No
tenía otra forma de llegar al funeral y él no hubiera tenido forma
de despedirse de mi padre más que llegando al velorio conmigo, sólo
así no lo correrían de ahí a patadas. Todos tenemos alguna amistad
que no nos llena de orgullo, alguien que estuvo con nosotros desde el
principio y que sabe nuestros secretos por que los vivió con
nosotros, esos que contaríamos sólo a desconocidos o a nuestros
seres más queridos, en una noche a oscuras, susurrando casi, después
de hacer el amor, o al recordarlos frente a una veladora.
Ellos
fueron amigos en la secundaria y parte de la prepa, hasta que a él,
su amigo, lo metieron a la cárcel, mi padre lo frecuentó cuanto
pudo mientras vivía en esa ciudad, pero después se fue y sólo se
leían ocasionalmente. Su amigo alguna vez le confesó que sólo
soportaba la poesía de mi padre porque lo estimaba, cualquier otra
expresión de emoción le aburría.
Lo
contacté el viernes, horas después de haber recibido la noticia,
sin saber que esperar toqué la puerta de la casona donde mi padre
envío cartas por años y después de tres gritos, salió él,
apestando a alcohol y cigarro. Pensó que le iba a cobrar algo y casi
me recibe con un golpe, sólo me lo quité de encima cuando dije el
nombre de mi padre y agregué “soy su hijo”.
-¿Cómo
está?
-…muerto.
Se
sentó en la banqueta y se cubrió los ojos, no para evitar llorar,
sino para evitar que lo viera un extraño, o acaso para que su barrio
no lo reconociera, no lo sé, pero me pareció ver una lágrima que
recorrió todo el camino desde el ojo hasta la muñeca, besando la
imagen de un santo.
Después
de un rato se levantó y sin siquiera secarse las lágrimas me
preguntó donde lo iban a velar, le dije el nombre de esa ciudad que
hacía mucho yo no visitaba, el hizo una mueca y me preguntó si
podía ir conmigo a despedirse.
-Pues
sí, sólo que no tengo como llegar, me quedé sin trabajo…
-Eso
es lo de menos -interrumpió- déjame conseguir algo, dame tu
dirección y tu teléfono y yo te aviso cuando nos podemos ir, si se
puede hoy mismo.
Me
sorprendió que tuviera tanta prisa, me sorprendió que no pusiera
peros, me sorprendió que me negara, me sorprendió que buscara una
manera, pero también le envidié su compromiso.
El
sol hacía rato que se había ido, el viento se paseaba despacio por
la ciudad donde los gatos reclamaban su territorio a maullidos,
tratando de espantar los sueños de aquellos que gritaban al
silencio que se callaran. Pensé que no sabría más de él, de el
viejo, hasta que escuché que golpeaban a la puerta, con el cigarro
aún en la boca salí casi corriendo, temiendo lo peor. Lo vi
sonriendo frente a un Dart que se confundía con la noche.
-Ya
conseguí pasaje y algo para la gasolina, ¿nos vamos?
No
quise hacer preguntas, sólo pedí tiempo. Mientras entraba a ponerme
unos tenis, escuché su grito que perseguía a mi oído diciendo,
“¿lo van a enterrar y a lo mejor ni lo vemos, a dónde chingados
vas?” su grito perforó mi cerebro y me convenció de sólo tomar
una chamarra y mi cartera.
La
mochila se quedó mal cerrada en la cama, y entre calcetines y
calzones se quedó el libro favorito de mi padre con la página de
aquella parte que tanto disfrutaba yo leyendo por las noches, las
páginas separadas por un rosario que yo pretendía dejar en sus
manos mientras le decía adiós.
El
cielo lleva rato que se iluminó de ese azul mar y el sol se pasea
majestuoso por la bóveda celeste, opacando a las demás estrellas.
Ni siquiera las nubes se atreven a entorpecer su paso. Por ahora.
