El sol las mira desde lo alto con cierta indiferencia, quizás sin quererlo ha robado el color de esas hojas de plástico que, cual escolta, hacen guardia junto a una cruz de metal, sólo algunos indicios de pintura blanca, el resto ha sido devorada por el óxido.
Una mano con cariño y cuidado escribió un nombre y una dedicatoria en esa cruz, pero el tiempo y el olvido se han encargado de borrarlo.
Una ráfaga acaricia el plástico y le da movimiento a aquello que no lo tiene. Quien lo viera a la distancia pensaría que las hojas de esas ficticias flores se despiden de aquél que ya no está más que en recuerdos.
Indiferentes pasan los transeúntes y los vehículos, nadie se detiene a pensar en aquél que ya no está.
Ya no se distingue el nombre, el óxido lo ha devorado, o quizás lo abraza con amor dándole consuelo y decidido a acompañarle hasta el fin de los tiempos.
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