domingo, 22 de septiembre de 2013

Ideas que vuelan y no caen.

Las canas van cayendo poco a poco, vienen escoltadas por algunos cabellos negros, ceden ante la voluntad de unas tijeras que, en caso de no tener cuidado, podrían seguir de largo, cortar algo más que cabello y teñir de rojo lo que es blanco o que tan solo carece de color.
El primer recuerdo consciente que viene a mi mente al hablar de cortes y de sangre, es aquél en que estoy sentado en las escaleras que estaban justo frente a la entrada principal de la casa, había tomado un rastrillo de mi hermano y mientras jugaba con él, sentí como las cuchillas mordían mis dedos de la mano izquierda, creo que fue la primera vez que vi mi sangre, color escarlata y de apariencia viva, salía curiosa a explorar el mundo, la barrera que la contenía había sido derrumbada. Con igual curiosidad la miré. Lo que sucedió después no es tan claro, me parece escuchar un grito de alarma o quizás de molestia, y sentir como arrebatan el rastrillo de mi mano. No recuerdo el ardor causado por el alcohol.
Mi mirada se posa justo en los ojos de aquél que es mi reflejo, y sonreímos al mismo tiempo, tratando de recordar más acerca de ese incidente, pero es inútil. Ya hace algunos años de eso y cada día que pasa hace que sean aún más borrosos y difíciles de evocar, y siempre que intento recordar algo termino con algo más en la mente, está vez viene hasta mí un día lejano ya, un día de rutina escolar, el bullicio de niños que corren y gritan, los vehículos reflejan el sol y absorben su calor, los padres se desesperan y exigen a los niños que se apresuren, pero ellos piden, exigen, demandan frituras, fruta con chile y limón, algo de tomar. La imagen se acerca a una papelería y me veo ahí, de pie frente a una maquinita de Street Fighter II, cuando otro niño, también con uniforme, se acerca a la parte trasera de ésta, su mano se posa en la parte superior y sin siquiera disimular, presiona el interruptor, dos clicks, la imagen se va para después regresar. Me veo, la cara de sorpresa y después de molestia al verlo reír. De manera torpe lo empujo y, también de forma torpe, le insulto y ahora se que fueron mis lágrimas de impotencia y coraje lo que hicieron que me pidiera una disculpa. Es curioso como cambian las cosas, es curioso como cambiamos, o quizás tan solo nos ajustamos a lo que nos sucede, a las circunstancias, a la gente que nos rodea. Cambiamos la forma de vestir, de hablar, incluso de expresarnos. Sabemos con quien hablar de libros, con quien de música, con algunos las bromas lo son todo, con otros simplemente compartimos lo necesario para tener una relación socialmente sana, habrá otros que simplemente gustan de escucharnos o quizás de leernos.

Como todos, he compartido secretos con muchas personas, pero no creo haber compartido el mismo secreto con dos personas, y la razón es que cada persona me inspira sólo cierto grado de confianza. Y así, poco a poco, he ido entregando piezas de ese rompecabezas que soy yo, ese que a lo largo de todos estos años ha sido conocido por distintos sobrenombres, por rasgos específicos de mi personalidad que han variado de acuerdo a las circunstancias y del tiempo. Quizás el que soy hoy resulte irreconocible para aquél que me conoció de niño, o que me conocerá dentro de algunos años. Solo yo he estado a lo largo de todos esos días, he visto mi vista nublada por lágrimas, causadas por tanto reír y por causa del dolor. He sufrido la impotencia de no poder levantarme y servirme agua, pero también disfruto día a día de la oportunidad de haber vivido eso y disfrutar más las cosas, de sentirme agradecido cuando llueve y me mojo, por que puedo correr a buscar refugio o a mi casa, se que hay personas que no tienen un techo, no tienen forma de ponerse ropa seca. Aprecio lo poco o mucho que tengo, lo disfruto y procuro recordar aquellos días en que incluso el techo bajo el cual dormía, era prestado, nada era mío. Varias noches tuve que abandonar la cama para que la fiesta improvisada siguiera su curso, esperando algunas veces y muchas otras participando.