El
auto es un viejo Dart K convertible, negro como los recuerdos de
infancia reprimidos, con carrocería abollada y la lona ha sido roída
por las garras del tigre del tiempo, el óxido se devora las
articulaciones de metal y los espejos ya no son capaces de reflejar
nada. Los asientos se resignan ante el peso de mi cuerpo y suspiran
un dolor que huele a polvo. El tablero tiene las tripas de fuera,
cables de luz son tentáculos de un pulpo ciego que busca conectar
con algo, algunos fierros amenazan cortar los pies, pero al cabo de
un rato te acostumbras y logras evitarlos. La guantera es una
mandíbula sorprendida que no termina de exclamar admiración hacía
mi, es como el niño curioso que no deja de mirarte, pero que al cabo
del tiempo te desespera y cansa y es entonces que busco cerrar esa
mandíbula con fuerza, lo hago en tres ocasiones, siempre con mas
furia que la anterior, hasta que él se ríe y con las manos posados
en el volante me mira de reojo para reír y decir con voz
aguardentosa, “sí logras cerrarla te invito a comer...”
La
risa, de él, se quedó atrás pues el auto sigue su camino a 120
kilometros por hora a lo largo del lomo de esa serpiente que es la
carretera, mi indiferencia me acompaña mientras su risa, el sonido,
se ha quedado atrás en medio de la carretera interestatal, justo
frente a un paradero de camiones donde un tipo gordo está a punto de
abordar su camión, resignado, cuando al intentar subir todo ese peso
que es él escucha una risa burlona que desea lastimar, entonces
voltea dispuesto a enfrentar al agresor, pero no hay nadie. Jamás
sabrá quién es el dueño de esa risa y quizás el dueño de esa
risa tampoco sepa quién es él. Jamás.
Estoy
seguro de que el carro es robado y casi podría decir de que no lo
extrañan, pues con excepción del motor, nada le sirve y de eso me
di cuenta cuando encendí la radio y lo único que obtuve fue
estática, constancia de aquél orgasmo que nos dio vida revuelto con
alguno que otro campo electromagnético y ruido diverso. Él viejo
señaló con su dedo amarillo el lado derecho del capó y justo donde
algún día hubo una antena, se veía un alambre viejo y oxidado que
usurpaba el lugar. Me vi obligado a entretenerme con mi pensamiento y
entonces pensé si acaso algún ser, en algún lugar del universo al
escuchar un sonido similar, no se preguntaría si acaso detrás de
ese ruido ininteligible habría quizás el residuo de algo que no se
alcanzaba a detectar, o por el contrario ellos tendrían la
tecnología para decodificar y sintonizar lo que les llegaba y
entonces lo escucharían a él hablándole al silencio de niño
lamentándose de su realidad, pero, a pesar de toda su tecnología,
no podrían comprender mi lenguaje primitivo y jamás sabrían que
esa sensación de empatía que sentían estaba justificada, era real
y alguien, en un punto distante del universo se sentía solo.
Su
puño se aferraba al volante con furia, unos lentes negros le cubrían
la mirada que no dejaba de observar el camino, el cigarro sufría la
presión de sus dientes y su aliento de dragón enfurecido convertía
el vehículo en locomotora que dejaba como efímera estela el humo de
un camel sin filtro. El auto despertaba una nube de polvo que se
resignó a flotar sobre el asfalto y no sobre los cerros y montañas,
resignada a convertirse en tierra y no en lluvia.
Me
atreví a romper el silencio.
-¿Cuándo
fue la última vez que vio a mi padre?
Él
me miró de reojo y mientras exhalaba una nube, cual dragón, me dijo
-¿siempre le dices padre?, se oye muy mamón, yo a mi jefe le decía
jefe y eso a veces.
-No,
no siempre le digo padre. -Respondí en presente y en un segundo me
di cuenta de que ya debería referirme a él en pasado.
-Pues
la verdad hace mucho que no lo veo, de repente me escribía, eso sí
su vieja lo dejaba, ¿la vieja esa no es tu jefa verdad? El chiste es
que de repente me respondía las cartas, lo que sí es que yo le
mandaba cartas a cada rato, él era como mi guía espiritual, sabía
un chingo el viejo, de todo.
-A
poco sí, ¿y qué le decía? Y no, no es mi jefa.
