domingo, 27 de mayo de 2012

Una visita al seguro.

El azulejo del piso, el aroma a medicina y la apatía de las enfermeras del seguro me traen recuerdos no muy agradables.
Es como viajar en el tiempo y recordarme en la cama del cuarto viendo el único paisaje posible, el costado de un edificio y el sucio marco de la ventana. Mi mente divaga y me hace sentir la angustia que supone esperar a que un bisturí se abra paso por mi espalda y se solucione el problema que presenta un par de vertebras rotas.
Me hace sentí las tomografías, la constante espera y también me hace recordar las bromas del enfermero, sus chistes malos, tan malos que provocaban la hilaridad en quien ansiaba compañía.
No me gustan los hospitales, causan demasiados recuerdos. Es forzar a la memoria a recordar.
Recordar las visitas a mi madre, siempre sin saber que era lo que sucedía, sin saber si había que tener esperanza, fé o resignación.
El televisor mal sintonizado muestra fútbol, la gente sigue llegando, algunos muestran sufrimiento en el rostro, otros buscan simularlo.Aquí las sonrisas no abundan.

Espero la atiendan pronto, los recuerdos son demasiados y no vienen de muy buen humor.

sábado, 26 de mayo de 2012

Diario del sueño.

Originalmente iba a tomar fotos, a satisfacer ese gusto que tengo de deambular por la ciudad y captar instantes.
Era la explanada del patio principal de una universidad, o de un museo, habían jóvenes aquí y allá, muchos leyendo, otros sentados en las jardineras, esperando o simplemente dejando pasar el tiempo.
Mi intención era tomar fotos del lugar, del cielo y de lo que mereciera ser recordado, según yo. Entonces la vi. Unos veinticinco años, delgada, un metro sesenta, quizás un metro cincuenta y cinco, cabello color plata, con vivos en morado y rojo sangre, una playera negra, pantalón gris tipo mezclilla, tenis negros, pulseras en ambas manos y creo recordar un tatuaje que alcanzaba a notarse en el cuello, del lado derecho.
Los dos notamos la presencia del otro, pero fingimos no darnos importancia.
Entonces lo vi a él, pretendiendo tomarse una foto, programaba la cámara, duraba unos segundos buscando que mantuviera el equilibrio sobre una rama, después corría a la otra jardinera para sentarse y siempre darse cuenta de que no estaba corriendo lo suficientemente rápido. Me ofrecí a ayudarle, cosa que agradeció mucho. Tomadas algunas fotos y después de recibir ese gracias tan sentido, me puse a recorrer el lugar. Aún recuerdo que las nubes comenzaban a formarse y pensé que era mejor que me fuera, para evitar mojarme.
Cuando pasé junto a un grupo que estaba tomándose una foto, alguien gritó mi nombre, era aquél a quien ayudé en las jardineras, dijo que quería tener una foto de su viaje a México y me invitó a ser parte de la foto grupal. Acepté sin chistar, avancé al grupo y me incorporé a éste sin mucho cuidado, siempre pensando en qué momento le había dado mi nombre.
Después de tres impactos luminosos nos dió las gracias, y sólo entonces me di cuenta de que había estado de pie junto a ella.
Platicamos muchas cosas, tantas que no vale la pena recordarlas aquí.
O quizás sí?
En el cielo se escuchaba un estruendo distante, los dos volteamos y notamos como las estrellas avanzaban despacio.
En mis sueños abundan las escenas en blanco y negro, alguno que otro toque sepia, pero generalmente es en blanco y negro y algunas veces la mezcla monocromática con algo de color, pero muy poco, como si el color fuera un adorno, un simple accesorio del que no hay que abusar.
Las estrellas avanzaban despacio, escapando de la tormenta.
Cuando la lluvia comenzó tuvimos que correr, la perdí de vista, recuerdo que me dijo su nombre pero el estruendo de un trueno lo hizo inaudible.

Sin saber cómo, llegué a un elevador, todos se sacudían el agua. Llegamos al sótano. Todos apresurandose por salir causando que el embotellamiento no se lo permitiera a nadie. Curiosa analogía del egocentrismo.

Tal como sucede en los sueños, llegué al patio de una Universidad, no sé que hacía ahí, porque llegué o porque me quedé.
Entonces la vi a Ella, no a la mujer ya descrita, sino aquella que ronda mis sueños, mis pensamientos y mi ensimismamiento. Yo la ví y me acerqué a saludarla. Fue un saludo cordial, no más.
La ví nuevamente después de que salí de un salón, mi mochila al hombro, los audifonos puestos y bajo el brazo un gordo libro. El discman que llevaba se quedó sin pila, decidí cambiar a mi reproductor mp3, pero el libro me dificultaba los movimientos, así que decidí seguír avanzando y hacer el cambio en alguna banca o sentado en un lugar más apropiado. Entonces la ví, ella me vio justo cuando guardaba el libro en la mochila, los audifonos aún en mi cabeza, pero sin reproducir ningún sonido. Entonces escuché a aquella que caminaba decirle que estaba yo ahí y le preguntó si acáso no me iba a saludar, ella respondió, no para qué, si él me ve y me saluda pues ya ni modo, lo saludo, pero a mi no se me antoja hablarle.
Me quedé con la mirada fija en la mochila, pensando en lo que había escuchado.

