sábado, 9 de agosto de 2014

Shine on you crazy diamond…

El moho devora una vieja bocina, mientras esta imita de la mejor manera posible una canción de "The Mars Volta", él siente de pronto un dolor en la espalda, como lo recorre poco a poco y sube por los escalones de la columna vertebral para posarse en la terraza de la nuca y mirar desde ahí sus viejas glorias, mientras que él deja de escribir y se dice a sí mismo, "ya estoy viejo", acomoda su pierna izquierda que ha sido invadida por las hormigas del cansancio, la mueve esperando ahuyentarlas y lo logra, aunque sabe que es tan sólo temporal, volverán, es sólo cuestión de tiempo.
Las manos acarician las teclas negras que suavemente se dejan estimular, letra a letra se van posando conforme él lo pide, sus ideas comienzan a tomar forma en la pantalla, y se sorprende, sabe que nadie lo leera. O al menos eso se dice, escribe con devoción para extraños que quizás nunca conocerá y que quizás ni siquiera terminen de leer lo que tiene que decir. El mal del pseudo escritor, escribir con pasión sin saber si acaso lo leen con la misma.
Como acto reflejo sube el volumen y tararea la melodía que emiten esas viejas bocinas cuando hay alguna canción que le emocione, y piensa en el tiempo que ha pasado desde que escuchó esa canción, y se sorprende al ver a su yo de entonces, al que vivió y sintió junto con esas canciones, una fiesta en una casa vieja, no hay sillas ni mesas, sólo gente ocupando el suelo, pequeños grupos que se reúnen alrededor de botellas de vino y vasos desechables, como si los adoraran, esperando al genio que ha de salir a resolverles la vida, sin saber que es un demonio el que ahí habita, el demonio de la memoria que nos atormenta si se le invoca, pues nunca nos permite elegir, ahí estamos tratando invocar los días de infancia, cuando todo era más sencillo, o acaso nos importaba menos y zas, se nos viene una imagen que no nos agrada, y nos engañamos diciendo que no lo queremos, pero es mentira, buscamos que nos vean sufrir, pues nos acostumbran al rol de victima, desde pequeños, cuando enfermamos nos permiten quedarnos en casa y nos hacen de comer lo que nos gusta y nos permiten beber refresco, sidral. Y mientras permitimos que el licor acaricie con su amarga lengua a los hielos y el plástico, se nos va borrando la sonrisa mientras decimos en voz alta para que todos puedan oír, "me cae que si pudiera vivir otra vez, no cambiaría nada..." Para qué... Mirar alrededor buscando el baño, siempre organizando grupos, unos cuidan la bebida, otro cuidará de aquellos que necesiten vaciar las cantimploras de las vejigas y todos los grupos se cuidan entre ellos y de ellos, se repelen, no saben convivir, cualquier pretexto es suficiente para comenzar una riña, es sólo cuestión de tiempo y sincronía, puede que hoy te toque salir con tu grupo y decir, vámonos antes de que empiecen los putazos, y alguien se atreverá a ofrecer su casa para continuar la tertulia, y mientras los parroquianos se sientan y alguien organiza la música y pide atención a los presentes y entre hipos declara que necesita toda su atención, pues esa canción será la que tendrán que poner en su funeral.
La escena se repite en muchas mentes, sólo es necesario cambiar la canción y aquellos que acompañaron al solicitante, pero es algo más común de lo que imaginamos, de lo que imaginas, todo lo que has vivido alguien más lo ha vivido, quizás de una forma similar, las mismas palabras, los mismos gestos y, por qué no, quizás los mismos interlocutores, sólo en diferente tiempo, diferente contexto. O quién sabe, quizás en éste momento en un universo paralelo tu yo alterno se encuentra en esta noche de sábado con sus amigos, amigos que para ti son imposibles, pues les rehúyes, pero él no, y alza la voz mientras sostiene una bebida y les dice "esta canción quiero que suene cuando yo me muera, pero en serio cabrones, se los estoy pidiendo de favor" y todos levantan su copa y entienden la seriedad de la petición, dicen salud como nunca antes lo habían hecho, con amor.

Una pausa para reflexionar y pensar qué canción sonará en tu funeral, quizás nadie recuerde cual querías, quizás ni siquiera tú recuerdas que canción pediste, o no sabes cual vas a pedir. Hay miles de opciones y quizás terminen poniendo una que no imaginas, sólo porque a alguien le recuerda tu sonrisa, o tus ojos o porque fue la canción que sonaba cuando te conocieron o quizás será la canción que ponga tu hijo, una canción que jamás escucharás pero que si pudieras oír te tocaría en lo más profundo, ahí donde se encuentra el deposito de lágrimas permitiendo que broten de forma discreta pero constante y se alojan en tu garganta impidiéndote hablar, pero no podrás oírla, o quizás ni siquiera suene canción alguna. Tan sólo un minuto de silencio y no más, la vida seguirá y aunque duela admitirlo, será cuestión de tiempo para que nos olviden y no dejaremos constancia de nuestro paso, como no hay constancia de esas fiestas, de esas reuniones, a menos de que alguien más las recuerde y pueda constatar lo que sucedió y decir, es cierto, yo estuve ahí y así sucedió.