-…
Pues de todo, me echaba la mano con mis planes y me decía donde la
estaba cagando, él siempre fue muy limpio pero le llamaba la
intención lo que yo hacía. Nunca se ensució las manos, pero él me
enseñó todo lo que sé. A cambio yo le ayudé un par de veces.
Hasta a veces creo que él hacía las cosas, eran sus ideas y yo sólo
las llevaba a cabo.
Entonces
volteó y con una sonrisa que pretendía ser amable, me sonrío y
dijo, “soy el mejor amigo que el dinero puede comprar, no pido
explicaciones y mi lealtad es a prueba de balas”. Yo imaginé que
sus dientes eran una trampa de oso que se había conformado con la
presa de un camel sin filtro.
Me
sorprendió escuchar eso de mi padre, jamás imaginé que hiciera
algo así, aunque más de una vez lo escuché contar emocionado la
“idea de un cuento”, donde relataba cómo robar una tienda de
abarrotes sin ser descubierto, en otra ocasión leí en unos papeles
sobre su escritorio la forma en que se podía robar una tienda de
empeño junto a otros tres cómplices. Él siempre me dijo que eran
ideas para un compendio de cuentos, pero ahora todo adquiría una
perspectiva diferente. Incluso su “guión” para la película de
un asalto a un banco ahora tenía otra lectura, completamente
diferente. Estoy seguro que un personaje recurrente, el protagonista
era descrito como “el viejo”, así sin nombre, un ser maltratado
con la vida y siempre buscando venganza, siempre jugando a la
víctima, con una mente siempre activa, pensando en el próximo golpe
para así evitar que el remordimiento o la compasión anidaran en su
mente.
El
aire caliente golpea mi rostro con furia , mis ojos hace rato que
dejaron de buscar refugio en unas lágrimas efímeras, simple reflejo
animal. Ahora el polvo me golpea con la misma fuerza que lo hacen mis
recuerdos al montar esa serpiente negra que se extiende a lo largo
del desierto, permitiéndonos viajar sobre su lomo negro como la
noche y que al igual que ésta, no sabemos dónde o cuándo termina,
simplemente despertamos y es de día y el sueño es un recuerdo de
algo que jamás existió o quizás es tan sólo vestigio de nuestra
visita a otra realidad, a otro universo.
El
aire huele seco, el sol se entretiene quemándome la piel y los
mosquitos nos persiguen sin conseguir beber nuestra sangre, mis
pensamientos se sienten libres y vienen a visitarme por momentos,
mientras mi mirada acaricia el horizonte mi corazón bombea recuerdos
a mi cerebro, momentos de infancia en que mi padre me leía su único
libro publicado en un susurro, como si temiera que alguien lo
escuchara y fuera a juzgar sus letras. Sé que tenía ideas
maravillosas para al menos cuatro novelas, pero siempre se conformó
con un trabajo de oficina y un cheque cada quincena que le diera a su
familia de comer. Una bocanada al cigarro hace que el calor sepa a
arena, quema como alguna vez quemó mis pies que corrían hacia el
mar. Mi madre reía y al mismo tiempo me gritaba que me pusiera mis
chanclas, mientras mi padre le decía que me dejara, al cabo era un
niño y sé que la tomaba del brazo con amor infinito cuando decía
esto y me veía con orgullo correr hacia el mar.
Las
nubes han decidido enfrentar al sol, sabiéndose débiles han tomado
la mejor decisión que puede tomar aquél que no es obstáculo para
el depredador, convertirse en colectivo y que la cobardía de muchos
haga frente a la valentía de uno.
La
tormenta se escondía detrás de ese cerro, sin saber que quienes se
acercaban eran ellos, otro par de cobardes, pero el plan de batalla
ya estaba definido, no iban a retroceder.
-¿Y
no te llevas bien con la vieja esa, o qué pedo?
-Sí
me llevo bien, pero yo me vine a estudiar y trabajar acá, pero ya
hace un par de meses me quedé sin dinero y me daba pena pedirle a mi
papá.
-Jefe
se escucha mas chingón, pero papá está mejor que padre, se oye muy
mamón. ¿Oye traes cigarros? Se me acabaron los míos.
-No.
