viernes, 3 de junio de 2016

El visitante.

Los perros ya llevan rato ladrando.

Quizás le ladran a la muerte o a alguna bruja que anda en búsqueda de niños.

No soy supersticioso. Pero en verdad creo en la sabiduría popular.

Me gustaría gritarles que se callen, pero el miedo no me deja hablar.

Cada vez ladran más fuerte y eso no me gusta nada. 

Ahora mi perra ladra nerviosa.

Sólo de niño tuve éste miedo, noches lluviosas en que los truenos iluminaban la habitación por un segundo y después el sonido del aire rompiéndose, estoy seguro de que algo me observaba desde ese closet, desde esa puerta que nunca terminaba de cerrar,  siempre observándome, esperando. Y yo sin poder resistir, me refugiaba debajo de las cobijas y ahí esperaba a que dejara de llover, pero sé que eso que me observaba quería hacerme daño.

Sólo lo sé, podía sentirlo.

Le pido, le suplico a mi perra que se calle, pero ella a decidido ladrar con furia.

Debería ponerme en pie y ver qué es lo que pasa, pero no puedo, el miedo se ha refugiado en mis piernas y en la boca de mi estomago.

Ahora los perros ladran con más fuerza y sé que lo hacen para apoyar a mi perra, diciéndole "no lo dejes entrar, protege a tu humano", es absurdo, sí, pero pretendo pensar en algo más, en algo que me permita estar tranquilo.

Mi perra sigue ladrando, la única diferencia es que ha ido retrocediendo conforme se escuchaban unos pasos frente a ella, ahora ladra junto a la cama, junto a mí, junto a mi oído, sé que no hay nada mas que hacer, tan sólo espero a que el visitante levante la cobija donde decidí refugiarme.

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