El loco le escribió un poema a la lucidez en una noche de
luna llena, uno de esos días en que decidió ser chofer del camión que era su
vida y no pidió aventón, contó los vellos de su brazo derecho y al notar que
todo estaba en orden, mordió un lápiz, para así extraerle las ideas mientras
que con la mano izquierda extendía una hoja de papel, acariciándola como el
carnicero acaricia el trozo de carne, justo antes de cortarlo y robarle su
esencia. Le tomó cinco segundos escribir el poema que tardó años en redactar,
lo tatuó en la piel de ese papel que alguna vez fue árbol y lo aventó por la
ventana como alguien que escupe un pelo de gato, blanco y no negro, pues los
pelos de gato negro no se pegan a la lengua, sino al paladar.
El señor iba caminando por la calle, pensando en aquella
persona que no podía olvidar y que jamás podría encontrar por estar muerta. Llevaba
meses pensando en ella y en lo que había quedado por decir, en todo lo que quedó
pendiente por hacer y en la forma en que le explicaría a su hijo porqué mamá no
estaba y porqué nunca volvería, ¿cómo
explicarle a alguien que aún no sabe hablar bien, el hecho de que la muerte ha
marcado su vida?
El pedazo de papel golpeó su rostro de la misma forma en que
nos golpea una epifanía y durante toda su vida agradeció al anónimo que
escribió lo que tanto necesitaba leer:
-No me busques más,
ya me cansé
de esconderme.-
JdJREM.
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