Decidí dejar de mentirme y acepté el hecho de que sólo nos saludan los que se interesan en cómo nos va, en qué es lo que hacemos. Fue entonces que experimenté una urgencia por orinar. Me puse en pie y avancé hábilmente entre la multitud hacia los baños. Era un baño demasiado grande, de construcción circular, los mingitorios ocupando toda la pared y los sanitarios, pequeños cubiculos individuales, acomodados al centro. Eran unos baños sucios, demasiado sucios, oriné y al hacerlo noté el sarro en las paredes, y una mezcla de óxido, cochambre y orines. El amoniaco penetraba la nariz de manera ofensiva.
Cuando me lavaba las manos oí las risas del grupo masculino que estaba ahí, voltee y ví a un jóven mojado, volteaba del mingitorio, subiendo el cierre del pantalón, los hombros levantados en claro gesto de que apenas había recibido el líquido sobre él. No quíse quedarme a ver el desenlace.

Pasé a comprar algo de botana, evidentemente tenía hambre, compré dos bolsas de papas, y unos cacahuates. La señora que atendía la improvisada tienda me cobró doce pesos con setenta centavos, pagué con un billete de veinte, pero no tenía cambio. Mientras yo guardaba el botín en mi mochila le dije que ya después pasaría por el cambio.
Me dirigí a la torre que estaba a unos pasos, hacia las escaleras, entonces noté entre la multitud a un viejo profesor, lo saludé y él me saludó con gusto.
Pensé que me iba a ganar, le dije, seguramente tenía clase con él y mis compras podían retrasarme. Él me respondió con una sonrisa que por eso siempre es bueno estar con un ojo al gato y otro al garabato.
Recuerdo que platicamos largo y tendido antes de entrar al salón y camino a éste, pero apenas puedo recordar qué se dijo. Sólo recuerdo que antes de entrar al salón le señalé el cielo, una nueva tormenta se formaba. Le dije que las estrellas huían de la tormenta, pero él me corrigió:
"A veces creemos que las cosas huyen, pero la verdad es que las estrellas están indicandole el camino a las nubes, la tormenta no debe ser, por sí misma, un signo negativo, la lluvia que transportan esas nubes pueden estar destinadas a calmar la sed de la tierra en donde hay sequía, en poderosa comitiva las nubes avanzan como cuadrilla de rescate, las gotas besarán la tierra con esa pasión que causa la distancia.
Todo llega para aquél que sabe esperar.
Y si bien es cierto que la distancia y el tiempo provocan pasión y deseo, también son causales de olvido. Todo tiene diferentes perspectivas.
-con la mirada aún fija en el cielo, continuó-
Algunos deseamos que esa tormenta no llegue jamás, pero es muy probable que haya alguien hincado en el suelo, viendo las nubes, preguntándose cómo es que no llegan, porqué tardan tanto. Y se acerca al suelo y con ternura infinita, como aquella que sólo conocen las madres, le susurra a la tierra que espere, que ya viene la tan ansiada lluvia, que esa sed que le arde en las entrañas pronto será calmada..."

Bajó la mirada despacio, noté que me miraba atento. Yo en ese momento percibí la imagen de forma diferente, las estrellas abriendose paso en el azúl negruzco, persiguiendo a su hermana que se ocultaba en el horizonte, volteaban a ver a las nubes que cansadas de ser miles de gotas, deseaban deshacerse ahí mismo, pero ellas, las estrellas, siempre motivándolas a seguír, ya casi llegamos les decían.

Una gota fue vencida por su propio peso, se entrgó al vacio y a la caída, cerró los ojos y sintió la delicia que es desprenderse de sí misma. Una mano la esperaba, cuando abrió los ojos vio al campesino que la miraba con amor infinito, los dos sonrieron. Ella por el recibimiento, él por la alegría de ver a una vieja amiga. La noticia corrió rápido, los ojos le dijeron a la nariz, la nariz llevó el olor a lluvia a los pulmones, los pulmones, por estar tan cerca, le dijeron al corazón la noticia, el corazón envió en telegrama el mensaje a todo el cuerpo, la emoción corrió a constatar, subió por las piernas, recorrió la espalda y se asomó por la garganta, aprovechando que la boca estaba abierta, el campesino la sintió ahí atorada, eso que llamamos un nudo, entonces tragó saliva, causando que cierta emoción tuviera que buscar otra forma de presenciar el milagro, así que corrieron hacía los ojos.
La lágrima que escurrió por la mejilla del viejo campesino se dio cuenta cuando otra gota cayó del cielo a un lado de donde ella estaba, esa gota de lluvia llevaba un beso.
A partír de éste momento es difícil decír cuales son lágrimas y cuales son gotas de lluvia. Es un momento muy íntimo, así que despacio nos retiramos, pero vemos que el señor da las gracias a las estrellas, ellas no pueden ya verlo, pero sí oírlo, un viento le retira el sombrero, se lo lleva, juega con el y mientras tanto le acaricia la cabeza, pasa delicadamente por su cabello, tal y como se acaricia la cabeza de los niños pequeños.

No estoy en condiciones de saber qué sucedió después, desperté con un nudo en la garganta, o acáso me despertó un nudo en la garganta. Tampoco puedo asegurar que ésta gota en mi mejilla sea una lágrima, quizás sea una gota de lluvia que viajó en el tiempo, que se mezcló con la realidad para convertirse en testimonio vivo del agradecimiento.

Desperté el Mayo 26, ocho cuarenta de la mañana, quizás el sueño transcurrió en el pasado, o en el futuro, tampoco lo sé.

miércoles, 23 de mayo de 2012

De esas guerras de cosquillas...

Yo estaba seguro que no iba a poder, y es que lo que me inmovilizaba, aparte del miedo, era la falta de seguridad en mí mismo. Por no sé qué causas, teníamos que salir o entrar, no recuerdo bien, de casa de tu amigo por la barda, había que trepar y una vez ahí recorrerla hasta la puerta principal y descender nuevamente.