Le pregunto cómo esta quedando, ella ríe y me dice "bien, pero te ves más chiquito". Me veo al espejo y me doy cuenta de que tiene razón, y jugando con la imaginación evoco una imagen de aquél que fui de niño, lo veo, o mejor dicho veo su reflejo, mi reflejo de entonces, y observo cómo juega a peinarse, tiene un peine en la mano y con una sonrisa lo pasa de derecha a izquierda, juega a peinarse porque en realidad quien termina el trabajo es su madre, mi madre, quien seguramente está en su cuarto viendo la tele, yo le pido al niño que nos lleve al cuarto, deseo verla una vez más, pero el está entretenido y sigue pasando el peine, ahora de izquierda a derecha, trato de convencerlo de que vaya al cuarto por cualquier pretexto, el solo ríe y sin dejar de mirarse me pregunta porqué no la miró yo ahora, no entiende que quiera ver a nuestra madre de entonces, y es cuando me doy cuenta de que ese niño vive su presente y para él, madre vive, aún está ahí y no concibe realidad sin ella. Antes de irme miro a ese que soy, que fui y sonrío al verme tan entretenido por causa de mi cabello.
Cuando regreso me veo con un cabello más corto, alguno que otro cabello posa sobre mi nariz y con una sonrisa miro a ese que vive en el espejo que con ojos llorosos sonríe al verme satisfecho de una vida llena de altos y bajos, de muchas sonrisas y de varias lágrimas, pero expectante de vivir los días que restan.

Quizás dentro de algunos años ese que seré, recuerde a este que soy, será mejor que me esfuerce para que él sonría satisfecho.

lunes, 16 de septiembre de 2013

No los busco, ellos me encuentran.

Creo en fantasmas. Los he sentido y los he visto. En ocasiones me visitan en sueños, exigiéndome respuestas, algunas otras veces me sorprenden durante el día, mientras recorro una ciudad a veces tan hostil, a veces tan indiferente, se acercan a mí, y se que me miran por el rabillo del ojo, fingen mirar por la ventana y poner atención a aquello que sucede en la proximidad, pero que me parece tan lejano, me preguntan qué es lo que pienso, a pesar de saberlo. Fingen no conocerme, pretenden que crea que sus preguntas son causa del azar, son las preguntas que hace aquél que conoce la respuesta, "¿los extrañas?, ¿te arrepientes?, ¿no crees que estás perdiendo el tiempo?". En ocasiones veo su reflejo y los noto tristes, cansados.

Hay ocasiones en que me siguen, mientras recorro la ciudad a pie, noto los pasos de alguien cansado de tanto andar, incluso he escuchado suspiros de tedio, pero al quitarme los audífonos y volver la mirada sólo noto los charcos que reflejan un cielo triste. A veces una piedra cruza mi camino, sé que es su forma de afirmar su presencia. Quizás se trate tan sólo de paranoia, pero eso no quiere decir que no me sigan, tan sólo lo confirma.
A veces me sorprendo siguiendo a mi sombra.
Hay algunos que son más hábiles, se esconden en viejas letras y viejas melodías, me sorprende la forma en que logran infiltrarse en esos acordes y a través de mis audífonos inundan mi cerebro, poco a poco declaran suyo el terreno de mi memoria y me obligan a recordar lo que les venga en gana. En ocasiones han invocado viejos recuerdos, rostros que durante tanto tiempo vi a diario y que hoy son tan sólo sombras que se van difuminando. A veces me traen recuerdos que duelen, cómo la mascota que nos trae el cadáver de su presa a forma de regalo, pero aunque grotesco, es un gran regalo, nos permite apreciar la maravilla que es la vida. Así, mis fantasmas se convierten en profesores, me confrontan y me reprochan cuando lo consideran necesario. No tienen miedo ni creen en el tacto social, son fríos y sin protocolos me preguntan a quemarropa sí acaso valió la pena que viviera éste día, sí acaso hice alguna diferencia. Más de una vez no les he podido responder.

Algunos viven en mis sueños, esos son los fantasmas del futuro, son aquellos que me avisan y me previenen, pero son inteligentes, no expresan de idea clara las cosas, gustan de los símbolos y de los acertijos, plantean el problema y me exigen pensar en la solución, demandan un esfuerzo cognitivo considerable.