-A
ver si vemos una gas con tienda, así matamos dos pájaros de un
tiro.
El
polvo se levantó despacio para ver mejor el vehículo que avanzaba a
baja velocidad hasta las bombas de combustible, el sol hace rato que
no quemaba, se le notaba cansado. El viejo abrió con dificultad el
deposito de gasolina y dejó que la bomba le hiciera el amor al Dart,
me pidió que lo esperara en el carro, yo le pedí que me dejara
estirar las piernas. No dejó de verme impaciente con los brazos
cruzados mientras yo caminaba a un lado del carro y estiraba los
brazos, y a pesar de que deseaba caminar un poco más, cedí y me
volví a subir al viejo asiento que me recibió con un suspiro. El
viejo aprovechó el tiempo que había esperado y retiro la manguera
del tanque que goteaba y sólo entonces él se dirigió hacia la
oficina que también era tienda. Yo paseé mi mirada por el tablero
que era uno con el polvo y noté que el asiento donde el viejo
viajaba tenía dos cicatrices causadas por la quemadura de sus
cigarros. Acaricié la radio que seguía intentando captar algo, subí
el volumen y se escuchó un poco mejor la estática.
El
viejo salió corriendo de la oficina para aventarse al vehículo y
acomodarse de forma torpe en el asiento, encendió el carro y
mientras reía aceleró, a pesar de la nube de polvo alcancé a ver
un joven que nos gritaba improperios. Estoy seguro que mientras
corría hacía el carro, el viejo se mordía los labios, queriendo
evitar que una risa risueña escapara y lo fuera a delatar como si se
tratara de un niño haciendo una travesura. El viejo no dejaba de
reír incluso cuando lo miré y justo antes de que yo dijera algo, el
apresuró:
-Que
no mamé, no voy a pagar cincuenta varos por unos cigarros.
Sacó
de una bolsa de plástico unos cigarros y me aventó la bolsa, dentro
habían tres botellas de agua, dos bolsas de papas, otra cajetilla,
unas gomitas, unas galletas y cuatro cocas de 600mls que sudaban.
-Las
gomitas son mías eh, cabrón- El cabrón se ilumino a causa del
encendedor que iluminaba su rostro a pesar de que el sol todavía
estaba por ahí, y vi que el dragón volvía a conducir el Dart,
llevándonos hacia lo desconocido sobre unas llantas de caucho, a
falta de alas.
Cada
cigarro que moría servía para encender el siguiente, y entonces el
viejo sonreía, acaso de forma burlona o acaso al recordar un chiste,
o simplemente pretendía disfrazar su dolor, maquillar la miseria y
engañarse con el conjuro más viejo que conoce la humanidad…
“Estoy bien”. Los cigarros que caían a la carretera imitaban a
luciérnagas, que a esa hora se veían mejor pues el sol ya estaba
muy cansado y las nubes habían secuestrado el cielo y se acercaban
en clara formación escopeta.
La
primera gota se arrojó con furia kamikaze y dio de lleno en la
frente del vehículo.
No
pude evitar señalar lo que ambos sabíamos.
-Ya
va a empezar a llover – y los dos miramos la certera marca de agua
que antes había sido gota, justo en el centro del parabrisas y sin
decirlo en voz alta, nos sorprendimos de su tamaño, temiendo lo
peor.
Él
encendió un cigarro y me extendió la cajetilla que servía de
refugio al encendedor. Yo tomé un camel a pesar de que no tenía
verdaderas ganas de fumar, pero consciente de que nada quedaría seco
después de la tormenta.
Escuché
el golpe causado por una segunda gota, ésta en el lado derecho del
cofre, estoy casi seguro de que incluso se abolló, cuando extendí
mi cuerpo hacia el frente para ver mejor sentí que algo golpeaba mi
cigarro, a punto de arrancarlo de mis labios secos, otra gota me dio
de lleno en el pómulo derecho y justo cuando maldecía nuestra
suerte la lluvia se preparaba para embestir. Por un segundo imaginé
que las gotas eran las lágrimas de dios, que lloraba con furia algún
mal de amores, tratando de encontrar sentido a ese pensamiento una
gota me golpeó justo en el ojo derecho, y ocurrió que lo que había
sido hasta entonces fuego a discreción, se convirtió en un ataque a
quemarropa.