Te hincaste frente a mí y me dijiste que era una misión ninja, y claro que iba a poder hacerlo. Tu confianza en mí me dio fuerzas para hacerlo, eso y tu consejo de no mirar hacia abajo. Después de la aventura me dijiste que no le dijera a nadie, yo pensé que porque al ser una misión ninja, era ultra secreto, pero ahora sé que era el temor a la posible represalia de mi madre por hacerme trepar una barda.

Alguna otra ocasión me invitaste a comer al California que esta(ba) en la zona azúl y me dijiste, "aquí sólo vienen a comer los ricos". Siempre que veo un restaurant California sonrío con gusto y repito esas palabras, "aquí sólo comen los ricos", y me sentiría el hombre más rico del mundo si pudiera invitarte yo a comer y reír como ese día, dejando los problemas y la prisa a un lado. Rico es el que aprovecha el tiempo cuando lo tiene. El dinero va y viene, unos centavos no deberían de definir a las personas.

O aquella vez que ibamos en el vocho de mi hermana y el relleno de los asientos hizo contacto con la batería, causando fuego, yo te dije que olía a quemado y tú al verme sudando me dijiste que era yo. Cuando la flama creció y salímos corriendo confirmamos que en verdad algo se estaba quemando...
Siempre reíamos al recordarlo.

Las horas que pasabamos jugando Street Fighter.

Recuerdo muy bien una vez que iban a salir a una disco, Dorys, Cristina y tú, te estabas quedando en casa, al igual que la prima, y justo antes de irse te grité para que vieras unas luces, yo dije gritando que era un ovni. Corriste a ver a mi lado las luces, la insistencia de los compañeros de farra hicieron que te retiraras, pero me dijiste, "ponte bien trucha, y me avisas dónde se mete o a dónde se va..."
Siempre me trataste como un amigo, no como un niño, siempre hacías tiempo para jugar a las luchas, siempre anticipabas mis "ataques" y siempre tenías tiempo para mí, siempre con una sonrisa escuchabas lo que tenía que decir.

Uno se pregúnta porqué los buenos son los que se van primero. Y si no hubieras salido ese día, si no hubieras tenido que manejar, me lo pregunto constantemente y llego a la conclusión de que la realidad es una, y de que sí fuíste ese día y sí ocurrió lo que ocurrió y sí recibí esa llamada diciendo lo que te había pasado y de que las cosas pasan por algo, el problema viene cuando nuestro primitivo cerebro se aferra a las repuestas, dice el zen "Sí comprendes, las cosas son como son. Sí no comprendesl las cosas son como son."

Tú mejor que nadie sabes que cuando digo salúd, levanto mi bebida hacia tí y que cuando sonrío busco imitar tu sonrisa.

Las guerras de cosquillas, los enormes vasos de coca con harto hielo, las luchas, pelear como ninjas, recrear las películas que tanto te gustaban, yo siempre siendo el malo y llevandome unas "golpizas", siempre terminando en risa.

Algún día recordaremos todo ésto, allá donde el tiempo no transcurre y deja de ser una limitante...

lunes, 21 de mayo de 2012

David, como la estrella esa, me dijo.

A veces uno reniega de lo que tiene, sin saber que hay personas que desearían lo que nosotros nos damos el lujo de despreciar.
Cuando pienso en la primaria, me viene a la mente el uniforme de la escuela, el sueter verde que siempre olvidaba a la hora de la salida y que tenía que ir a buscar al día siguiente, recuerdo mis primeros suspiros a causa de una niña, Ana Laura su nombre, era un poco más alta que yo, así que para perderme en su mirada, tenía que mirar hacia arriba, o voltear hacia atrás cuando la cambiaron de lugar, ella renegó la decisión de la maestra Alicia, pero yo, por primera vez, quise besar la mano de aquella que siempre me exigía mi libreta para revisar mi tarea primero, el tormento diario. Ana Laura no me hablaba, creía que era muy payaso, eso me dijo, pero cuando logré arrancarle la primer sonrisa nació en mí un conflicto, habí descubierto la belleza con todo lo que ésta conlleva, conocí el tormento que supone enamorarse de quien te ve como el amigo que la hace reír, que es simpatico, muy agradable, pero nada más.
Algún tiempo salímos al recreo juntos, comíamos pizzerolas por ser su botana favorita, y ahora que lo pienso, eso las convirtió en las mías.
No hace falta ser un genio para darse cuenta del lugar que uno ocupa en el corazón de una mujer, pero muchas veces necesitamos escucharlo, que nos confirmen la inminente e inamovible condición de amistad.

Pasaron los días, dejamos de salir a recreo juntos, y comencé a juntarme con otros compañeros. Un día que me había lastimado el pie fui a comer a un rincón donde la sombra cubría unas pequeñas bancas de cemento, para sorpresa mía los lugares estaban ocupado, eso y mi poca pericia social hizo que deambulara hasta encontrar un lugar en la escalinata del auditorio.
De mi bolsa de lunch saqué un frutsi, rojo, un peperami y mis sángüiches, dos, envueltos en servilletas dentro de una bolsa de pan bimbo. Siempre me dio pena llevar mi comida en bolsas de la comer o los sángüiches en la bolsa del pan, y cuando se me acercó David no pude esconderlo, absurdo, pero en ese momento me dio vergüenza.
Parado frente a mí me preguntó qué era lo que hacía, gesto que pretendía iniciar la interacción, más que despejar una verdadera duda.