A veces creo que golpean mi ventana, y me sorprendo de pie frente a mi ventana con la mirada perdida y miento, justifico mi curiosidad al hacer un comentario acerca de la lluvia que cae insistente.
Muchas veces me quedo en pie esperándolos, pacientemente les invoco y con atención espero a lo que han de decirme.

Quizás hoy mientras duermes un fantasma susurre mi nombre a tus oídos.

sábado, 14 de septiembre de 2013

De tacos y patriotismo.

Una señora sentada con la mirada perdida, esperando. A su lado un señor de quijada pronunciada, ojos hundidos que pareciera buscan huir de algo que vieron hace muchos años. Una vieja mesa al frente de ellos y una vieja lona rosa, que algún día fue roja, los corona. La escena es enmarcada por una lluvia que ya viene a menos, pero que logra el objetivo de importunar a quien no la esperaba. 
Una gota escurre justo por la mejilla del señor, quien la retira indiferente, desafortunadamente la lluvia ha ahuyentado a los posibles clientes.
Fue el hambre y la simpatía que sentí por ellos, lo que me convenció de comer ahí. Quien se respete al comer tacos ordenará de dos en dos o de tres en tres sí acaso es tortilla pequeña, o taquera, para así evitar que se enfríe, y por sobre todas las cosas probará las salsas antes, ya que de eso depende, en gran medida, el gusto de comer tacos.
Ordené dos tacos de suadero, el hambre exigía que saturara mis tacos con los complementos ofrecidos, papa y nopales, pero mi razón me exigió que esperase, cuanta razón tenía.
El ritual comienza por el aroma, cerrar los ojos y descubrir que la saliva espera ansiosa aquello que al calentarse desprende un poco de su esencia, ese aroma que viaja por el aire y choca contra el parabrisas de un camión, recorre su costado para ser atrapado por la nariz de una señora que viaja con tedio y que al recibir el estímulo voltea inmediatamente y, sí no tuviéramos los ojos cerrados, veríamos como se asoma y nos mira deseando ser ella quien espera ser servida.
El respeto que se tiene por el comensal se demuestra no en las palabras que interrumpen tu ensimismamiento, sino el tono que con verdadero pesar de interrumpir exclama, "perdón joven, aquí tiene".
Agradecer y aceptar el plato y la invitación de acompañar los tacos con papas y, o, nopales, pero con la firme decisión de esperar y probar la carne antes que otra cosa. ¿Cómo describir un sabor? Valdría la pensa intentarlo, pero quizás sea fútil. Disfrutar unos tacos cómo hace mucho que no lo hacías. Reconoces el sabor que estás disfrutando y sin protocolos exagerados, complementas al cocinero de ojos hundidos, quien te agradece la visita, cosa que te halaga. Es difícil creer que algo tan sabroso esté tan poco demandado.
"Lástima que la lluvia les espante a los clientes", dicho con verdadero pesar, y sí los tacos no le ganaron un respeto al señor, su respuesta lo hará. "Pues sí, nos pega muy duro, pero, pues tiene que llover", la sonrisa que acompaña la última oración te hace ver a una persona que comprende el sentido de la vida y que no pretende modificar el orden natural de las cosas, sin decirlo te da a entender que la acepta y que incluso comprende que alguien no muy lejos, pudiera haber estado deseando que lloviera.
Y al ver a este señor que de la mejor manera posible se gana la vida, haciendo lo que sabe y alimentando a los transeúntes, piensas en todos los hombres y mujeres que día a día salen de casa llenos de ilusiones y regresan a casa con tan sólo unos pesos más, aquellos que no hay lluvia que los doblegue, todos esos mexicanos que día a día mantienen al país avanzando, pequeños engranes de un sistema que los oprime, pero que de ellos depende. Todos ellos que esperan con ansias gritar Viva México, frase ya tan trillada y caduca que sólo sirve de catarsis, de pretexto para beber y pelear, para que puedan juntarse los acomplejados y reír, e incluso llorar, aquellos que en el metro rehuyen la mirada buscan pelea. Los cobardes beben para darse valor, las mujeres usan el albur y dicen groserías, los niños truenan cuetes, se les permite ser ruidosos y no desaprovechan, el país de permite sonreír, aún cuando no haya motivos. Todos se mienten, y entre tanta festividad, se permite incluso se es bien visto. Todos aquellos que critican pero no proponen cuelgan banderas en la ventana o en el cofre de su auto, se pintan la cara, usan paliacates y trenzas, se cobijan en una bandera sólo una vez al año.

