miércoles, 20 de agosto de 2014

Héroe de Barrio.

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Él perseguía el sueño de ser boxeador, ella era aprendiz de estilista, quería peinar a las famosas, más de una vez así lo dijo.

Se conocieron por causalidad, como todo lo que sucede en la vida, ojo no confundir con la vulgar casualidad, ellos se conocieron a causa de las decisiones tomadas en el pasado.

Jugaron al amor por años, hasta que decidieron obedecer a la opinión popular, y casarse. Ella se encargó de su propio vestido, por falta de recursos y por el deseo de hacerse un vestido hermoso, en “su día”.

Él consiguió un traje casi nuevo, gracias a su primo que trabajaba en una tienda de alquiler de trajes y smokings, la verdad es que no era nada espectacular, pero era casi nuevo, cosa que le pareció sorprendente ya que nunca había tenido la oportunidad de estrenar nada, ni sus sueños. 

La noche anterior a la boda los llevaron a su despedida de solteros, ahí van las amigas con ella a casa de una, le platican lo que debe de saber, pretenden anticipar lo que les sucederá a ellos, creen que pueden ver el futuro y prepararla para todo lo que pudiera ocurrir, cómo si alguien pudiera hacerlo. Los amigos de él pretenden instruirlo en los artes del sexo, en el místico arte de complacerse, y es el alcohol el que afloja la lengua y estimula al joven a preguntar, a confiar en esos que no son mucho mayores que él, pero a los que ha decidido creer el mote de expertos. Ríen y beben, es una fiesta.

 

En el altar se encuentra ella nerviosa, sin poder morderse el labio, ha esperado una hora y media, el padre le comenta que quizás no era una buena idea, mientras la mira con lujuria, deseando ser él ese que no ha llegado.

 

Los zapatos en la mano para poder correr, el velo ya hace rato que cayó al suelo, junto con algunas lágrimas, corre a buscar al único hombre que ha amado, o al único que cree amar, entra a la vecindad con prisa, poco le importan las miradas divertidas que la siguen hasta el cuarto de él, aun las siente posadas en su lomo como aves de rapiña que penetran su débil piel, aves viejas que  saben que es su corazón el que despide ese olor putrefacto, a herida mortal.

La ven entrar con furia al cuarto donde un olor a alcohol inunda el ambiente, una cobija que pende de un lazo evita con todo su ser al sol, no es bienvenido, y él tirado en un catre con un cuerpo de plomo que despide un olor a traición y ella deseaba con todo su ser que no hubiera estado ahí, sería más fácil lidiar con la idea de que se hubiera ido con otra, de que la hubiera cambiado, pero no que se hubiera acobardado.

 

A veces el cuerpo actúa cuando la mente aun se encuentra racionalizando, sólo se dio cuenta de lo que hacía cuando él le grito perdón, me emborracharon ellos, me quedé dormido… Pero ya era demasiado tarde, el rojo inundaba el blanco del vestido, de su mano corría un hilo de sangre, que bajaba desde las tijeras que empuñaba con furia, y sólo entonces se dio cuenta de las heridas en el pecho de él, ahora estaban al parejo, ambos con el corazón destrozado y sin embargo ella no soportó la idea de haber matado a su amor, y en un acto reflejo se hizo lo mismo.

 

Cuando los encontraron no había forma de saber que sangre perteneció a quién, era una sola.

 

Dicen que en las noches se le puede ver a ella vagando por la vecindad, y si es paciente o lo suficientemente morboso, también se le puede ver a él, caminando despacio detrás de ella, ambos sufriendo su amor.

 

Los amigos de ella pusieron una cruz que pintaron con amor y una dedicatoria que hoy el viento y la lluvia han besado hasta el cansancio, dejando sólo óxido donde alguna vez estuvo su nombre, los amigos de él lloraron y bebieron, y alguno de ellos quiso enviarle al cielo sus guantes, para que allá pudiera entrenar y cumplir su sueño de ser campeón del mundo.

 

El destino era el cielo, pero un cable que se encontraba ahí decidió aceptar el regalo y sostenerlo por siempre, como un trofeo, o tan sólo como un epitafio de aquel que hoy ya no tiene nombre.

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