Lo invité a sentarse conmigo, platicamos un rato, yo siempre con la idea de comer en la mente y esperando que él hiciera lo mismo, también me daba pena comer frente a él, pero él sólo veía hacia el frente y platicaba cosas que habían sucedido en clase y cuestionandome quién me caía mejor.

Logré armarme de valor y le pregunté qué iba a comer, él dijo que nada, con la estupida vergüenza en la cara, saqué de la bolsa de pan bimbo un sángüich y se lo extendí, ten, le dije. No negó, se asombró, mientras lo veía, le grité, espera!, hay que recordar que era niño, corrí a la cooperativa y compré un frutsi rojo, como el que traía, regresé corriendo y se lo di, ahora sólo quedaba partir el peperami.

Comímos y hablamos animadamente, al momento de recoger el campamento tomé la bolsa del pan bimbo, la doblé cuidadosamente y la metí en la bolsa de la comercial mexicana, cuando descubrí que me miraba, me apresuré a explicar que era por una instrucción de mi mamá, porque no quería estar tirando plástico si no había necesidad, cosas de señoras, agregué. Aún repaso ese dialogo buscando la palabra o frase que activó en David el resorte que lo motivó a hablar de su madre, estaba en el hospital y no había quien le pudiera mandar comida para el recreo, y me confesó desear que su madre le enviara un sángüich, aunque fuera la mitad de delicioso.

Aunque sea la mitad de delicioso, dijo. Eso fue lo que activó mi cerebro y me sentí dichoso de poder tener comida para el recreo, el empaque dejó de ser tema central, dejé de sentir pena por cosas tan absurdas.

Días después David me contó emocionado que su mamá ya estaba bien, y con una sonrisa me dijo, "ahora tú vas a probar los sángüiches que hace mi mamá."

No sé cuales fueron las circunstancias que hicieron que ese día David se acercara a mí en el recreo, causando que comiera conmigo, en verdad no lo sé, pero estoy agradecido con él porque me enseño una de las grandes lecciones que he tenido en mi vida. Bueno, en verdad fueron dos, la segunda fue aprender que a pesar de que las circunstancias parezcan adversas y poco prometedoras, existe la posibilidad de que la vida ponga en nuestro camino a una persona que nos hará valorar la vida y sonriendo caminaremos abrazados, como se abrazan los amigos de primaria, con fuerza, en apoyo fraterno, riendo de lo que sucede alrededor.

No sé dónde estará hoy, qué habrá hecho de su vida, o si acaso sigue en la ciudad de México, lo que sé es que ese niño me enseñó tanto.

Gracias David.

jueves, 17 de mayo de 2012

La rutina de muchos.

México es de los paises más religiosos, y eso para mí, tiene mucho sentido.

Qué consuelo le queda a aquél que se levanta de madrugada para ir a trabajar nueve horas y ganar menos de un dolar diario, muchos trabajando en el comercio informal porque no hay empleos, dando una mordida para que no les haga nada el poli que no se da a respetar.
El consuelo es que aquellos que viajan en camionetas blindadas sin voltearlos a ver, se encuentren con el castigo del infierno, que ardan por la enternidad allá, aunque aquí se atiborren de comida mientras ellos sienten un vacio en el estomago.

Ya hay quienes se persignan antes de robar, deseando que la "virgencita" se de cuenta de que ellos lo hacen por necesidad.
Y así va girando el mundo, pocos, muy pocos no saben lo que es tener hambre o frio, aun menos pueden comprar lo que quieran cuando quieran, lo necesiten o no. Y mientras hay quienes mueren de hambre y sienten que el sueño los vence pero no quieren dormír, pues saben que quizás no despertaran, llenan una olla de piedras con agua y simulan hacer una sopa, los hijos no aguantan a que el caldo esté listo y se quedan dormidos, hoy dormirán con el estomago vacio, otra vez. Mañana, Dios dirá, se dicen.

Y esos que buscan hincharse de dinero, ahora  simulan necesitarnos, simulan hacernos caso, hay anuncios por todos lados, simulan vernos a los ojos, simulan enfocarse en tí y en mí, pero lo que hacen es mirar a un punto fijo, se toma la foto y si no convence, se repite y así se va realizando la ilusión de contacto. Con dialectica estudiada y tono suave nos duermen el oído, llegan a nuestro cerebro y lo merman con ideas de cambio, como la víbora que endulzó el oído de Eva y le hizo probar el fruto prohibido, degustar el néctar de la sabiduría, ese sabor que envuelve la lengua de forma deliciosa, pero después no se puede quitar, así el conocimiento atormenta, saber lo que sucede convierte la realidad en un doloroso tormento, ese fue nuestro castigo, no el andar desnudos. El castigo fue el saber, el conocimiento en una mente primitiva lo hace envidioso, prepotente y se crea la falsa ilusión de superioridad.

Creemos que usar cubiertos compensa la indiferencia.

Amaneció nublado, pero así se sienten muchos desde ya hace mucho tiempo, se preguntan cómo es que sus diez horas de trabajo diario no sirven para que su familia viva de forma decente. Les viene a la mente el balance de gastos y los ingresos y siempre salen mal parados, siempre con hambre esperando que sus hijos al menos alcancen un taco de frijoles, y el padre mientras puede lleva a su hijo a la escuela. Le acaricia el cabello mientras duerme, se entretienen sus dedos haciendo remolinos, y sus ojos viendolo dormír, le susurra, despacio, no quiere despertarlo, el mensaje es más bien para él, no para el hijo: "mientras haya algo de dinero y mientras yo tenga manos para trabajar, tú vas a ir a la escuela m'hijo...". El padre que se entrega de forma desinteresada, sufre y mucho, clara muestra es la lágrima que se seca de forma apresurada.