Te despides de aquellos que hicieron el favor de alimentarte, les devuelves la sonrisa con orgullo, mientras que con tristeza piensas en lo complicado que es vivir en el país que amas.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Despertar.

Su mirada recorrió el cuarto, notó que una de las paredes reflejaba su imagen, se notó triste.
El pequeño cuarto de paredes blancas era iluminado por luz artificial, no pudo recordar la última vez qué había visto el sol. No pudo recordar la última vez que había sentido el viento acariciándole, recordándole que era parte de algo más grande y maravilloso que cuatro paredes. Observó a su reflejo tocarse la nariz, y sintió el alivio de rascarse. Recorrió el cuerpo que estaba frente a ella, la imagen que debía ser ella misma, pero que no podía ser, quien tenía éstas ideas era ella, no su reflejo. Entonces sus ojos miraron directamente los ojos de su otro yo, de su imitadora, o acaso era ella el reflejo de alguien más, se preguntó. Acaso soy yo quien aparece cuando alguien más se acerca, acaso estoy confinada a este cuarto para que "ella" pueda mirarse, así lo pensó, y la idea le causó desconcierto, quiso salir de allí, pero no había forma.

Mirando a su reflejo se dio cuenta de que era ella quien tenía estos pensamientos, así que su existir no dependía de esa otra que se rascaba la cabeza frente a ella. Se dio la vuelta y miró sus manos, no habían desaparecido, ella seguía ahí, se dio cuenta de que en verdad su existencia no dependía de alguien más.
Miró al techo y la lámpara la cegó por unos segundos, cuando la imagen fue clara de nuevo, se sorprendió al ver como la otra  también lloraba al darse cuenta que no podía salir de allí, se dio cuenta de que la otra, era su reflejo.

Del otro lado del cristal, biólogos especializados en la conducta de chimpancés, tomaban nota de las actividades de "Susy", chimpancé de tres años de edad que había nacido y crecido en cautiverio con el único fin de observar su conducta y así comprender los efectos psicológicos del aislamiento en mamíferos.
La doctora encargada de la investigación observó el momento justo en que una lágrima se formaba, pensó que era imposible además de improbable. No seamos tan severos con ella, eran otros tiempos y quizás por eso no fue capaz de darse cuenta que la pequeña chimpancé desarrolló conciencia de sí misma.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Lomo mojado, ojo ídem.


Mientras paseo mi mano por el lomo mojado de mi perrita, recuerdo ese niño que fui, que más de una vez pidió un perro, e igual número de veces recibió una negativa.
Mis dedos masajean su pelaje, tal como en una ocasión acaricié a mi hamster Spike, me lo regaló un compañero de la escuela, todas las tardes llegaba del colegio, lo tomaba con cuidado y mientras le contaba los pormenores del día acariciaba su lomo con cariño, es triste, pero en ese entonces era mi único amigo. Jamás pretendí impresionar a Spike, y él jamás me mintió para quedar bien. Un día llegué a casa con la misma ilusión a ver a mi amigo, pero no estaba en su jaula. Cuando pregunté si lo habían visto, recibí una respuesta que incluso hoy, muchos años después de haberla oído, me hace sentir una tristeza infinita, hay muchas formas de ser cruel, dígale al niño que pregunta por su hámster: "lo aventé por el excusado". Jamás sabré sí fue una broma cruel, o fue una manera torpe de suavizar el hecho de que mi hamster había muerto, sólo sé que ése día perdí a mi hamster, y con él, ganas de hablar.

Mi perrita siente que algo no está bien y lame mi mano, me hace saber que sea lo que sea, ella está aquí, y que a pesar de ser torpe y cobarde quiere estar aquí, y es esa lengua la que me trae de vuelta al aquí y ahora. Me recuerda lo mucho que deseé un perro, y lo mucho que disfruto sobándole la panza. No sé que pasará mañana, sólo se que quiero mucho a ésta perrita y me alegra verla crecer cada día y me alivia la idea de que ya no cabe por el excusado.