nopales, pero mi razón me exigió que esperase, cuanta razón tenía.
El ritual comienza por el aroma, cerrar los ojos y descubrir que la saliva espera ansiosa aquello que al calentarse desprende un poco de su esencia, ese aroma que viaja por el aire y choca contra el parabrisas de un camión, recorre su costado para ser atrapado por la nariz de una señora que viaja con tedio y que al recibir el estímulo voltea inmediatamente y, sí no tuviéramos los ojos cerrados, veríamos como se asoma y nos mira deseando ser ella quien espera ser servida.
El respeto que se tiene por el comensal se demuestra no en las palabras que interrumpen tu ensimismamiento, sino el tono que con verdadero pesar de interrumpir exclama, "perdón joven, aquí tiene".
Agradecer y aceptar el plato y la invitación de acompañar los tacos con papas y, o, nopales, pero con la firme decisión de esperar y probar la carne antes que otra cosa. ¿Cómo describir un sabor? Valdría la pensa intentarlo, pero quizás sea fútil. Disfrutar unos tacos cómo hace mucho que no lo hacías. Reconoces el sabor que estás disfrutando y sin protocolos exagerados, complementas al cocinero de ojos hundidos, quien te agradece la visita, cosa que te halaga. Es difícil creer que algo tan sabroso esté tan poco demandado.
"Lástima que la lluvia les espante a los clientes", dicho con verdadero pesar, y sí los tacos no le ganaron un respeto al señor, su respuesta lo hará. "Pues sí, nos pega muy duro, pero, pues tiene que llover", la sonrisa que acompaña la última oración te hace ver a una persona que comprende el sentido de la vida y que no pretende modificar el orden natural de las cosas, sin decirlo te da a entender que la acepta y que incluso comprende que alguien no muy lejos, pudiera haber estado deseando que lloviera.
Y al ver a este señor que de la mejor manera posible se gana la vida, haciendo lo que sabe y alimentando a los transeúntes, piensas en todos los hombres y mujeres que día a día salen de casa llenos de ilusiones y regresan a casa con tan sólo unos pesos más, aquellos que no hay lluvia que los doblegue, todos esos mexicanos que día a día mantienen al país avanzando, pequeños engranes de un sistema que los oprime, pero que de ellos depende. Todos ellos que esperan con ansias gritar Viva México, frase ya tan trillada y caduca que sólo sirve de catarsis, de pretexto para beber y pelear, para que puedan juntarse los acomplejados y reír, e incluso llorar, aquellos que en el metro rehuyen la mirada buscan pelea. Los cobardes beben para darse valor, las mujeres usan el albur y dicen groserías, los niños truenan cuetes, se les permite ser ruidosos y no desaprovechan, el país de permite sonreír, aún cuando no haya motivos. Todos se mienten, y entre tanta festividad, se permite incluso se es bien visto. Todos aquellos que critican pero no proponen cuelgan banderas en la ventana o en el cofre de su auto, se pintan la cara, usan paliacates y trenzas, se cobijan en una bandera sólo una vez al año.

Te despides de aquellos que hicieron el favor de alimentarte, les devuelves la sonrisa con orgullo, mientras que con tristeza piensas en lo complicado que es vivir en el país que amas.

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