martes, 5 de noviembre de 2013

Sonrisa inmortal.

No recuerdo la última vez que la vi, pero sé que en ese entonces me miraba con tolerancia, con esa divertida curiosidad que nos provocan los niños al jugar cerca de nosotros. O al menos eso leía yo en su sonrisa.

Hoy la vi otra vez, me sorprendió verla un poco más desgastada, pero no es de sorprender los años han pasado y yo no soy el niño que corría alrededor de su base, ese que pasaba horas jugando con un lagarto de plástico, imaginando que ese pequeño depósito de agua era en ocasiones un mar, o un lago, o incluso un pantano, todo era posible.

Me dio cierta emoción darme cuenta del verdadero tamaño de ese patio, ya que hoy puedo calcular de mejor manera, en metros, lo que hace años era un jardín enorme, y es que la única razón de la discrepancia entre la medida que aloja mi memoria y la medida actual, además de que aquél que ahí jugó era más pequeño, es que el tamaño del patio estaba delimitado por la imaginación, no por el espacio físico.

Y cómo todo recuerdo de infancia, tiene varios elementos que se condensan en un momento que va mutando, no tiene forma definida, a veces me viene la imagen de mi papá sentado en un sillón, sostiene una cerveza tecate y sonríe, la imagen se agita y ahora veo la boquilla de la lata, granos de sal sobre los borde, y la veo acercarse a mí, bebo mientras mis manos sostienen la lata, y mientras mis manos son sostenidas por las de mi padre, mi cerebro activa unos cuantos resortes y mi boca saliva, siento el sabor de una cerveza ficticia, limón y sal resaltan el amargo, y mientras paso mi lengua por mi labio, la imagen se distorsiona y veo un señor de lentes, con bata a cuadros, sesea al hablar, siempre con una barba que pica pero que nunca termina de salir, es el esposo de mi tía, un ruido me obliga a volver la mirada y sin más, aparece mi abuela, siempre canosa, y aunque mueve la boca, no hay sonido en su voz, no recuerdo su tono, pero si recuerdo que regañó a Motita, su pequeña perra que me mordió una vez, y no sé si lo merecía, no sé si la provoqué o si acaso era mala, no lo sé, y mientras busco recuerdos de ella, me veo subiendo las escaleras de caracol, con un muñeco de plástico que tiene un paracaídas, también de plástico, lo aviento al patio, corro y vuelvo a subir, repitiendo la acción, siempre con una sonrisa y siempre ideando la forma de perfeccionar el aterrizaje de mi paracaidista, y así, en recuerdos, miro al muñeco de plástico y muta su forma a un pequeño luchador, máscara color plata, pintura gris le cubre aquello que simula los pantalones, y lo veo luchar con un lagarto de plástico, pero de momento no es plástico, son escamas lo que siento, y del fondo del lago emerge un poderoso dinosaurio, afortunadamente hay un poderoso guerrero capaz de enfrentarlo, se acerca volando y está listo para enfrentar la amenaza, con sus poderosos brazos somete al dinosaurio, quien lucha por su vida, busca repeler el ataque, no lo logra,a decidido huir pero nuestro héroe lo persigue al fondo del lago, en la confusión del combate escucho que gritan mi nombre, es mi madre, que me hace saber el hecho de que mantenerme seco conviene a mis intereses, porque en caso contrario, "voy a ver...", así que el combate se va a la selva, ambos vuelan y se alejan de la fuente, mientras ella, la mujer sin nombre me mira divertida, sintiéndose cómplice de mis juegos, me mira con tolerancia, de igual forma que vemos jugar a los niños pequeños.

Hoy la he vuelto a ver, su rostro se ha difuminado, le ha ocurrido lo que a muchas personas que no frecuentamos, su rostro ha perdido sus rasgos, poco a poco se ha materializado el olvido. No hay resentimientos, no nos reprochamos el largo tiempo sin vernos.
Y así, como hace muchos años, me quedé con ganas de pasar más tiempo en ese jardín.

Afortunadamente aún conservo el toque, me di tiempo para imaginar un explorador representado por mis dedos, quien salió nadando del lago, escaló una antiquísima mujer esculpida en el valle, quien ha perdido su rostro a causa de la erosión, para al final besarla en esos labios que por siempre dibujan una sonrisa.

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