La
próxima canción que escuches podría contener, en sí misma, la historia más
bella jamás contada.
Temprano
en la mañana se escuchó a lo lejos, en el cerro, la melodía. Desde una vieja
vecindad, en el cuarto donde el tigre del tiempo ha afilado sus garras donde ha
podido, en las cobijas, en las paredes del baño, en el techo y sobre todo en
sus sueños y en la tela que pretende cubrir ese cuerpo frágil que se quiere
creer poderoso e inmortal, y mientras los hilos se asoman a tomar el aire
mientras él cruza la ciudad apretado, siempre apretado y sin quererlo se vuelve
uno con el colectivo por un instante mientras se pasea por las tripas de la
ciudad en movimiento continuo y no peristáltico. Ahí van todos deseando llegar
a tiempo para en el instante mismo, desear irse.
La
melodía lo acompaña y suena en sus oídos mientras en su cabeza los pensamientos
se amontonan y se le olvida todo al instante, siempre distraído, deseando estar
de vacaciones, o con alguien más, o con los amigos, o con los que se hacían
llamar amigos, o con la cola entre las patas, temeroso de dar la cara, o
esperando a que sean otros los que digan hola.
La
canción se compuso hace años, pero él la descubrió hace poco y por eso la
repite tanto, quiere cansarse lo antes posible de ella, para poder continuar su
rutina y seguir con el tedio y después buscar algo más que le entretenga y que
le dé la impresión de novedad, de sentido.
El
despertador sonó, como siempre, cuando él estaba ya en el baño y él, como
siempre, corrió para apagarlo e intentar que no la despertara, mientras ella
sigue en cama con los ojos cerrados pero incorporándose poco a poco a lo que a
partir de ese momento se llama realidad, el hoy. Él la mira y le sonríe para
regresar al baño y seguir con la rutina, bañarse, peinarse, ponerse
desodorante, secarse el cuerpo, quizás ponerse crema, quizás no, desayunar
algo, vestirse, siempre de traje, anudarse la corbata y dudar, siempre la
maldita duda, lavarse los dientes y arriesgarse o quitarse la corbata y evitar
el riesgo de una mancha. Sale de casa más temprano, hoy tiene que tomar el
metro pues el carro está en el taller.
Jamás
imaginó que tantas personas se pudieran reunir en un solo lugar, por un momento
duda, siempre la maldita duda, pero decide arriesgarse, y así tener algo que
contarle a los amigos en el club de golf y decir con orgullo que se ha dado un
baño de pueblo.
Se guarda
la cartera en la bolsa del saco, pues tiene miedo de un enemigo invisible, ese
que le envidia y que le quiere quitar las cosas lindas que tanto ha luchado
para conseguir, incluso tiene miedo de que alguien le robe sus sueños, así que
se refugia en sus audífonos, cree que tiene miedo a que alguien le robe las
ideas, pero la verdad es que quiere callar el pensamiento, quiere evitar que
los recuerdos le vengan a visitar desde el pasado, logró olvidar quién era y no
permitirá que un viaje en metro le recuerde su origen humilde, no quiere volver
a tener hambre o tener que salir a buscar a su padre quien seguramente estaría
tirado en la esquina inconsciente, o peor borracho con sus amigos, pues
borracho podía y pretendía luchar y no importa que tan viejos seamos, el niño
que fuimos sigue siendo frágil y un recuerdo puede hacer que el presidente de
una de las empresas emergentes más importantes de la ciudad, pueda sentir que
se cae de rodillas, pero gracias a dios está el colectivo que lo soporta y no
permite que sus rodillas caigan al suelo, sino que lo llevan, sin que él pueda
hacer nada, dentro del vagón.
Uno de
los pies golpea el lomo del suelo con furia, tiene prisa y espera que el metro
no tarde más, pues ella no puede perder más el tiempo, ya ha perdido bastante.
Tener dos
trabajos puede ser cansado, pero vivir la vida sin ilusiones es la muerte y
ella lo sabe, hace tiempo que se volvió una autómata, su hijo no sabe lo que
ella sufre para darle de comer y poco le importa y lo que más le duele, es el
hecho de que no hay otra culpable más que ella. Alguna vez se dijo, no quiero
que mi hijo sufra lo que yo sufrí y precisamente por eso, porque el niño no ha
sufrido ni se ha esforzado, no sabe apreciar las cosas, no sabe el costo de las
cosas y lo que es peor, el valor de las cosas. Ella llega a casa de su madre
por su hijo quien nunca se quiere ir con ella, pues como no la ve, no tiene un
lazo y aunque el corazón nunca se recuperó del golpe que le dio, sin querer,
ese día que le dijo mamá a su abuelita y por más que ella, la abuelita, quiso
restarle importancia, ella, la madre, sabía que estaba perdiendo a su hijo.
Querer darle todo, le quito lo que tenía.