Ciudad de México en fecha cíclica, o hasta que despertemos nuestra consciencia.

día a día

al recorrer una ciudad o la vida, hay objetos que te acompañan, una pluma, una libreta, un libro, tu teléfono, algo de música y algunas otras cosas
eso que te acompaña podría ayudar a entender quién eres y qué te mueve
tomarte cinco minutos para escribir tus ideas y plasmarlas en papel o acaso leer las ideas de alguien más, sentir la música que baja desde tus oídos hacia el corazón y ser bombeada por éste hacia todo el cuerpo y al llegar al cerebro activar la delicada maquinaria de relojería que ha de hacer estallar los recuerdos

vivir en el ahora con estimu lo s varios

vivir en una ciudad que se mueve con autonomía y que en nada depende de ti y que sin embargo no sería la misma sí tú no estuvieras

la posibilidad de impactar la realidad de todos aquellos que se cruzan en tu camino día a día

para bien o para mal, la elección es tuya

lunes, 14 de mayo de 2012

De aquellos días en el hospital



Cuando me operaron de la columna, debido a la fractura de dos vértebras, estuve internado en el seguro Social, fueron días muy dolorosos, días en que me sentí no sólo vulnerable y frágil, sino sólo.

De esos días de encierro pude escribir unas cosas en una vieja libreta. Esa libreta la guardo mi amiga Xinemi y hace unos días me la entrego.

Fue como recuperar parte de mí.

Uno o dos días antes de la operación me puse a escribir lo que sentía en ese momento, y ahora que releo el texto me doy cuenta de partes muy valiosas de mí encerradas en letra cursiva. Y es que tenía mucho miedo de la operación y me sentía abandonado y la conjunción de todos esos factores hizo que escribiera un texto desnudo, sin maquillaje, porque era para mí y no sabía si lo volvería a leer.

Sí, temía morir en la operación...

Ese texto es una clara muestra de lo que sentía en ese momento y es una pieza fundamental de lo que soy hoy. Creo que sólo entendiendo a los que uno ha sido, puede entender al que es hoy y al que vendrá mañana.

Una vez más tengo éste abismo. Una vez más no sé qué quiero. Me encuentro a punto de vivir un hecho que dejará huella en mi vida. No sé qué pensar. No sé si estoy nervioso, no sé si tengo miedo, de hecho no sé si debería dormirme y tratar de descansar. No sé. Mañana tal vez de una vez por todas ya sepa.
Mientras tanto, no sé...

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Ya no me gusta pensar en cómo sufrió mi Mamá en una cama de hospital tan parecida a la que yo estoy. No quiero pensar pero aun así los recuerdos vienen. Son como moscas que se acerca que nadie las ha invitado.
Eso me ha hecho sentir mal.
Eso me ha hecho sentir solo.
Veo como los "vecinos" tienen a sus familiares en la noche. Yo no tengo a nadie esta noche conmigo. Tal vez es lo mejor así nunca se darán cuenta de que el único miedo que tengo es...
...morir lejos de los que quiero.
Y no me refiero físicamente, me refiero a poder hacerles saber a esas personas que estimo, cuanto los aprecio, pero aun así trato de demostrarlo, no la verdad es que me cuesta trabajo mostrarme, sólo así me es posible "decir" lo que siento.

Sólo así existe la posibilidad de conocer al verdadero José Ruiz Esparza M.

Ese José Ruiz que por las noches extraña a su familia, ese José que cuando recuerda a su madre puede sonreír. El José que sólo se muestra cuando está solo.

Para los demás soy un "actor", para algunos el serio mamón, para otros el payaso agradable y para otros el pendejo encimoso, y para mí, pues para mí sólo soy yo cuando estoy solo.

Sólo cuando escribo para mí me puedo dar cuenta de que soy muy falso ante los demás.
Cuando escribo me doy cuenta que extraño mi hogar, el lugar que me vio crecer, pero ya no está y no puedo más que recordarlo con gusto, pero de ninguna forma "clavarme" con eso. Las cosas pasan y así como las cosas pasan, la vida también se me va, no puedo detenerme a sentir mal y tratar de hundirme en el pasado, porque en ese mediocre intento de retener el pasado, me estaría perdiendo el presente de ahora y en unos años ese presente estaría intentando mantenerlo y mi vida sería una mugre.

Recuerdo con gusto, pero no intento obsesionarme con esos recuerdos, trato de ver el presente, pero no sé por qué intento huir de él.

Mi sueño es largarme, pero ¿Por qué? tengo amigos, que es la única familia no sanguínea, que realmente aprecio y quiero.

¿Pero entonces por qué querer huir?
Quiero otra vida, pero no sé sí es para huir de los errores del pasado o para prevenir los posibles errores del futuro.

Sé que tengo amigos que me quieren pero no sé por qué me cuesta trabajo darme cuenta. Tal vez no quiero darme cuenta de que si los pierdo, otra vez perdería algo muy valioso.

Me gusta escribirme, así me doy cuenta de muchas cosas.

Espero que todo salga bien y espero y trataré de demostrar mi cariño a esos amigos que afortunadamente no he perdido
                    aun....

Tal vez mañana (si puedo) escriba un poco más, después lea esto y después me lo coma o lo tire, o tal vez como muestra de amistad se lo muestre a esas personas que me interesan y que se interesan por mí.

Ahora los demonios del sueño me jalan y se llevan mis pensamientos, no los haré esperar más y permitiré que me lleven.

