domingo, 19 de febrero de 2017

Recuerdos.

Si no me crees, pregúntale a mi sombra, ella estuvo ahí.
Llovió un mar sobre la ciudad y terminó espantando a los comerciantes que por primera vez, se fueron a dormir temprano y cuando la lluvia se cansó de mojar la ciudad, ellos ya no le vieron sentido a salir otra vez y por primera vez el silencio se pudo apreciar desde la medianoche de un viernes de quincena.

La lluvia hacía rato que había terminado y sin embargo una gotera se mantuvo toda la noche, el charco vibraba un segundo, recuperaba la calma y un segundo después otra gota golpeaba su lomo.

El sol tardaría mucho en asomarse y sin embargo él ya llevaba rato tarareando esa vieja melodía que era recuerdo, constancia de otros tiempos. El agua comenzó a hervir en la estufa mientras él se ponía los anteojos.

Asomó la nariz por la ventana y sintió una brisa fría que había salido temprano a pasearse por el barrio, la basura que generalmente acompañaba la madrugada de los sábados no estaba y comprendió que la lluvia había ahuyentado la peste que eran sus congéneres y le dio gusto que los comerciantes no hubieran hecho el acostumbrado ruido, pero al cabo de un momento se sintió mal, pues quién era él para juzgar a los demás, siendo que él mismo había pagado una condena en prisión por haber hecho mal.

Todos pueden cometer errores, la cuestión está en que a algunos los errores se los cobran. Algunos errores tienen más peso que otros, algunos errores quedan con un lo siento, algunos errores te cuestan veinte años de tu vida.

Es curioso como la memoria decide quedarse con aquello que más nos duele y lo tiene a la mano para que en cualquier momento, en cualquier pretexto, te lo arroje a la cara y te recuerde que la haz cagado. Algunas palabras se dicen a la ligera, en momentos de enojo se puede amenazar a alguien de muerte o simplemente se le desea como castigo, pero hay ocasiones en que la muerte es accidental, es algo tan simple que resulta inverosímil. Él había discutido con su casero, una serie de insultos y ante el acorralamiento un empujón, quién iba imaginarse que el tipo iba a romperse el cuello tan fácil, y así nomas, una vida le costó veinte años que iban a ser cuarenta, pero gracias a su buena conducta, llámese buena conducta a su docilidad y sumisión, le redujeron la condena.

Le regresaron en una bolsa un pantalón, una camisa, el libro que había traído para leer durante todo ese tiempo, unos tenis y un encendedor. Cuándo pregunto por el dinero que traía , se rieron de él y un policía mal encarado le amenazó, que se largará sin hacer pleito, o lo volvían a encerrar.

Poco sabía del mundo cuando entró, qué podía esperar al salir. Consiguió trabajo en una obra sacando escombro y cuando todos se iban a descansar, él se escondía y dormía en los cimientos. Poco a poco se pudo comprar otros pantalones, dejó de pedir cigarros y compraba los suyos, pudo rentar un cuarto, pudo comprar una pequeña estufa y meses después el tanque de gas para hacerla funcionar. De cartón pasó a colchoneta para dormir, ahora tenía seis pares de calcetines y se le inflaba el pecho de orgullo al verlos todos sin ningún agujero, todo un record.

La ciudad comenzó a despertar poco a poco y supo que pronto ese momento de comunión daría paso al bullicio, todos comenzarían a salir corriendo de sus casas, con prisa por llegar a otros lugares, escuelas, trabajos, oficinas de gobierno, hospitales, algún tianguis, o lo que sea que hicieran en sábado para sobrevivir.

Le dio risa como la gente se queja de su realidad, siempre, sin saber que siempre habrá alguien más jodido. Siempre.

El vaho que exhalaba el café desde su taza le empañó los anteojos y justificó una lágrima que se asomó a ver calle mojada. 

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