Mira el
reloj y se asoma en la oscura garganta, esperando que así escupa esa lengua
naranja que ha de llevarla por las tripas de la ciudad para llegar a su primer
trabajo, primer round. Ahí está de pie, le cubre los hombros, cual bata de
campeón de boxeo, una bata de enfermera con el logo de una clínica privada, ahí
está ella esperando a que suene la campana, lista para el primer round, lista
para mirar a los ojos al mismísimo diablo y decirle con ese coraje contenido,
“¡a mi hijo no me lo quita nadie!”.
Trabajar
como guardia de seguridad es lo único que le quedaba, era eso o robar y la
balanza de los opuestos lo orilló a hacer lo correcto, trabajar para ganarse el
pan. Jamás imaginó que fuera tan pesado ganar unos pesos, doblando turnos
porque los compañeros no llegan o porque el jefe no supo organizar el horario,
y ahí de pie, esperando a encontrarse la fortuna al voltear la esquina, piensa
en qué pudiera hacer para no caer en el juego de la corrupción y para poder
generar más ingresos y siempre se dice a si mismo que llegando a casa le dará
vueltas a ese plan y que llenará unas solicitudes de empleo para buscar algo
más y en eso anda cuando la gente lo invita a subirse al vagón, lo llevan
aunque no quiera, lo empujan con prisa y furia y por más que quisiera gritar
que él es el dueño de su vida, se calla y permite que le pisen, ya bastante
batalla le presenta el sueño y el tedio de haber trabajado la tarde y noche del
día anterior, tiene sueño y está cansado, cansado de trabajar y cansado de su
vida.
Sin
quererlo ni buscarlo conviven hombro a hombro, miradas resentidas que se
rehúyen, no importa que tan cerca te encuentres físicamente, el mexicano no
permite proximidad emocional, esa cuesta años obtenerla.
No tienen
idea que tienen tanto en común, tienen anhelos, sueños, miedos y seres que les
extrañan o que ni siquiera se acuerdan de ellos.
Sabes que
la próxima estación debes de bajar, así que comienzas a abrirte paso, primero
golpear un hombro, el derecho y preguntar, “¿disculpe, baja en la siguiente?” y
cuando ella voltea, para decirte que no, le sonríes y ella te devuelve el
gesto, confundida, pues es tan raro ver una sonrisa y con cierta vergüenza
piensas que es algo normal, pues las enfermeras no sonríen, quizás así las
contratan, apáticas y sin ilusiones. Sin tan sólo supieras.
Avanzas
un paso y ahora golpeas otro hombro, ahora el izquierdo y repites la misma
pregunta pero esta vez el guardia te ignora, tienes que preguntar más fuerte y
entonces la negativa es expresada con un movimiento de cabeza. No tienes manera
de saber que esa persona ha trabajado dieciocho horas continuas, así que emites
un juicio, lo primero que te viene a la mente es la falta de educación, pero
después te tranquilizas pensando que es normal, al cabo es un guardia de
seguridad. Iras por la vida creyendo que ese señor es grosero, sin saber qué su
vida es igual o incluso más compleja que la tuya.
Falta
poco, ahora preguntas a un señor que rehúye al contacto, se aleja y con un gesto
de asco, se retira. No hizo falta preguntar, está claro que no baja y que te ha
cedido el paso, pero ahora piensas que hay personas que se creen superiores a
los demás sin darse cuenta de que todos somos iguales, sin saber que todos
somos uno. De igual manera te has equivocado, el señor no rehuía a tu contacto,
le tiene miedo a los recuerdos y en un estado de miedo primitivo ha corrido
cual animal herido, y no hay nada de asco, es miedo, miedo a recordar. Hay
personas que quieren mentirse y por tanto le mienten a los demás, pero hay
mentiras que podemos sostener ante los demás, pero no ante nosotros.
Cuando
por fin estás frente a la puerta del vagón esperando a llegar notas un sonido,
es una melodía, de forma casi imperceptible mueves tu cabeza hacía ese sonido y
puedes distinguir una canción que hace años escuchabas, esa que tantas veces
sonó cuando la luz del sol, en ese amanecer, se abría paso entre el humo de
cigarro que flotaba en la habitación mientras te tallabas los ojos y sonreías
de forma torpe y con la boca pastosa y la lengua cansada de tanto hablar,
decías la hora para convencerte de que ya era hora de ir a dormir.
La
canción sigue sonando poco a poco se va alojando en la memoria de alguien más,
alguien que no termina de entender porque un extraño le sonrío de forma
estúpida mientras le mostraba el pulgar de la mano derecha hacía arriba,
mientras la ciudad se lo tragaba, personas que se bajan a la fuerza mientras
otras se empujan para conseguir un lugar. Quizás así será la pelea para
conseguir un lugar en la eternidad, todos empujándose sin saber si quieren subir
o bajarse, todos creyendo saber a dónde ir, pero sin tener claro si en verdad
quieren llegar.
"For as long as you want to
Lend me your heart
I will shelter it
Until the end of time"
Lend me your heart
I will shelter it
Until the end of time"
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