viernes, 16 de octubre de 2015

El güero.

Lo único que había era silencio,  ahora el sonido del grifo que vomita agua y en lo que antes era penumbra ahora se ve su rostro cansado, las manos reciben el agua,  sin saberlo, de la misma forma en que el mendigo recibe limosna o el campesino las dilatadas lluvias.

El cuenco que son esas manos catapultan el precioso líquido hacia el rostro, los parpados en torpe defensa se cierran y como única respuesta la lengua se expresa ante la baja temperatura: "¡hijo de su puta madre!".

Faltan unas horas para que el sol se interese en este mundo,  todos los que pueden siguen durmiendo,  es la hora que muchos llaman del diablo, las tres de la mañana y todo sereno, excepto sus pensamientos.

Y si hubiera estudiado,  y si hubiera hecho lo que me aconsejaron de niño. Preguntas que siempre lo asaltan y que siempre se someten ante la dura verdad,  mi padre se murió cuando yo era niño y no hay forma de cambiar eso,  alguien tenía que ayudar a mi mamá con los gastos y hacerse cargo del puesto de tacos, aún cuando ese alguien sólo tuviera ocho años.  Si bien es cierto que él comenzó ayudando a su mamá,  pasados unos meses demostró su capacidad y fue entonces que su mamá lo ayudaba a él, hay que decir que fue él quien más sufrió la muerte del padre, eran muy unidos, tanto que le enseñó a él y sólo a él la llamada receta secreta, en tan sólo unos meses tuvo un retiro espiritual,  aprendió a vaciar la mente y pensar en nada cuando preparaba las salsas, controlando su respiración, cual maestro yogui, deshojaba el cilantro, la cebolla no lo haría llorar jamás, pues él sabía sus secretos y ella,  la cebolla, sabía los de él y entre verdaderos amigos no hay traiciones.

El secreto es amar lo que haces,  si no, para qué chingados lo haces; solía decir el padre y eso se tatuó en su psique, le caló hondo, hasta el tuétano y a pesar de lo poco que dormía,  el amaba lo que hacía. O al menos eso creía y prefería eso por sobre cualquier trabajo de oficina. 

Cuando su mamá murió los hermanos pelearon por lo que nunca ayudaron a construir,  uno creyó tener el derecho a administrar lo que debió ser para todos,  él ni siquiera se defendió, el corazón se había despostillado con la muerte del papá y al morir la mamá término de romperse. Pasados unos años se descubrió trabajando de chofer, pero siempre le dolía la cabeza al terminar el día, él decía que era por el tráfico, sin querer reconocer que odiaba lo que hacía.  La que entonces era su novia le dijo apenada que estaba embarazada y su alma descansó,  por fin tendría el pretexto pata dejar su trabajo, cuidar a su mujer.  Entonces las cosas se acomodarlo solas, un amigo le ofreció un local barato y sin depósito, ahi me vas pagando, le dijo.  El que había sido su cacharpo tenía un tío verdulero y el vecino de éste vendía carne, en menos de una semana lo tenia todo. Faltaban los recuerdos.

Quien subestime el poder de una salsa ha ofendido su paladar toda la vida.  La salsa da cuerpo al taco, al guisado, a la quesadilla, a la vida. Hacer una buena salsa requiere de un talento místico que a falta de mejor término llamamos "sazón" algunos nacen con ese toque divino y algunos otros pasan años estudiando para poder imitarlo,  el no sabia si tenia el toque y le daba miedo haber olvidado las recetas.

Colocó todos los ingredientes con respeto en la mesa de trabajo,  las verduras bien lavadas,  los cuchillos bien afilados, la licuadora nueva y los ánimos renovados. A nadie lo ha confesado y quizá solo se lo diga a su hijo en unos años,  pero ese día le temblaban las manos, el corazón quiso escapar pero pudo contenerlo en la garganta y ahí se le quedó un rato,  hasta que sorprendido hizo lo que durante años hizo con maestría y entonces la taquicardia dio paso al orgasmo y su sonrisa que se asomaba timida entonces,  no le ha abandonado desde entonces.

El agua escurre al pecho mientras él se lava el cabello y la cara, la catapulta que forman las manos lo enjuagan y la mente regresa poco a poco y recupera consciencia del lugar donde está y de lo que hace y sonrien,  sonríe él que ya ha regresado y aquel que lo mira desde el espejo, ese que lee entre líneas. 

La casa sigue tranquila pero un bostezo le recuerda donde está, la pequeña perra de la familia se acerca a verlo preparar las salsas y espera que esa fidelidad le reditue con algún trozo de carne.  Él le sonríe con gratitud y se apresura a terminar.

La gente se refiere a él como el güero, aunque su nombre es Daniel y mientras era chofer persiguió el sueño de ser boxeador, la fama no llegó nunca,  pero aprendió a soportar los golpes de la vida y quizás por esos días tiene la costumbre de empezar el día con la canción de Rocky y se le puede ver entregado a la preparación de lo que será la comida de extraños,  personas que nunca ha visto y que quizás nunca volverá a ver, pero a los que quiere sorprender y consentir.

Ya hace rato que el sol lo golpea en el lomo,  pero el se mantiene estoico, con aires de gran campeón que reta a los dioses,  pues nada puede perder. Algún parroquiano le preguntó a quemarropa, "güero, desde cuando estás vendiendo tacos, ¿ya bien chavo, no? " y fue entonces que Daniel contó de forma resumida su vida y contó que se levanta a las tres de la mañana y entonces le dio nombre a la pequeña perra que estaba sentada frente a mí y sólo entonces supe que se llamaba nube.

Escuché con verdadero interés su historia mientras él prepara los tacos con una sonrisa y me apena decir que pocas veces me había interesado la historia detrás del rostro de aquél que me da de comer, si bien es cierto que es una transacción comercial, eso no le quita la importancia de la relación humana,  el güero me despierta de mi ensimismamiento y entonces puedo pedir otros tres con todo, y ante la pregunta honesta,  "¿qué tal la salsita joven? " no puedo sino corresponderle con una sincera respuesta: "no'mbre, ¡está con madre!".

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