Tal vez con suerte pueda platicar con mi mamá, no sé todo puede pasar.
Ahora sí me han vencido, he perdido ante el sueño.
Tal vez mañana la batalla sea más justa y me permita terminar de escribir para mí. De mí para mí.

jueves, 10 de mayo de 2012

Una pequeña concha blanca, blanca como su sonrisa.

Y mientras corrías hacia el mar alcanzabas a escuchar que te gritaba que te pusieras bloqueador.
Increíblemente regresabas aún más rapido de lo que habías corrido hacia el mar. Te recibía con un pequeño regaño y mientras te ponía bloqueador por todos lados, te daba las indicaciones que serían repetidas todos los días, como un viejo ritual transmitido de generación en generación para espantar a los malos espíritus. "No te vayas muy lejos, siempre donde te pueda ver, no te vayas a meter al mar sin avisarme..."
Con el cuerpo lleno de crema corrías al mar y te quedabas en la orillita, cazando olas, no por obediente, sino por miedo que te gustaba llamar respeto.
-Y con los pies sintiendo el cambio de temperatura de la arena, de ese calor insoportable al refrescante sentir que causa la arena mojada, avientas tu playera y corres al mar, entras rapido por que sabes que está frio. Sorteas la primera ola, te adentras y para la segunda te sumerges, nadas y disfrutas del vaiven de las olas, te dejas guiar por una voluntad ajena a tí y recuerdas cuando de niño le tenías más temor al agua. -
Hincado frente al mar, una cubeta y algunos utensilios para hacer castillos, el rastrillo paseandose por la arena humeda, volteas a ver como se va yendo esa ola y notas un reflejo, corres emocionado a ver que tesoro acabas de descubrír, con el dedo escarbas habilmente y descubres una pequeña concha, es blanca, la sujetas fuerte con el puño y sientes como tu respiración se agita, es la primera que ves en tu vida, emocionado te levantas, pero justo antes de incorporarte por completo sientes que con violencia te golpean, tú crees que es como en la escuela, un empujón, metes las manos y te paras, pero no. La ola te tira y del suelo te lleva más allá, quieres gritar, pero el sonido cede ante el agua que te invade con violencia, cierras la boca y los ojos, el puño sigue apretado, sientes como la arena te golpea en un costado, despues la cara y la barriga.
El miedo sirve de resorte y hace que te levantes violentamente, volteas a ver el mar deseando con todo tu ser que no vuelva a atacar, ves el agua alejarse y con el miedo aún en el rostro la volteas a ver, es lo primero que buscas.
Y volteas a la palapa y la ves ahí sentada con un abanico sonriendo, sigues asustado pero sabes por esa sonrisa que todo estará bien.
-Y mientras sales del mar cansado y emocionado, tal como la primera vez que sentiste el mar, corres a la palapa, ésta vez no está ahi. Destapas tu cerveza te recuestas y piensas en ella, otra vez. Te preguntas que opinión tendrá de tí, de tus amigos, de lo que has hecho, de lo que no, piensas divertido lo lindo que sería que estuviera para regañarte cuando hiciera falta.-
La concha se perdió, pero durante mucho tiempo la atesoraste. Se la diste en la mano y emocionado le dijiste "mira lo que descubrí"
Ella la tomó y te sonrió de vuelta, le dijiste con orgullo y dejando tu deseo de conservarla a un lado "te la regalo mami."
Años después tú y ella estaban buscando unos papeles y sin quererlo ni buscarlo, como todo lo bueno de ésta vida, encontraron la concha y sonrieron.
Muchas veces las palabras sobran y una sonrisa lo dice todo. Tú sabes qué significa ésta sonrisa mami, feliz día.

miércoles, 2 de mayo de 2012

El hombre más rico del mundo.

Despertó por un lenguetazo en la nariz.
Primero vino una sonrisa, fue recuperando la consciencia de su cuerpo y la sensación del sol en su rostro le hizo recordar donde estaba. Un segundo lenguetazo embistió con más fuerza. Él ya estaba despierto, pero mantuvo los ojos cerrados, un ladrido que denotaba impaciencia y una pata que golpeaba su pecho, buscando revivirlo, lo hizo reír. El perro se dio cuenta del juego y ladró con fuerza, y ésta vez los lenguetazos buscaban abarcar toda la cara, uno ahí en la nariz, otro en la mejilla izquierda, ahora la boca, después el cuello y parte de la oreja derecha, la pata seguía empujando el pecho que contenía la risa, los brazos se vieron forzados a intervenir.
El primer movimiento del brazo derecho fue un intento de replegar el ataque y contener al adversario. Ese primer movimiento fue habilmente rehuido con un brinco, tuvo que hacer uso del refuerzo del brazo izquierdo, que comandado por la mano, emprendió un ataque sorpresa. El invasor fue hábilmente sometido, colocado sobre su lomo y mientras el brazo derecho respaldaba y resguardaba el frente emprendido por su correspondiente extremidad, que consistía en rascar con fuerza y habilidad esa panza. El intruso había cedido, clara muestra era esa pata que se movía al compás de la cola y la lengua que colgaba a un lado, buscando aire fresco para disfrutar mejor ese orgasmo.
Los dos consideraron que lo más justo en ésta situación era declarar un empate. Jugaron bien sus cartas, ya mañana habría otra batalla, pero esa, se decidirá mañana, no antes.

