domingo, 12 de febrero de 2017

No podía olvidarla por una simple y sencilla razón: no quería olvidarla. Estaba seguro de que era ella quien le enviaba esos correos que ofrecían incrementar esa parte masculina que (casi) nadie ve, pero alrededor de la que gira la vida de todo hombre. Era ella la que enviaba la promesa de un crédito sin acaso revisar el buró de crédito. Se podía distinguir su letra en esos pixeles que prometían aliviar todos sus dolores. Su gramática accidentada se notaba en aquél correo que pretendía imitar el acento de un príncipe ugandés. La falta de acentos tan sólo evidenciaba su prisa por decirle te extraño.

Era claro que ella no lo podía superar y por eso lo acosaba con correos electrónicos, cada día más ocurrentes, cada día más obvios, cada día más desesperados.

Él leía con calma los desesperados e ingeniosos intentos de decirle, “te extraño”, varias veces resistió el deseo de responderle.

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No fue capaz de borrar sus correos, en momentos de debilidad acaricia con nostalgia esa carpeta que lleva por nombre "ella".

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