domingo, 26 de junio de 2016

Casi a medianoche.

El cielo se atrevió a llorar sus penas hasta que el sol llevaba rato de haberse ido.

Cayeron las lágrimas con furia, como aquellos males que nos envenenan y deseamos expulsar cuanto antes y formaron charcos en las calles de ésta ciudad que nunca duerme y sólo por un momento los perros no ladraron pues corrieron a buscar refugio, el señor de los tamales se escondió bajo un techo disfrazado de paraguas y ahí esperó enfundado en un plástico transparente y le dio tiempo para pensar en la falta que hace el dinero y esperó atento, escuchando lo que la lluvia tenía que decir. Un taquero se sienta resignado a ver el agua caer y se lamenta, una puta espera en la puerta del motel y mientras ella susurra un "chingada madre" que se va junto con una nube de tabaco, una niña se emociona al ver las gotas golpear el vidrio del auto y se sorprende al no ver nada y cuando la condensación se lo permite, dibuja un pequeño árbol de ramas torcidas y en los semicírculos que pretenden ser hojas dibuja unas manzanas, siempre manzanas, cuatro de un lado y cuatro del otro, pero la señora que la mira atenta quiere creer que son naranjas y con la mano izquierda limpia lo que puede y se entretiene mirando a la niña dibujar y sabe que llegará tarde a casa y quizás mojada, se resigna y desea al menos disfrutar el dibujo de la niña, pero jamás podrá ver lo que pretende ser un perro, pues el cielo ha comenzado a partirse a pedazos y las gotas insignificantes toman una fuerza descomunal al unirse y convertirse en tormenta.

La ciudad espera paciente a que el cielo derrame sus lágrimas y en la oscuridad se escucha el ronroneo de las nubes, poco a poco la tormenta es un débil chispeo. Poco a poco la gente comienza a salir de sus refugios, algunos corren al metro, otros corren a la combi, algunos por fin pueden entrar a un bar, otros pueden salir de su centro de trabajo, otros salieron de un útero para comenzar a vivir y enseñarles a sus padres a redescubrir el mundo, otros no sintieron la lluvia y no sentirán ya nunca nada, esperan acostados en un ataúd mientras las lágrimas del cielo se confunden con las de sus familiares.

En algún lugar alguien derramó una lágrima no hace mucho, la cual se evaporó y lo que fue pena y soledad se convirtió en nube que cubrió y paralizó por un momento a toda una ciudad.

Pobre de aquel que duda de su potencial, pues está condenado a maldecir la lluvia y no a verse en ella y decir,  "hoy, entrada la noche, detuve toda una ciudad".

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