domingo, 24 de noviembre de 2013

De objetos inanimados.

El sol las mira desde lo alto con cierta indiferencia, quizás sin quererlo ha robado el color de esas hojas de plástico que, cual escolta, hacen guardia junto a una cruz de metal, sólo algunos indicios de pintura blanca, el resto ha sido devorada por el óxido.
Una mano con cariño y cuidado escribió un nombre y una dedicatoria en esa cruz, pero el tiempo y el olvido se han encargado de borrarlo.

Una ráfaga acaricia el plástico y le da movimiento a aquello que no lo tiene. Quien lo viera a la distancia pensaría que las hojas de esas ficticias flores se despiden de aquél que ya no está más que en recuerdos.

Indiferentes pasan los transeúntes y los vehículos, nadie se detiene a pensar en aquél que ya no está.

Ya no se distingue el nombre, el óxido lo ha devorado, o quizás lo abraza con amor dándole consuelo y decidido a acompañarle hasta el fin de los tiempos.

El canto del tiempo.

A lo lejos se escucha una trompeta que rasga el silencio, en ocasiones calla para que voces entonen de forma indistinguible un canto que supones lleno de nostalgia, decepción y tristeza, o tan sólo eso quisieras escuchar.

Un gallo le da la bienvenida al sol, o acaso reclama su presencia, temiendo no volverlo a ver, y mientras éste se eleva poco a poco, la noche se va perdiendo y se lleva consigo lo que sucedió, que quizás jamás sabremos; cuántas lágrimas fueron derramadas, cuántas por dolor, cuántas por felicidad; cuántos abandonaron el mundo, cuántos fueron recibidos y cuántos llegaron tan solo para morir; acaso hay alguien esperando que un médico sea capaz de salvarle, o quizás ese alguien se aferra al mundo a causa de alguien que ama; cuántos besos se dieron durante ese día que ya no está, el de una madre al despedir a su hijo, el de un hermano obligado después de pelear con su hermana, el de un niño autista a su perro, el de un padre impotente ante su realidad al darle las buenas noches a sus hijos, sabiendo que no podrá darles todo lo que necesiten, pero dispuesto a luchar para que ellos no vivan las mismas carencias que él.

El gallo canta y la trompeta lo acompaña, juntos buscan conseguir algo, él, despertar al mundo, ella, dormir viejos demonios a través de la catarsis del canto, le cantan a quienes ya no están, a los muertos y a los vivos que han decidido alejarse. Cantan con intensidad, incluso con furia, no saben sí ésta será la última vez que podrán hacerlo. Voces se les unen y por momentos cantan en armonía, y nos recuerdan que todos somos uno, y en ese canto, el del gallo que es vida y naturaleza, y el de la trompeta y las voces, que es canto de hombre, canto al instante, que no pretende la posteridad, se enfoca en el pasado para deleite del presente, generalmente acompañado de alcohol para desinhibirse y para curar las heridas internas, aunque la herida es en el alma y el proceso de curación no es el mismo del cuerpo. Ambos cantan y sin saberlo, son el canto de todos los vivos y todos los muertos, de todo cuanto ha habitado éste universo, desde ese concentrado de energía microscópica que estalló para seguirse expandiendo hasta el día de hoy, desde ahí, sin saberlo estaban juntos, pero es aún más, todos los que han muerto y que han nutrido la tierra y se han convertido en nuestro alimento, e incluso aquellos que expresaron sus ideas y han nutrido nuestro pensamiento, el espacio que algunos delimitan con líneas imaginarias no existe, las nubes que hoy nos miran desde lo alto, alguna vez fueron parte de ese gran océano que se encuentra al otro lado del mundo, lo que ayer comimos quizás fue sembrado más lejos de lo que pensamos. Y en la saliva de quien toca la trompeta y de aquellos que cantan se encuentran microorganismos vivos, y dentro de ellos, en sus testículos, semillas de humanos en potencia, que escuchan atentos ese canto y así, la línea continúa de forma ascendente, en un patrón circular.

Y mientras ese grupo de humanos se reúne a cantar alrededor de una mesa con alimentos y bebida, no se imaginan que quizás hace muchos años, en ese mismo punto un grupo de hombres cantaba y bailaba alrededor de un fuego ceremonial, y uno de ellos sentado en la tierra, mira el fuego con respeto y se detiene a pensar mientras el fuego baila y se eleva y le parece ver aquello que sucederá, pero no comprende bien el mensaje, así que cierra los ojos y comienza a interpretar las imágenes que se forman en su mente y aunque borrosas, logra captar algo, se ve a sí mismo sentado, frotándose las manos ante su comida, la imagen se difumina para convertirse en el rostro de alguien que ya no está, su sonrisa se borra y ahora la nostalgia se apodera de la fortaleza de la mente, no está dispuesta a negociar, se sabe vencido, siente como la invasión a avanzado hasta la garganta, le cuesta tragar saliva, y muy a pesar suyo ha perdido también el frente de los ojos que comienzan a mojarse, sabe que sólo es cuestión de tiempo para que el corazón caiga rendido, así que en valiente contraataque decide ponerse en pie y abrir los ojos, impedir el paso de la nostalgia, cortarle el paso. Con un suspiro busca librarse del invasor, expulsarlo con una exhalación sostenida, ayuda un poco. Alza la mirada y observa las estrellas, que comienzan a perder su formación, pero no es efecto de las lágrimas, es el tiempo que transcurre inexorable, giran en la bóveda celeste, danzan despacio, les resta toda la eternidad, para detenerse en formación escopeta, y quien las miraba cierra los ojos y recuerda aquellos que ya no están y aunque no es aquél que miraba el fuego, sí tiene mucha relación con él, ahora a quien vemos viste mezclilla y una chamarra lo protege del frío pero siente lo mismo que ese otro, de hace mucho tiempo que sentado en la tierra miraba el fuego.

