sábado, 26 de mayo de 2012

Diario del sueño.

Originalmente iba a tomar fotos, a satisfacer ese gusto que tengo de deambular por la ciudad y captar instantes.
Era la explanada del patio principal de una universidad, o de un museo, habían jóvenes aquí y allá, muchos leyendo, otros sentados en las jardineras, esperando o simplemente dejando pasar el tiempo.
Mi intención era tomar fotos del lugar, del cielo y de lo que mereciera ser recordado, según yo. Entonces la vi. Unos veinticinco años, delgada, un metro sesenta, quizás un metro cincuenta y cinco, cabello color plata, con vivos en morado y rojo sangre, una playera negra, pantalón gris tipo mezclilla, tenis negros, pulseras en ambas manos y creo recordar un tatuaje que alcanzaba a notarse en el cuello, del lado derecho.
Los dos notamos la presencia del otro, pero fingimos no darnos importancia.
Entonces lo vi a él, pretendiendo tomarse una foto, programaba la cámara, duraba unos segundos buscando que mantuviera el equilibrio sobre una rama, después corría a la otra jardinera para sentarse y siempre darse cuenta de que no estaba corriendo lo suficientemente rápido. Me ofrecí a ayudarle, cosa que agradeció mucho. Tomadas algunas fotos y después de recibir ese gracias tan sentido, me puse a recorrer el lugar. Aún recuerdo que las nubes comenzaban a formarse y pensé que era mejor que me fuera, para evitar mojarme.
Cuando pasé junto a un grupo que estaba tomándose una foto, alguien gritó mi nombre, era aquél a quien ayudé en las jardineras, dijo que quería tener una foto de su viaje a México y me invitó a ser parte de la foto grupal. Acepté sin chistar, avancé al grupo y me incorporé a éste sin mucho cuidado, siempre pensando en qué momento le había dado mi nombre.
Después de tres impactos luminosos nos dió las gracias, y sólo entonces me di cuenta de que había estado de pie junto a ella.
Platicamos muchas cosas, tantas que no vale la pena recordarlas aquí.
O quizás sí?
En el cielo se escuchaba un estruendo distante, los dos volteamos y notamos como las estrellas avanzaban despacio.
En mis sueños abundan las escenas en blanco y negro, alguno que otro toque sepia, pero generalmente es en blanco y negro y algunas veces la mezcla monocromática con algo de color, pero muy poco, como si el color fuera un adorno, un simple accesorio del que no hay que abusar.
Las estrellas avanzaban despacio, escapando de la tormenta.
Cuando la lluvia comenzó tuvimos que correr, la perdí de vista, recuerdo que me dijo su nombre pero el estruendo de un trueno lo hizo inaudible.

Sin saber cómo, llegué a un elevador, todos se sacudían el agua. Llegamos al sótano. Todos apresurandose por salir causando que el embotellamiento no se lo permitiera a nadie. Curiosa analogía del egocentrismo.

Tal como sucede en los sueños, llegué al patio de una Universidad, no sé que hacía ahí, porque llegué o porque me quedé.
Entonces la vi a Ella, no a la mujer ya descrita, sino aquella que ronda mis sueños, mis pensamientos y mi ensimismamiento. Yo la ví y me acerqué a saludarla. Fue un saludo cordial, no más.
La ví nuevamente después de que salí de un salón, mi mochila al hombro, los audifonos puestos y bajo el brazo un gordo libro. El discman que llevaba se quedó sin pila, decidí cambiar a mi reproductor mp3, pero el libro me dificultaba los movimientos, así que decidí seguír avanzando y hacer el cambio en alguna banca o sentado en un lugar más apropiado. Entonces la ví, ella me vio justo cuando guardaba el libro en la mochila, los audifonos aún en mi cabeza, pero sin reproducir ningún sonido. Entonces escuché a aquella que caminaba decirle que estaba yo ahí y le preguntó si acáso no me iba a saludar, ella respondió, no para qué, si él me ve y me saluda pues ya ni modo, lo saludo, pero a mi no se me antoja hablarle.
Me quedé con la mirada fija en la mochila, pensando en lo que había escuchado.

Decidí dejar de mentirme y acepté el hecho de que sólo nos saludan los que se interesan en cómo nos va, en qué es lo que hacemos. Fue entonces que experimenté una urgencia por orinar. Me puse en pie y avancé hábilmente entre la multitud hacia los baños. Era un baño demasiado grande, de construcción circular, los mingitorios ocupando toda la pared y los sanitarios, pequeños cubiculos individuales, acomodados al centro. Eran unos baños sucios, demasiado sucios, oriné y al hacerlo noté el sarro en las paredes, y una mezcla de óxido, cochambre y orines. El amoniaco penetraba la nariz de manera ofensiva.
Cuando me lavaba las manos oí las risas del grupo masculino que estaba ahí, voltee y ví a un jóven mojado, volteaba del mingitorio, subiendo el cierre del pantalón, los hombros levantados en claro gesto de que apenas había recibido el líquido sobre él. No quíse quedarme a ver el desenlace.