Se levantaron y disfrutaron del aire matutino. Para él era una dicha llenar sus pulmones de aire fresco. Mientras exhalaba en un suspiro ese aire, recordó su vida, lo que muchos llaman el pasado, lo ya vivido, lo que ya no está, pero que nos da forma, eso que configura lo que hoy somos.
Un viejo soldado, de alto rango, comprometido con su vocación, la de servir a su país y ser leal a sus creencias, no más, un viejo que ahora no era ni la mitad de lo que llegó a ser, pelotones enteros temblaban cuando su nombre era pronunciado, imponía respeto cuando se le tenía de frente e inspiraba orgullo cuando se le había tratado. Un ser humano completo en todo el sentido de la palabra; un amigo exigente, exigente para que los amigos se convirtieran en mejores seres humanos y también exigía que le hablaran con la verdad y que le hicieran ver sus errores.

Hasta que llegó el día en que le ofrecieron todo el dinero del mundo. Más dinero del que podría gastar, el precio, su alma, sus creencias, sus ideales, hacer un lado su código moral y en cinco minutos entregar su tranquilidad a cambio de unos cuantos centavos.

La historia oficial, la que anunciaron los medios pues, fue que había traicionado a la patria y que sinvergüenzas como él demeritaban el loable trabajo del ejercito.
Él sabía que si rompía el silencio lo matarían. Tomó un tren a la ciudad en que había nacido, lejos de la capital, con tan sólo lo que sus manos pudieron tomar al huir, una pluma, una vieja libreta y dos pequeñas fotos.

Y ahora, muchos años después, sin dinero ni identidad sonreía al ver como el sol comenzaba a cubrír su ciudad. Un lenguetazo lo trajo de regreso al presente, un lenguetazo que le quería decír que no se adentrara mucho en las aguas de la memoria, porque después éstas se turbian y es muy dificíl mantener el control y no naufragar.

Una sonrisa agradeció el gesto de su viejo amigo, los dos se conocían hasta la médula, pero ya estaban viejos.

Entraron a la pequeña choza hecha de láminas, se sentaron en el catre sucio que cumplía las funciones de mesa, cama, silla, área de trabajo y dibujo, confesionario y centro del universo.

Un suspiro salió casi de manera inesperada, pensó que algún recuerdillo se había quedado dentro de él y hasta ahora salía. Sorprendió a su mano derecha paseandose por el lomo de su fiel amigo y con una sonrisa en el rostro. Si bien era cierto que a veces no tenía para comer, se sabía el hombre más rico del mundo, pues tenía la conciencia limpia y un verdadero amigo. Una lagrima se asomó por esa ventana que dicen que da al alma, corrió por la mejilla y entró a su boca por la comisura del labio.

No se alarmen, tan sólo salió a dar un paseo...

martes, 1 de mayo de 2012

Divagación.


Se sentó frente a la vieja computadora, la encendió y mientras esperaba a que saliera el logo de Windows XP en la pantalla, encendió un cigarro, abrió la lata de chocolates que usaba de cenicero, espero a que el reloj de arena mutara en una pequeña flecha, abrió aquel archivo que supo ser decodificado por la máquina para hacer que de las bocinas sonaran acordes de guitarra, primero, una batería y un bajo después, y rematar con una voz que cantaba en inglés.  Y así mientras jugaba con la ceniza del cenicero y con el cigarro encendido movía las colillas que ahí estaban, dijo sin pensarlo mucho.
-Creo que hay imágenes que nos marcan, cosas que vemos y hacen que la imaginación vuele, como hoy por ejemplo, vi un escapulario tirado en el suelo y no pude evitar pensar de quién sería, se veía rasgado, eso sí, pero no me dio la impresión de que llevara mucho tiempo ahí tirado, uno sabe decir esas cosas, o al menos se da una idea. No estaba todo sucio, lo que me hizo pensar que no lo habían pisado demasiadas llantas, o pasos…  Fíjate que no pude evitar pensar en alguien que iba corriendo  y quizás lo atropellaron,  de esas veces que el carro viene demasiado rápido y no sólo no alcanza a frenar, sino que además de golpear al tipo lo manda volando por los aires y cae metros adelante, sin saber que le pasó y como ya sabes que la fuerza y la lógica hacen cosas impensables, no me sorprendería que los tenis hubieran salido volando, y que el escapulario se hubiera roto, o  que también hubiera salido volando… No lo sé, eso me imaginé. Quizás ni accidente hubo, a alguien se le cayó mientras cruzaba distraídamente y no hay más, sin accidente, sin sangre y sin tanto dramatismo, o quien sabe alguien se lo quitó para evitar recordar a la persona que se lo dio en primer lugar, un mal de amores, ya sabes, la mujer casada que se entera de que su esposo la engaña, siempre suelen desquitarse con las cosas…
En eso estaba pensando…

Hace ya unos años.

Sonaba la rubia y el Demonio, y mientras hacíamos el cierre de mes, los dos tarareábamos la rolita.

Siempre batallando porque todo cuadrara, porque los números tuvieran una lógica y si no parecían tenerla, había que buscarla.
Salimos del trabajo cansados y con sed, así que nos fuimos a un billar que está por Echegaray, ahí llegaron otros compañeros de trabajo, y mientras las cervezas se iban vaciando y las vejigas llenando, el alcohol aflojo las bocas y por un momento el sello del corazón se abrió.

Alguien que extrañaba a una madre ya fallecida, los clásicos dolores del amor, aquel que dudaba en el amor que sobrio presumía, todo acompañado de la risa de aquel que entiende mejor sus sentimientos al decirlos en voz alta. Eran varios soliloquios disfrazados de tertulia.

Y mientras unos se quedaban dormidos, las personas del lugar avisaban que estaban próximos a cerrar, pero que si queríamos quedarnos éramos bienvenidos, sólo que iban a hacer corte de caja. Y sí, pagamos la cuenta y además un cartón y dos o tres cubetas. Nos quedamos con el dueño del lugar y los empleados que al parecer eran todos amigos, un grupo de amigos que deciden arrancar un negocio haciendo lo que les gusta.