La trompeta se ha callado, la fiesta ha terminado, cada quien se va a su casa, unos buscan continuar la fiesta, otros caminan sonriendo, pero cabizbajos, mirada resignada y pasos torpes, otros salen cantando acompañando a una trompeta imaginaria, la llevan en la cabeza, llegarán a casa, destaparán una cerveza y se quedarán dormidos en el sillón mientras el sol inunda la sala colándose por la ventana, reclamando la tierra debajo de esa construcción.

La trompeta calla, el sol sigue su paso sobre el cielo y aún a pesar de eso el gallo sigue cantando pero ahora lo acompaña un perro que quizás le pide a los muertos que han venido, reclamados por el canto, que se vayan a descansar.

martes, 19 de noviembre de 2013

El monstruo.

El monstruo que reside en su mente no le asusta, le aterra que su psique sea capaz de concebir esas ideas.

martes, 5 de noviembre de 2013

Sonrisa inmortal.

No recuerdo la última vez que la vi, pero sé que en ese entonces me miraba con tolerancia, con esa divertida curiosidad que nos provocan los niños al jugar cerca de nosotros. O al menos eso leía yo en su sonrisa.

Hoy la vi otra vez, me sorprendió verla un poco más desgastada, pero no es de sorprender los años han pasado y yo no soy el niño que corría alrededor de su base, ese que pasaba horas jugando con un lagarto de plástico, imaginando que ese pequeño depósito de agua era en ocasiones un mar, o un lago, o incluso un pantano, todo era posible.

Me dio cierta emoción darme cuenta del verdadero tamaño de ese patio, ya que hoy puedo calcular de mejor manera, en metros, lo que hace años era un jardín enorme, y es que la única razón de la discrepancia entre la medida que aloja mi memoria y la medida actual, además de que aquél que ahí jugó era más pequeño, es que el tamaño del patio estaba delimitado por la imaginación, no por el espacio físico.

Y cómo todo recuerdo de infancia, tiene varios elementos que se condensan en un momento que va mutando, no tiene forma definida, a veces me viene la imagen de mi papá sentado en un sillón, sostiene una cerveza tecate y sonríe, la imagen se agita y ahora veo la boquilla de la lata, granos de sal sobre los borde, y la veo acercarse a mí, bebo mientras mis manos sostienen la lata, y mientras mis manos son sostenidas por las de mi padre, mi cerebro activa unos cuantos resortes y mi boca saliva, siento el sabor de una cerveza ficticia, limón y sal resaltan el amargo, y mientras paso mi lengua por mi labio, la imagen se distorsiona y veo un señor de lentes, con bata a cuadros, sesea al hablar, siempre con una barba que pica pero que nunca termina de salir, es el esposo de mi tía, un ruido me obliga a volver la mirada y sin más, aparece mi abuela, siempre canosa, y aunque mueve la boca, no hay sonido en su voz, no recuerdo su tono, pero si recuerdo que regañó a Motita, su pequeña perra que me mordió una vez, y no sé si lo merecía, no sé si la provoqué o si acaso era mala, no lo sé, y mientras busco recuerdos de ella, me veo subiendo las escaleras de caracol, con un muñeco de plástico que tiene un paracaídas, también de plástico, lo aviento al patio, corro y vuelvo a subir, repitiendo la acción, siempre con una sonrisa y siempre ideando la forma de perfeccionar el aterrizaje de mi paracaidista, y así, en recuerdos, miro al muñeco de plástico y muta su forma a un pequeño luchador, máscara color plata, pintura gris le cubre aquello que simula los pantalones, y lo veo luchar con un lagarto de plástico, pero de momento no es plástico, son escamas lo que siento, y del fondo del lago emerge un poderoso dinosaurio, afortunadamente hay un poderoso guerrero capaz de enfrentarlo, se acerca volando y está listo para enfrentar la amenaza, con sus poderosos brazos somete al dinosaurio, quien lucha por su vida, busca repeler el ataque, no lo logra,a decidido huir pero nuestro héroe lo persigue al fondo del lago, en la confusión del combate escucho que gritan mi nombre, es mi madre, que me hace saber el hecho de que mantenerme seco conviene a mis intereses, porque en caso contrario, "voy a ver...", así que el combate se va a la selva, ambos vuelan y se alejan de la fuente, mientras ella, la mujer sin nombre me mira divertida, sintiéndose cómplice de mis juegos, me mira con tolerancia, de igual forma que vemos jugar a los niños pequeños.

Hoy la he vuelto a ver, su rostro se ha difuminado, le ha ocurrido lo que a muchas personas que no frecuentamos, su rostro ha perdido sus rasgos, poco a poco se ha materializado el olvido. No hay resentimientos, no nos reprochamos el largo tiempo sin vernos.
Y así, como hace muchos años, me quedé con ganas de pasar más tiempo en ese jardín.

Afortunadamente aún conservo el toque, me di tiempo para imaginar un explorador representado por mis dedos, quien salió nadando del lago, escaló una antiquísima mujer esculpida en el valle, quien ha perdido su rostro a causa de la erosión, para al final besarla en esos labios que por siempre dibujan una sonrisa.