Pasé a comprar algo de botana, evidentemente tenía hambre, compré dos bolsas de papas, y unos cacahuates. La señora que atendía la improvisada tienda me cobró doce pesos con setenta centavos, pagué con un billete de veinte, pero no tenía cambio. Mientras yo guardaba el botín en mi mochila le dije que ya después pasaría por el cambio.
Me dirigí a la torre que estaba a unos pasos, hacia las escaleras, entonces noté entre la multitud a un viejo profesor, lo saludé y él me saludó con gusto.
Pensé que me iba a ganar, le dije, seguramente tenía clase con él y mis compras podían retrasarme. Él me respondió con una sonrisa que por eso siempre es bueno estar con un ojo al gato y otro al garabato.
Recuerdo que platicamos largo y tendido antes de entrar al salón y camino a éste, pero apenas puedo recordar qué se dijo. Sólo recuerdo que antes de entrar al salón le señalé el cielo, una nueva tormenta se formaba. Le dije que las estrellas huían de la tormenta, pero él me corrigió:
"A veces creemos que las cosas huyen, pero la verdad es que las estrellas están indicandole el camino a las nubes, la tormenta no debe ser, por sí misma, un signo negativo, la lluvia que transportan esas nubes pueden estar destinadas a calmar la sed de la tierra en donde hay sequía, en poderosa comitiva las nubes avanzan como cuadrilla de rescate, las gotas besarán la tierra con esa pasión que causa la distancia.
Todo llega para aquél que sabe esperar.
Y si bien es cierto que la distancia y el tiempo provocan pasión y deseo, también son causales de olvido. Todo tiene diferentes perspectivas.
-con la mirada aún fija en el cielo, continuó-
Algunos deseamos que esa tormenta no llegue jamás, pero es muy probable que haya alguien hincado en el suelo, viendo las nubes, preguntándose cómo es que no llegan, porqué tardan tanto. Y se acerca al suelo y con ternura infinita, como aquella que sólo conocen las madres, le susurra a la tierra que espere, que ya viene la tan ansiada lluvia, que esa sed que le arde en las entrañas pronto será calmada..."

Bajó la mirada despacio, noté que me miraba atento. Yo en ese momento percibí la imagen de forma diferente, las estrellas abriendose paso en el azúl negruzco, persiguiendo a su hermana que se ocultaba en el horizonte, volteaban a ver a las nubes que cansadas de ser miles de gotas, deseaban deshacerse ahí mismo, pero ellas, las estrellas, siempre motivándolas a seguír, ya casi llegamos les decían.

Una gota fue vencida por su propio peso, se entrgó al vacio y a la caída, cerró los ojos y sintió la delicia que es desprenderse de sí misma. Una mano la esperaba, cuando abrió los ojos vio al campesino que la miraba con amor infinito, los dos sonrieron. Ella por el recibimiento, él por la alegría de ver a una vieja amiga. La noticia corrió rápido, los ojos le dijeron a la nariz, la nariz llevó el olor a lluvia a los pulmones, los pulmones, por estar tan cerca, le dijeron al corazón la noticia, el corazón envió en telegrama el mensaje a todo el cuerpo, la emoción corrió a constatar, subió por las piernas, recorrió la espalda y se asomó por la garganta, aprovechando que la boca estaba abierta, el campesino la sintió ahí atorada, eso que llamamos un nudo, entonces tragó saliva, causando que cierta emoción tuviera que buscar otra forma de presenciar el milagro, así que corrieron hacía los ojos.
La lágrima que escurrió por la mejilla del viejo campesino se dio cuenta cuando otra gota cayó del cielo a un lado de donde ella estaba, esa gota de lluvia llevaba un beso.
A partír de éste momento es difícil decír cuales son lágrimas y cuales son gotas de lluvia. Es un momento muy íntimo, así que despacio nos retiramos, pero vemos que el señor da las gracias a las estrellas, ellas no pueden ya verlo, pero sí oírlo, un viento le retira el sombrero, se lo lleva, juega con el y mientras tanto le acaricia la cabeza, pasa delicadamente por su cabello, tal y como se acaricia la cabeza de los niños pequeños.

No estoy en condiciones de saber qué sucedió después, desperté con un nudo en la garganta, o acáso me despertó un nudo en la garganta. Tampoco puedo asegurar que ésta gota en mi mejilla sea una lágrima, quizás sea una gota de lluvia que viajó en el tiempo, que se mezcló con la realidad para convertirse en testimonio vivo del agradecimiento.

Desperté el Mayo 26, ocho cuarenta de la mañana, quizás el sueño transcurrió en el pasado, o en el futuro, tampoco lo sé.

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