lunes, 29 de enero de 2018

Nevado de Toluca.

Fuimos al nevado de Toluca. Ni siquiera éramos los mejores amigos, tan sólo buenos compañeros de colegio. Creo que incluso me invitó a su fiesta de cumpleaños en una ocasión y yo me puse a jugar fútbol con sus primos, que después supe, no lo querían.
Recuerdo a su papá, alto y de bigote cano, robusto sin ser musculoso, de voz ronca e imponente. Su madre, la de mi compañero, era una mujer sumisa y protectora cuando el padre no estaba, callada y distante ante la presencia de la figura paterna, pareciera que le temiera, o que no quisiera contradecirlo en nada y por eso callaba. La hermana era muy guapa, o al menos a mi me lo pareció.
Fuimos al nevado de Toluca y caminamos por horas, entre hielo asentado que me hicieron creer era nieve. La gente jugaba a arrojarse bolas de hielo, cuando había una colina nos arrojábamos sobre mantas viejas y rodábamos como piedras, yo me divertí pero R. parecía no querer estar ahí. Como si le hubieran obligado.
Cuando nos alcanzó la tarde tuvimos que regresar al carro. Al cabo de unas horas R. comenzó a llorar, cansado y con frío, decía que le dolían los pies y que estaba ya oscuro y que le daba miedo.
Su padre lo sujetó del brazo y le dijo en un susurro que mas bien fue grito contenido, "¡me estás poniendo en ridículo! ¿Por qué no eres como tu amiguito que no llora como niña?" R. sólo pudo gritar: "¡me estás lastimando!".
Pude notar el desprecio cuando el papá de R. lo soltó, negó con la cabeza y siguió caminando. R. lloró y corrió hacia su madre, ella lo abrazó y le pidió que se calmara, en un susurro verdadero, como aquél que le reza a dios en momentos de verdadero terror, o como aquélla que le habla a su bebé y que quiere que nadie la escuche, pues es un dialogo sagrado.

Todos seguimos caminando en silencio. Yo no sabía que sentir, mi pueril mente me decía que eso había sido gracioso, pero algo en mi me dijo que había sido testigo de un abuso que aún no entendía. Años después recordé a R. decir que odiaba a su padre, mientras contenía las lágrimas, fue en un recreo, mucho tiempo después del viaje al nevado de Toluca y ese día R. me miró de forma fugaz, yo sabía que estaba agradecido conmigo por nunca contar en la escuela lo sucedido con su padre, no creo que su reputación lo hubiera soportado, ya muchos lo catalogaban de joto, a mí poco me importaba entonces, pues él era buena persona y en el recreo siempre comía rancheritos con limón y salsa y me invitaba, quizás me consideró su amigo, pues nunca le dije joto. Quizás no tuvo verdaderos amigos en la escuela, no lo sé. Hoy lo recordé al sentir el frío pasearse entre mis pies, cual niño que juega entre los adultos. Y mientras abría un chocolate recordé que la madre nos dio chocolates Carlos V, para no sentir tanto el frío, decía. Y puedo jurar que ese chocolate me dejó un sabor a nostalgia, un sabor a recuerdos de infancia que hacía mucho no me visitaban.

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