domingo, 10 de abril de 2016

En el azul lienzo se dibujaba la silueta de una iglesia, los colores le iban llegando poco a poco, conforme el frío de la mañana iba abriendo paso a la cálida caricia del sol.

Las palomas esperan pacientes a que los visitantes lleguen a darles de comer, tan orgullosas y tontas son.

El aroma a café va llenando la plaza, y mezclado con él, como siempre, el olor a pan. Algunos esperan impacientes las campanadas que den inicio oficial al día y esperan sentados en un pequeño banco, una mano acariciando a la otra tratando así de espantar el frío, quien lo viera pensaría en un ritual pugilístico de gran campeón, pero tan solo es otro domingo de pueblo.

Las primeras en llegar son las señoras que nada compran, los que mueven la economía de éste país son los niños y todo mundo lo sabe.

Un ave cruza el ya azul cielo, va en dirección al sol. Los perros en formación escopeta, esperan a los visitantes, ya tienen ensayada la mirada que derrite corazones y que les llena la panza, los ciegos son colocados como estatuas en las cuatro entradas, cada familia se esfuerza en presentar un ciego limpio, pero lastimoso, esperando con eso llenar el bote de monedas y los dejan ahí, listos para pedir una caridad. El que vende los algodones de azúcar llega casi al último, pues sabe que su función comienza hasta que termina la primer misa.

La gente que sale con prisa de la iglesia no sabe qué hacer primero, algunos quieren sentarse, otros tienen antojo de garnacha, los más se dejan llevar por los niños que ya gritan emocionados.

El padre mira con envidia a los comerciantes mientras cuenta las limosnas y entonces cree comprender porqué Jesús corrió a los mercaderes de su iglesia, pero la verdad es que Jesús no hubiera pedido limosna.

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