Así transcurrió la noche, entre risas, comentarios al azar y silencios reflexivos. Los cigarros se encendían y bailaban al compás que marcaban nuestros brazos, como perdidas luciérnagas. El sol estuvo a punto de sorprendernos cantando lo que la rockola reproducía con fuerza pero sin emoción la escasez de cigarros y la boca pastosa nos hizo darnos cuenta de que era momento de retirarnos.
Salimos de ahí con prisa, lo peor que nos podía suceder era ser sorprendidos por el sol, siempre huyéndole cuando de juergas se trata.
Nos despedimos en el puente peatonal, él iba a ir a casa de su novia, a casa de aquella que no lo tenía muy contento, o al menos eso había dicho.
Yo, yo me fui a desayunar una torta de milanesa con quesillo, y de ahí a esperar la combi que habría de llevarme a casa. Y mientras luchaba por no quedarme dormido y por no perder la combi, recordé lo que había dicho esa noche “sí la quiero, pero estoy seguro de que me está viendo la cara de pendejo…” Dos días después ella me dijo que necesitaba tiempo. Y fue él, el que bebió a mi lado esa noche el que me dijo sin tapujos y sin ganas de endulzar mis oídos: “We, sí tenías razón, ayer vi a la Vicky con el Víctor…”
Yo sólo pude decir, en una mezcla de satisfacción y de lamento, “te lo dije, a poco no?“


In motion.

Vas viendo como las cosas se van quedando atrás, tú eres el que se desplaza, pero siempre está ese sentimiento de que todo se abre a tu paso, te mira pasar y esas ramas no se sacuden por el viento, te están diciendo adiós.
 





Quizás coincidamos en otra vida, o en ésta, pero en otro momento.

Sentados ante una vieja mesa de madera, tus ojos brillaban reflejando la luz de esa vela, o acaso era la vela la que reflejaba la luz de tu mirada. 




El café se calentó lo suficiente, nos dimos cuenta por el humo que salía del pocillo, acaso era el café diciéndonos algo y lo que veíamos era tan sólo su vaho. 


Platicamos por horas, se había ido la luz, pero a nosotros nos gustó la idea de conversar frente a una vela, la idea del café fue tuya.
Siempre me emocionaba estar contigo, siempre esperando a que los amigos se retiraran y siempre esperando tener al menos cinco minutos a solas contigo, siempre ilusionado por mirar esos ojos y siempre desarmado cuando esos ojos me miraban a mí.
Estoy seguro que sabías lo que yo sentía por ti, yo también me daba cuenta de lo que sentías por mí.
Esa tarde me armé de valor y te fui a buscar y te pedí que no fuéramos por los demás, que sólo fuéramos tú y yo, que al menos por una vez, estuviéramos solos. Sentados en tu cocina, me hiciste un sangüich, uno de los mejores que he comido, platicamos de todo y nada a la vez, entonces se fue la luz, afuera el sol ya se estaba ocultando, así que propuse la idea de la vela, tú sólo reíste y tu mirada se iluminó. Recuerdo que dije nervioso “o podríamos quedarnos tan sólo con la luz de tu mirada, con eso basta y sobra.” Tú me miraste por un segundo, yo me quise comer la lengua en ese momento, entonces me dijiste “qué lindo eres conmigo”, y sin esperar a que respondiera, fuiste por la vela.
Tardamos en encender la vela.
En la estufa el café se calentaba y nosotros platicábamos como lo que éramos, dos niños que apenas comenzaban a despertar. Serviste dos tazas, yo esperé a que se enfriara, reíste cuando te dije que tenía lengua de gato, “¿por los chocolates?” preguntaste, y yo respondí “no, por lo sensible”.  Jamás he sabido si en verdad los gatos tienen la lengua tan sensible como para evitar los alimentos calientes, sólo sé que esa tontería fue suficiente para ver tu sonrisa, esa sonrisa que a mis siete u ocho años fue el más poderoso incentivo, y el mayor veneno.
Viste tu reloj, y te sorprendiste de lo rápido que había pasado el tiempo. Eso fue lo primero que me puso nervioso, ese día contigo iba  a terminar y quizás nunca se repetiría. Froté en mi pantalón mi sudorosa mano, y la coloqué sobre la tuya, después de mucho balbuceo te confesé lo que sentía por ti.
Y como casi siempre sucede fuiste políticamente correcta para decirme que me querías mucho como amigo y que no querías perderme. Y toda una serie de disculpas que yo comprendí y condensé  en un  “no quiero ser tu novia.”
Nos despedimos, me diste un beso en el cachete, un hermoso beso que no sirvió para calmar a mí despechado corazón.          
Pasaron los días y sucedió lo inevitable, te volví a ver, nuevamente rodeado de nuestros amigos, pasaron los días uno a uno, despacio, siempre mirando tu sonrisa y aprendiendo a convivir con ella de forma reservada, dejando la infantil adoración para otros tiempos, o para otros labios.
La nuestra fue una historia intermitente. Una vez me buscaste para que platicáramos. Yo aún no sé cómo, pero para ese entonces había conseguido una novia. Cuando corté con ella y corrí a buscarte, tú le habías dado el sí a no recuerdo quien. Y así nos íbamos, una falta de sincronía que podría parecer hilarante, o tan sólo cruel. 

A veces me sorprendo recordándote y así cómo en esta noche, siempre termino con un suspiro imaginando qué hubiera pasado si hubiéramos tenido sincronía.