Yo
intenté protegerme al principio, pero entonces lo vi a él que se
quitaba los lentes y comenzaba a reír, volteaba a verme, levantaba
los brazos junto con un grito y pisaba el acelerador para que así
pudiéramos entrar de lleno a la tormenta. Todo al mismo tiempo.
Si
no hubiéramos estado en medio de la nada, alguien hubiera escuchado
su grito a todo pulmón…
-!!!Ya
va a llover Gabriel!!!
Los
golpes de cada una de las gotas en la piel metálica del auto
resonaban y el golpe de cada una de ellas en mi piel me recordó que
estaba vivo. Quería cubrirme con algo, pero no era posible, volteé
a ver al viejo, que reía y entrecerraba los ojos para ver el camino,
o al menos adivinarlo y pude ver como sonreía, mientras yo pretendía
refugiarme debajo de mis brazos que se cruzaban a la altura de mi
frente. El viejo cambió la sonrisa por carcajada al verme y me gritó
con fuerza:
-No
seas mamón, con eso no paras nada, nomás pareces pendejo, mejor
pásame una coca antes de que se calienten… !Ah, y las gomitas!
Hice
lo que me pidió y se las di, las gomitas y la coca. Él redujo la
velocidad y mantuvo el control del volante con las rodillas mientras
bebía la coca como si quisiera saciar la sed de 40 días. Las
gomitas las comió despacio, mientras el empaque de celofán se
convirtió en cucurucho y las gomitas flotaban en gotas que bien
pudieron haber sido mar.
Yo
le imité y abrí una coca. No pude abrir las papas, a pesar de que
tenía antojo. Mi mente racional me convenció de no disfrutar el
momento.
Creí
que los recuerdos y la nostalgia habían podido huir a tiempo y
mantenerse secos, pues mi mente por un momento se dedicó al ahora y
se hizo consciente de todo lo que ocurrió en ese momento, la furia
de la tormenta, el frío que trepaba por mi columna, el aire que nos
golpeaba insistentemente, como queriendo evitar que llegáramos a
nuestro destino, la coca le daba buen sabor a mi derrota, ahí iba yo
a despedirme de mi padre, queriendo no dar explicaciones, queriendo
evitar a toda costa las preguntas incomodas; sí acaso ya había
publicado un par de libros, tal y como había prometido a mi padre.
Siempre lo juzgué y le dije que si no había publicado había sido
por cobarde, pues el talento lo tenía, él siempre me decía lo
mismo, que no era tan fácil y yo le reprochaba porque lo quería y
el callaba y escuchaba mi reproché por la misma razón. Y ahora yo
iba a casa, sin libro publicado y trabajando en algo que odiaba, al
punto de renunciar. Sin una historia propia iba a casa buscando darle
punto final a una historia que siempre leí sin entender el contexto
pues sólo el escritor sabe lo que quiere decir o no, sólo él
comprende los símbolos o sabe sí hay símbolos, cada mente lee lo
que quiere leer. Cada ojo decodifica el mensaje de forma distinta.
La
lluvia dejó de golpearnos con furia. Yo miraba atento hacía mi
derecha, viendo el paisaje que poco a poco se iba quedando atrás,
nunca hubiera adivinado que el viejo había llorado como nunca lo
había hecho, se escondió en la tormenta y ahí pudo llorar el mar
de lágrimas que había atrapado con la presa del falso valor, el
buscapleitos había aceptado su derrota, el chico rudo lloraba
buscando a su mamá al descubrirse perdido. Una lágrima, gota que
creí último vestigio de la tormenta, fue arrancada de su mejilla
por el viento. La lágrima voló un par de metros y se impactó en el
asfalto, pasaron algunas horas hasta que el sol se encargó de
elevarla al cielo, donde se convirtió en nube y cruzó el país
completo.
Esa
lágrima decidió arrojarse al mar doce días después de haber sido
derramada por el viejo. Quizás alguna vez se vuelvan a a encontrar.