Termina por bajar la pierna de la cama, las termitas devoran el hueso y la piel, se pone en pie y camina por la habitación, enciende un cigarro y regresa la canción, al exhalar un suspiro inunda la habitación de humo y nostalgia, y se deja embriagar por esta, recuerda aquellas tardes en que pretendía actuar como hombre maduro y ríe al darse cuenta de lo que hacía, siempre tratando de impresionar a gente nueva que jamás volvía a ver, siempre intentando caer bien.  Por alguna extraña razón recuerda el sabor a brandy barato en su garganta, el mareo y el inevitable amanecer, siempre lastimando los ojos, todos los rostros que vio y que ahora casi no recuerda, todos los compañeros de parranda ocasional, entes que entraron y salieron sin dejar huella, y después ve los rostros de los que recuerda con aprecio, pero que ya no están, o están lejos. Otra bocanada, los acordes masajean la memoria de forma gentil, se deja llevar, cree estar a salvo, se siente flotar en aguas que lo van llevando de a poco a la infancia, a sus juegos de puberto jugando a querer, recuerdos que vienen poco a poco hasta que comienzan a turbiarse, las aguas se agitan y lo llevan a donde no quería, a recordar todo lo que hoy le causa arrepentimiento, se encuentra a la deriva, flotando entre todo aquello de lo que hoy se arrepiente. Cerrar los ojos y suspirar, remedio milenario para ahuyentar a los demonios, aunque en ocasiones no es efectivo, así que se sienta nuevamente y retoma el hilo de lo escrito, una pequeña nota suicida, y aunque pretendía no divagar se da cuenta de que la ocasión lo amerita, repasa la ortografía y la redacción, corrige algún detalle menor, no la dedica ni la firma, simplemente guarda el archivo de texto con el nombre “shine on you crazy diamond”, canción que ama, pero que no ha escuchado en unos cinco años, y mientras estuvo de pie y su mente viajó en el tiempo, su cuerpo se dedicó a buscar el disco de Pink Floyd, pero no lo encontró, así que sube el volumen, The Mars Volta continúa inundando la habitación, sus oídos y su mente, enciende un último cigarro, sabe que es el último por eso le tiemblan las manos, la llama baila frente a él y lo hipnotiza, baja la guardia, y por un segundo el mundo se detiene, las manos no tiemblan, se encuentra en casa, una vieja casa donde nunca había que comer, muchos gritos pero poca atención, alguna vez notó que el tono que usaba su madre para gritarle, era el mismo que usaba para corregir al perro, y se sintió eso, un perro. Toda su vida un perro, uno que desconfía y no se permite la oportunidad de conocer gente, sólo gruñe y advierte que están invadiendo su espacio, pero había algunos aventurados que lo ignoraban y entonces él buscaba agradarles, buscando aunque fuera un vínculo duradero en su vida. De nuevo un suspiro lo trajo de vuelta a la realidad, el cigarro ya encendido descansaba en sus labios, la resequedad hacia que se le pegara, una última bocanada, el dedo acariciando el gatillo.

 

El sonido del disparo retumbó dentro de su cabeza, las ideas volaron y se golpearon contra la fría realidad de un muro de cemento, la sangre que segundos antes inundaba su cuerpo salió expulsada con violencia, manchando el suelo, techo y pared, como un desesperado intento por permanecer en éste mundo y fue el ruido del disparo el que alertó al corazón, que asustado bombeo sangre hacia la herida, pero se dio cuenta de que no tenía sentido, así que decidió entregarse al orgasmo del descanso,  el aroma a pólvora se mezcló con el de tabaco y humedad y el sonido que emitían unas viejas bocinas, justo en la parte instrumental de la canción que antecedía al estribillo, “I've defected “. Jamás supo que canción sonó en su funeral, y la verdad es que nadie recordó aquella vez en que entre hipos pidió que se le recordara con “Shine on you crazy diamond”, y justo en el requinto estaba previsto que se echará la tierra que habría de abrazarlo por toda la eternidad, pero eso no ocurrió, el día que lo velaron nadie asistió, nadie lo reconoció, nadie dijo es mi hijo, o es mi hermano, o fue un amigo, o quizás el hijo de una vecina, nadie.

Sí alguna vez te das cuenta de que durante alguna canción te perdiste y no sabes a donde viajó tu mente, quizás algún muerto tomó prestado tus oídos para escuchar por ultima ocasión esa melodía que le ha de servir de despedida…

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