viernes, 29 de abril de 2016

Gracias.

Una moneda baila en el fondo de una lata, golpea un lado, tic, golpea el otro, tac, otro golpe, otro tic y otro tac.

El señor que la hace bailar vive en la oscuridad y espera que la empatia le permita ganarse unos pesos. Tic, tac.

Poco a poco el ruido de la gente va llegando y los gritos de los vendedores ambulantes que espantan a la quietud y que ofrecen mercancía tan diversa y de dudosa procedencia y la gente los ignora igual,  va pasando sin preocuparse por esos que gritan y como un colectivo de hormigas avanzan con prisa,  pero sin ganas, buscando llegar a un lugar a tiempo,  para desear no estar ahí,  sino en cualquier otro lado y por sobre el bullicio se logra elevar un estridente ruido, algunos le llaman música,  otros más pretensiosos le llaman basura, otros dicen que es de nacos, otros dicen que si no bailas eres un fresa aburrido y así se va la vida entre discusiones que nada aportan a nadie,  pero que parecen entretener tanto al colectivo.

La gente sigue yendo y viniendo y la moneda baila un poco más,  pretende competir con el ruido que parece que nunca basta,  cada puesto con su música y con sus gritos y todos quieren gritar más y sonar más fuerte. El señor sigue suspendido en su oscuridad y no alcanza a escuchar cuando depositas la moneda, pero minutos después se da cuenta que en el bote se lleva a cabo un tango, baile lleno de drama,  como la vida misma y las monedas bailan y van de un lado a otro y a veces chocan y se golpean con furia,  como a veces chocan nuestras personalidades,  pero siguen juntas, en este momento dependen una de la otra para darle ritmo a ese místico vaivén que llamamos vida y ese señor le está dando sentido a todo y a la vez a nada, su presencia es vital y a la vez efímera, al querer darle una moneda tuviste que desviarte y abrirte paso entre la gente, salir de la corriente humana y en la orilla escarbar en busca de una moneda, depositarla como se deposita una ofrenda,  no buscando la salvación del ya fallecido,  sino la propia y entonces te avientas a la corriente de seres autómatas que recorren un pasillo y eres uno más, eres parte del todo. Esos segundos que te tomó separarte del colectivo, escoger la moneda y depositarla, hicieron que no alcanzaras el camión,  pues salió segundos antes y ahora esperas sentado y son ahora estos segundos los que harán que no te encuentres con la señora que tardó en la tienda y por tanto llegas sin prisa y puedes pedir el queso que quieres para quesadillas y al no estar presionado puedes escoger con calma unas galletas y son ahora estos segundos los que se acumulan con los primeros y por esa forma en que suceden las cosas no  vas a cruzar la calle justo en el momento en que ese taxista perdió el control por unos segundos, otra vez segundos.  Pero esa pausa y esa diferencia de segundos te asegura vivir un día más.

Una serie de improbabilidades se desencadenaron y se tejió una red tan absurda y por tanto,  perfecta. Como la vida misma. Es la suma de nuestros segundos lo que le da sentido a la vida, el segundo que tardamos en decidir y dudamos si la corbata roja o la azul y ese segundo nos retrasa un poco y ahora nos rasuramos más tarde y nos retrasamos y por tanto no nos cruzamos con ese loco que estaba dispuesto a matarnos.  Y esa duda nos salvo la vida, pero quizás mató a alguien más. Pues el loco se terminará cruzando con alguien, ya no nosotros, pero alguien gritará de dolor al sentir la fría lengua del acero y por un segundo se preguntará,  por qué a mí,  por qué yo,  por un segundo,  simplemente un segundo nos separa de la muerte. Un segundo fue el que dudó mi abuelo antes de atreverse y besar a mi abuela y gracias a eso nació mi madre y de ella yo y quizás por cuestión de segundos mi madre pensó en quedarse con su hijo y trató de convencerse de que sí iba a poder,  pero un segundo bastó para decidir algo que se dice fácil, decidió entregar una parte de su alma. 
Y quizás algún día nos cruzamos en la calle y sin saber quiénes éramos nos miramos por un segundo y fue su amiga la que la distrajo al preguntarle,  a quien ves,  y ella le responde mientras voltea otra vez a buscar mi mirada que ya no está y se dice a si misma,  me pareció ver alguien muy familiar. Y en un segundo pudimos terminar con años de dudas.

Por un segundo.

Y mientras las monedas bailan y el oído entrenado de ese señor se da cuenta y por tanto envía un mensaje al cuello diciendo,  muévete un poco, y el mástil del rostro que es la nariz apunta hacia su derecha y el oído confirma, sí ya tenemos otra moneda,  parece que de 10, y entonces, si no hubiera tanto ruido, escucharíamos un gracias, pero no lo vas a oír jamás, ya hace rato que no estás cerca para escucharlo, pero si supieramos la forma en que suceden las cosas quizás no le hubieras dado una simple moneda,  pues esa persona que parece un simple adorno urbano, te salvó la vida. Esa estatua, vital y efímera, que no puede ver como transcurre la vida, pero se la imagina.

Y ahí de pie,  esperando convencido que dios es ciego, la mano seguirá haciendo bailar a las monedas, un tango que se baila a ritmo de regeton del metro.

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