Dejó
de llover y el sol hacia rato que se había ido, las nubes se
abrieron un poco y yo pude ver unas cuantas estrellas en el cielo aún
iluminado. Con la nariz apuntando hacia el cielo pude captar mejor el
olor a quemado que venía de algún lado.
-Huele
a quemado.
-No
mames, debe ser el motor…
El
viejo apagó el motor y guió el velero al puerto del acotamiento
donde las llantas se enlodaron despacio, la inercia nos detuvo en el
punto más alto de un monte desde donde podíamos ver las luces de
una ciudad, luces que brillaban como una pequeña galaxia que alguien
hubiera enterrado en el suelo.
La
noche nos sorprendió a un lado del camino, justo cuando esperábamos
a que el motor se enfriara un poco. Sentados en la cajuela comimos
papas en silencio hasta que él se atrevió a rasgar el silencio con
su voz aguardentosa.
-Me
venía acordando de una vez que tu jefe me echó la mano cuando más
jodido estaba. Me metieron al bote por una pendejada, pero él fue el
único que me echó la mano, le pagó a un poli para que me cuidara.
Entonces
el viejo, que hasta entonces había tenido la mirada perdida en la
misma estrella que yo había visto hacía rato,me volteó a ver.
-Algunas
amistades duran una vida, otras duran lo que dure el dinero. Pero a
tu jefe yo lo respetaba, era un grande, siempre echaba la mano a los
que necesitaran ayuda, nunca supe que le dijera que no a alguien en
desgracia, por eso la pandilla lo respetaba. Yo creo que él me
enseñó muchas cosas, es una lástima que no pueda escucharme decir
lo mucho que lo respeto, y lo agradecido que estoy con él. Él me
decía que me cuidara mucho porque los criminales siempre vuelven a
la escena del crimen y yo le decía que no era cierto, pero sí, el
otro día fui a la casa donde crecí, ahí donde maté al niño que
fui, donde le dije que abandonara sus sueños y lo puse a trabajar.
Yo volví a la escena del crimen, pero el único que puede atestiguar
en mi contra soy yo, y me veo todos los días en el espejo y me
rehuyo la mirada porque sé que me he mentido más de una vez y
porque sé que podría ser mejor de lo que soy, pero no le debo yo
nada al miedo...
Algunas
personas te mienten por compasión, te dicen que todo esta bien
mientras sabes que ya te llevó la chingada, algunos están ahí en
silencio para escucharte, aún cuando lo que dices no tiene sentido,
algunos quieren que estés triste y jodido como ellos, a algunos les
da gusto que estés jodido, así ellos se sienten mejor con ellos
mismos, algunos sólo están ahí mientras dura el dinero, otros sin
estar, son todo lo que necesitas… No sé como le hice para llegar
tan lejos sin que me agarraran, él siempre me decía en cartas que
no hiciera más tonterías, pero yo lo convencía y él me ayudaba,
ahora que lo pienso lo hacía para de alguna manera evitar que me
agarraran, porque si yo lo hubiera hecho sólo, me hubieran torcido
luego luego… Así de pendejo soy.
-Justo
de eso me venía acordando a mitad de la tormenta, y me prometí que
no volveré a robar. Fíjate, me prometo no robar mientras conduzco
un auto robado y me repito lo mismo mientras descanso sobre ese auto…
Un
grillo a lo lejos se atrevió a romper el silencio al cabo de unos
minutos y fue entonces que el viejo se deslizó desde la cajuela
hasta el suelo con un brinco infantil y regresó al suelo que en otro
momento hubiera arrojado una nube de polvo pero que ahora lo recibía
con un charco. Con una sonrisa me dijo que seguramente ya podíamos
continuar.
El
motor parecía dispuesto a no abandonarnos y despertó al primer
intento. La idea de estar a punto de llegar nos dio un nuevo impulso.
Recorrimos la carretera en silencio unas horas más, algunas nubes
nos escoltaron durante el camino, otras decidieron que no tenían
nada que hacer ahí y se fueron. Ninguno de los dos vio la estrella
fugaz que cruzó el cielo en silencio.
Nos
dimos cuenta de que estábamos a punto de entrar a la ciudad cuando
el radio que había permanecido encendido pero en silencio, captó
una canción que era simple, con letras nada complicadas y por tanto
hermosa. Nos recordó lo frágil que es la vida y la forma en que el
tiempo puede aplastar nuestros sueños o forjarlos, y en silencio
cada uno repasó sus decisiones de vida y nos dimos cuenta de que no
eramos lo que queríamos ser. Una epifanía disfrazada de canción
nos reveló que la muerte de mi padre era una llamada de atención,
su última enseñanza.
Cuando
llegamos a la funeraria nos detuvimos en el estacionamiento sin
apagar el motor y nos bajamos para exprimir nuestra ropa, fue ahí
que vi al viejo encerrado en un cuerpo mas bien musculoso mientras
que con una sonrisa infantil exprimía su camisa y entonces logré
ver un tatuaje en el lado izquierdo del pecho, donde una calavera
portaba orgullosa una corona de letras que no alcancé a leer, y en
el abdomen junto al ombligo, pero del lado derecho, vi una cicatriz
redonda.
-Te
lo dije, a prueba de balas…
Un
poco menos mojados decidimos que yo iría a hacer un reconocimiento
del terreno mientras él estacionaba el auto.
Cuando
entré a la funeraria me dijeron que ya todos se habían ido pues
estaban a punto de trasladar el cuerpo al panteón, pues lo
enterraban a las siete de la mañana. Le expliqué al personal de la
funeraria quién era, pero lo que los convenció fue mi apariencia y
aceptaron darnos media hora para despedirnos, eso sí en la parte de
atrás porque el salón ya estaba siendo preparado para la siguiente
familia.
Me
acerqué al viejo que estaba apoyado en el cofre del Dart y le
expliqué la situación, mientras caminábamos a la parte posterior
de la funeraria él atinó a decir que eso resultaba a nuestro favor.
-Así
no los ves y ellos no me ven mi.
-Pues
sí, salió algo bueno de todo esto.
-Oye
y vas a ir a casa de tu jefe?
-No
sé, ¿por?
-No,
nomás… Es que si vas estaría chido que buscaras una pequeña
agenda que tenía.
-¿Una
negra?
-Ándale,
ahí tiene todos sus contactos. Y estaba pensando que estaría chido
reunir a la pandilla, para que lo puedan despedir, ya sabes… Y para
vernos una última vez.
Eso
último lo dijo lleno de nostalgia y fue entonces que lo vi besar en
silencio la imagen que portaba en su muñeca derecha, una pulsera
verde con amarillo que tenía una figura.
-¿Esa
pulsera es de san Judas?
-Mucha
gente se confunde siempre, es el ilde de Orula…
Ya
no pudo explicarme qué era, pues una puerta se abrió e iluminó
nuestros rostros que ya miraban con atención en esa dirección y que
al instante habían olvidado la conversación recién interrumpida,
el empleado de la funeraria se hizo a un lado mientras susurraba que
podíamos pasar. Al fondo de un cuarto blanco se veía un ataúd
negro cerrado.
Nos
acercamos despacio a despedirnos. Jamás pude decir las palabras que
tenía planeadas como despedida, en cambio dije lo que me dictaba el
alma.
En
medio de la noche en algún lugar de la ciudad una señora escucha
con atención el silencio, con la mandíbula apretada, espera que los
ladrones se conformen con el auto, que se vayan cuanto antes y que no
se atrevan a entrar a la casa.
Desea
con todo su ser que se larguen cuanto antes y que su esposo no se
despierte, para que no intente detenerlos, que por el amor de dios se
larguen cuanto antes y se lleven esa carcacha cuanto antes.
A
la mañana siguiente Rufino Torres, político corrupto, prepara todo
para salir del país, se le ve animado y de muy buen humor, hasta que
al abrir la puerta para dejar salir sus perros al baño, descubre que
su Dart clásico no está y por un segundo se le detiene el corazón.
Corré a la casa mientras su esposa le pide que lo olvide, al cabo es
sólo un carro viejo.
-No
es por el carro vieja, había guardado el dinero en la cajuela…